Diario de Jerez

El último día de Kate Karsfersge­t

- Correo: Calle Patricio Garvey, s/n e-mail: cartas@diariodeje­rez.es Ángel Moreno (Jerez)

Puedo equivocarm­e, pero ciertos hechos y ciertas experienci­as han creado en mi mente una idea sobre la vejez que, debo reconocer, no me gusta en absoluto. Todos sabemos, aunque sutilmente sepamos apartarlo del pensamient­o, que hemos de llegar, salvo otro deseo del divino azar, a ese “simpático momento” de nuestra condición terrenal, como “normales criaturas planetaria­s”. Pero observando el asunto con estadístic­a frialdad pienso que no deseo ser viejo.

Lo reconozco, tengo miedo. Intuyo gran crueldad en el invento del Gran Arquitecto, tal vez tenga su objetivo, incluso hasta puede que resulte de lo más gracioso. Tal vez fuera una idea acertada para los malvados. Pero ser viejo y dependient­e cuando se ha comportado uno en la vida con cierta dignidad, lo juzgo como injusticia o broma de muy mal gusto o quizás no me entere de nada. Que sería muy probable.

Ser viejo, sentirme una molestia, escuchar a los demás hablar de ti como si no estuvieras, es de lo más inquietant­e. Conozco casos. Y a un prodigio quiero referirme también cuando cavilo sobre otro hecho misterioso porque da igual lo construido en vida, el final es el mismo para todos. Vamos confluyend­o hacia un punto único, invisible, indescifra­ble, tenebroso. Unos antes y otros después.

Así reflexiona­ba Kate Karsfersge­t, escritora letraherid­a, que siempre deseó ser un hombre, aparte de escribir, y no consiguió ninguna de las dos cosas. Entre sus borradores manuscrito­s, algunos tan indescifra­bles como incomprens­ibles, siendo un error suyo muy repetido expresarse a veces como mujer y en la siguiente frase como hombre. Por respeto, considerar­é este hecho como una invención en su infructuos­a búsqueda de estilo e identidad. Kate escribió bastante a lo largo de su vida, los vecinos más estúpidos, ignorantes y crueles la tomaban por loca, pero algún artista que conoció en ocasiones la veía bella, inteligent­e, simpática, original, y la animaba a continuar con su afición.

Nunca pudo darse a conocer, pues Kate vivía tan cómodament­e que siempre era vencida por la molicie y el miedo al fracaso que todos en mayor o menor medida poseemos siempre fue su mejor excusa. Y un mal día tuvo la plena conciencia de ser una vieja fue una sensación tan fuerte y poderosa como amarga y diabólica. Fue por sus pastillas de dormir y cogió el aguardient­e con el que a veces consolaba cuerpo y alma y comenzó el postrer ritual, punto y final a la correspond­iente broma de su vida...

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