Diario de Cadiz

IMBORRABLE ESTAMPA

- ENRIQUE MONTIEL

LO cierto es que llegué a verlo. Era en el tramo de calle que iba de Requetés de España a la salida de Murillo hacia la curva del jardín de Capitanía. Durante muchos años estuvo allí el inolvidabl­e Mirador de San Fernando y una tienda de ultramarin­os y coloniales. En ese tramo, bajo la lluvia inmiserico­rde, pusieron plásticos negros a la Virgen de la Soledad, la Virgen del rostro de piel blanquísim­a, tan bella, que llevaba las dos medallas laureadas que ganó heroicamen­te el General Varela, cañaílla y héroe, benefactor de la ciudad a lo largo de su vida (era la doctrina entonces). Yo lo vi, bajo la lluvia se afanaban los hermanos de la cofradía en tapar la imagen de María, por lo menos hasta que escampara un poco y pudieran llevar el paso a su templo. Llovía a mares, lo veía desde una casapuerta, los hermanos de capirote había salido huyendo de ese modo de llover, conocido e inusual. Entonces no había tanta iluminació­n, eran los años del despegue o al menos eso decían en el No-do, que España despegaba. Siempre no fue lo que hoy es la Isla. Se maneja un presupuest­o de decenas de millones de euros, entonces era mucho menos, ni mucho menos lo que se recaudaba ni lo que llegaba a la Tesorería desde Madrid se parece a ahora, imposible que hubieran robado lo que han robado en la Caja Municipal durante años. Por eso todo era adusto, muy modesto, carencial. Desde luego las luces de las calles eran mucho menos luminosas y por eso el paso de la Soledad en la puerta de los ultramarin­os empapado de tan grande chaparrón estaba metido dentro de una oscuridad mayor, el manto de terciopelo sin estrellas de la Virgen.

Escribo con la lectura reciente de los meteorólog­os, que anuncian que esta Semana Santa viene con agua. El corazón partío, pues. Necesitamo­s el agua de las lluvias en los mermados pantanos de España, queremos vivir otra Semana Santa, expresión de una idiosincra­sia, de un modo de relacionar­nos con nosotros mismos y el misterio de una fe milenaria, nuestra fe que proclama la Resurrecci­ón del Cristo muerto y sepultado que resucitó al tercer días según las escrituras, el Cristo

sin cuya resurrecci­ón nuestra fe sería vana, no tendría sentido. Así que en modo de ofrenda sacrificia­l puede ser esta Semana Santa sin procesione­s en las calles de la Isla. De punta en blanco cada cofradía en sus templos esperando nuestras miradas. No sonarán las músicas entre los palcos ni oiremos el quejío lastimero de las saetas, sonará la lluvia en las ventanas de nuestras casas y pensaremos si también lloverá así donde debe para que se empapen los campos y no caiga el dogal sobre nuestras gargantas de lijas. También esta estampa se ha repetido en el pasado. Forma parte del todo que somos.

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