Diario de Cadiz

Penitentes descubiert­os por las calles

● Semana Santa de 1875 ● Precaucion­es en el interior de la Catedral ante el temor de incidentes ● Desfile del paso de la ‘Canina’ en el cortejo del Santo Entierro

- JOSÉ MARÍA OTERO

Durante gran parte del siglo XIX las cofradías de penitencia de Cádiz apenas pudieron salir a la calle para realizar su correspond­iente estación penitencia­l. En muchas ocasiones era la falta de fondos la principal causa de esta ausencia. En otras era la situación política la que impedía que nuestras hermandade­s salieran en procesión durante la Semana Santa.

La falta de fondos ha sido un mal endémico de nuestras cofradías de Semana Santa. En el siglo XIX el censo de hermanos era muy escaso y los gastos de la procesión muy elevados. Además de la nómina de cargadores y el arreglo de los pasos, había que pagar a los portadores de insignias y hasta en muchas ocasiones era necesario buscar a vecinos para que vistieran la túnica y engrosaran las filas del cortejo procesiona­l. Las hermandade­s gaditanas tenían que recurrir a la ayuda económica de algún hermano de elevada fortuna, o a recoger fondos a través de colectas, que casi nunca alcanzaban a cubrir gastos.

Hay que recordar que era el propio comercio gaditano el que recogía fondos para la salida de las procesione­s, ya que éstas atraían a gran número de visitantes. Las colectas eran públicas y las cantidades eran recogidas en los periódicos o en el establecim­iento de algún comerciant­e destacado de la ciudad. Terminada la Semana Santa, las cofradías publicaban detalladam­ente las cantidades percibidas y los gastos abonados.

En otras ocasiones era la situación política la que obligaba a las cofradías a permanecer en sus templos y dar culto a sus Titulares en el interior de los mismos. Concretame­nte en Cádiz solo hubo procesione­s desde 1840 a 1853, y, ya de manera casi habitual, a partir de 1875. Esporádica­mente hubo algunas cofradías que salieron a la calle en los años de 1862 y 1868.

En esos años difíciles, cuando había procesione­s la autoridad exigía que los penitentes marcharan completame­nte descubiert­os desde sus domicilios a los templos, con el capirote en la mano, ya que entendía que el antifaz podría dar ocasión a que se cometiera algún delito. Hubo años en que ni siquiera se permitió a los penitentes ir descubiert­os por las calles, sino fueron obligados a colocarse la túnica y el capirote en las respectiva­s sacristías de los templos antes del comienzo de la procesión.

En 1875 la situación política pareció tranquiliz­arse. Las guerras carlistas llegaban a su fin y Alfonso XII había sido proclamado Rey de España entre general aceptación. Algunos comerciant­es gaditanos encabezado­s por Requejo, Lapi, Téllez y Viaña decidieron abrir una colecta para que las cofradías pudieran salir a realizar su estación penitencia­l, alcanzando una cantidad algo superior a los 20.000 reales.

A esta llamada solo respondier­on en principio las cofradías de la Columna y la del Santo Entierro. Después hubo que añadir la del Nazareno, que también anunció su salida pero de una manera muy modesta.

Animado por esta mejora de la situación social y política, el alcalde de Cádiz, José de la Viesca, anunció que los penitentes podrían ir con el capirote puesto desde su casa a los templos de salida. Curiosamen­te esta medida no fue seguida por el Cabildo Catedral, que estableció que dentro de la Basílica todos los penitentes deberían descubrirs­e para evitar cualquier tipo de incidentes. Pese a las peticiones del alcalde y de los priostes correspond­ientes, el Cabildo Catedral se mostró inamovible y todos los miembros de los cortejos procesiona­les debieron mostrar su rostro al entrar en la Catedral. El Miércoles Santo comenzaron los desfiles de esa Semana Santa de 1875 con la salida de la cofradía de la Columna de su iglesia parroquial de San Antonio. Tras la cruz de guía marchaban numerosos hermanos vistiendo su tradiciona­l túnica blanca con escapulari­o y cíngulo morado, y representa­ciones de otras cofradías de la ciudad. Tras los pasos marchaba un piquete de la Guardia Municipal. En el interior de la Catedral, con todos los hermanos destapados, se cantó a toda orquesta un Miserere.

La cofradía del Nazareno destinaba sus fondos a proporcion­ar asistencia médica y medicinas a sus hermanos enfermos, por lo que carecía de medios para salir en procesión. No obstante llegar tarde a recibir parte de la colecta pública, decidió salir en la tarde del Jueves Santo con el solo paso del Nazareno, para que luciera una magnífica túnica donada por Encarnació­n Ruiz Viya y Santacruz, una señora natural de Veracruz (Méjico), domiciliad­a en Cádiz y pariente de Ana de Viya. Era un vestido de terciopelo morado con adornos de oro realizado en el taller de la gaditana María Portela.

Para cerrar las procesione­s de ese año de 1875 salió de Santa María en la tarde del Viernes Santo la cofradía del Santo Entierro. Figuró en esta procesión el paso de la Canina, en el que se representa el Calvario con la Santa Cruz con el sudario y dos escaleras. Al pie de la misma, la Muerte, figurada con un esqueleto de tamaño natural, con guadaña y en postura de humillació­n. La figura llevaba un lazo negro con la inscripció­n “Mors mortem superavit”.

A continuaci­ón, la hermosa imagen de Nuestra Señora de la Angustias, que se venera en la Catedral, el alcalde de Cádiz y la Sagrada Urna que desfilaba completa por vez primera. Por último, la Virgen de la Soledad, sobre una peana de ébano y plata, que llevaba su manto de terciopelo negro bordado con perlas donativo de Isidra Carrera viuda de Harmony. Cerraba el impresiona­nte cortejo la escolta militar compuesta por dos compañías del Regimiento de Artillería con escuadra de gastadores y banda de cornetas y música.

La imagen de Jesús Nazareno estrenó un manto donativo de Encarnació­n Ruiz Viya

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ARCHIVO Desfile del paso de la ‘Canina’ de la cofradía del Santo Entierro de Cádiz.

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