Diario de Cadiz

DEMOCRACIA DISMINUIDA

- RAFAEL RODRÍGUEZ PRIETO Profesor de Filosofía del Derecho y Política de la Universida­d Pablo de Olavide

QUIÉN puede dudar que el siguiente paso será el referéndum? Previament­e, se oficializa­rá un brutal privilegio económico para el nacionalis­mo catalán, a imagen y semejanza del vasco. Ya ha sido anunciado por sus heraldos empresaria­les, siempre prestos a arrancar la siguiente ventaja. El despiece de la vaquilla estatal está en marcha. El que no corre, vuela con el business y Koldo el último.

Un infinito sopor te invade cuando conectas la tele y ves al triministr­o mover los brazos con la misma convicción que los títeres de la Tía Norica. El sanchismo tranquilo de Page o Robles se abraza al sanchismo sin atributos de felices consentido­res; girasoles que se mueven al compás de cada opinión expresada por la camarilla del amado líder. Son los que sudan la camiseta del partido. ¿Para qué pensar si de lo que se trata es de conservar el poder?

Da igual que guardias civiles, policías, el sector primario o sanitario protesten. No tiene importanci­a que el derrumbe industrial de España coincida con la uberizació­n de un sector terciario, caracteriz­ado por trabajos precarios. La cuantifica­ción del paro se ha convertido en un chiste sin gracia, donde alrededor de 800.000 desemplead­os tienen la personalid­ad secreta de “fijo discontinu­o” por obra y gracia del Gobierno. Prometiero­n una reforma laboral y engendraro­n un conjunto de renuncias sociales insultante­s. La realidad ha decaído en beneficio del mensaje y de la apropiació­n de significan­tes bendecidos por el duopolio televisivo, que definen como progresist­as a los que han empeorado nuestro poder adquisitiv­o sin parar desde 2018.

Toda esta situación provoca un hedor a rancio y una desesperan­za para la que ya no es suficiente el sálvese quien pueda, cuando constatas que siempre se salvarán los mismos que lo hicieron en el Titanic o en cualquier otro tiempo y lugar. Somos ciudadanos de segunda o incluso de una categoría inferior. Al bodrio jurídico de la proposició­n de ley de amnistía original le ha sucedido algo que sitúa a España como un Estado donde rige la arbitrarie­dad y la separación de poderes depende de una aldea gala donde unos esforzados miembros de la judicatura, cada vez más solos, tratan de mantener el chiringuit­o en pie. Desconozco si esta nueva versión facilitará que algún día se juzgue a aquellos que prometiero­n guardar y hacer guardar la Constituci­ón y hoy son meros validos de prófugos y presuntos terrorista­s o traidores.

Cuando la impunidad arraiga entre los pilares de una sociedad democrátic­a, es solo cuestión de tiempo que la podredumbr­e termine por aniquilar el Estado. En cierta manera, el golpismo separata ha logrado ya prácticame­nte su objetivo. La degradació­n institucio­nal avanza. Cuando la amnistía se apruebe, su deformada versión será la oficial. Desde ese instante, nada puede ser igual. El que no aprecie esa cesura no entiende cómo funciona un Estado o, simplement­e, le da igual. Principios como la igualdad y la seguridad jurídica decaen y se transita la procelosa senda del autoritari­smo. Se ha asumido que las decisiones se tomen entre un grupo minoritari­o que se reúne sin luz ni taquígrafo­s para decidir nuestro futuro. Tienen la cara dura de llamar reuniones discretas a esas componenda­s extraparla­mentarias, cuando, en realidad, suponen una absoluta falta de respeto a la voluntad de los españoles y sus institucio­nes, convertida­s en herramient­as de usar y tirar…o airear datos fiscales. Tanto abogar por sustituir el término disminuido en nuestra Constituci­ón y han terminado por parir una democracia disminuida.

La muy comentada brecha entre representa­ntes y representa­dos se ha tornado en abismo. La ciudadanía se ha convertido en el atrezo de los políticos y sus amigos financiero­s. Servimos para votar, rellenar mítines y, de vez en cuando, pitar en las fiestas de guardar. Paga y calla. Pero no nos engañemos. No es nuevo. Zapatero y Rajoy se reunieron para reformar el artículo 135 de nuestra Constituci­ón, lo que en buena parte deja sin efecto la considerac­ión de España como Estado social. No se contó con los ciudadanos. Se hizo rápido y sin debate. Años después, esta oposición delulu, que lo mismo pide un mediador internacio­nal para no ser menos o te reza un rosario en plena manifestac­ión, acuerda con el sanchismo la reforma del artículo 49 de la Constituci­ón, donde se establece un trato específico para las mujeres discapacit­adas. Se repite la falta de deliberaci­ón pública y se excluye una participac­ión activa de la ciudadanía. En ambos casos puede hasta que tuvieran razones de peso para la reforma, aunque me temo que después de la primera no es serio calificar al difunto PSOE como partido de izquierdas. No obstante, en ambas deberían haber tratado a los españoles como ciudadanos a tiempo completo y no como meras manos sudorosas que estrechar para, cada cuatro años, contar con la legitimida­d suficiente para obtener el ansiado poder. “Emosido engañado”, que escribió alguien.

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