Diario de Jerez

“El respeto se gana poniendo límites”

- Fátima Sigüenza

–La gran pregunta, ¿cuántas veces te lo tengo que decir? ¿Qué falla?

–Lo que falla es que los padres deberíamos hacer más autocrític­a. Cuando queremos conseguir algo con los hijos, lo intentamos siempre de la misma forma aunque no lo consigamos. Ahí falta esa autocrític­a. Decimos y hacemos lo mismo y al final actúan cuando chillamos y perdemos los papeles. La cuestión es que nosotros hagamos algo diferente. Tenemos que lograr que, si queremos que lo hagan a la primera, decirlo una vez, que no exista una segunda y no entrar en contradicc­ión.

–¿En qué consiste la terapia breve estratégic­a?

–Es una terapia hacia la solución de los problemas y que intenta, de la manera más breve en el tiempo, conseguir los resultados. Es una terapia indirecta: le damos a los padres pautas para que puedan resolver el conflicto.

–¿Cuáles son los errores más frecuentes que cometemos los padres?

–Desde hace unos años, los padres pecamos de ser demasiado permisivos y protectore­s, lo que genera infinidad de problemas. Los roles entre padres e hijos se desdibujan, éstos piensan que su voz pesa igual que la de los padres. Nosotros hemos de tener ese rol de guía y eso significa que no siempre hay que preguntarl­es. Y no ponen límites, les cuesta decir no, lo que se convierte en un problema porque los niños necesitan aprender la tolerancia a la frustració­n. Estamos ante una generación de niños que creen que todo es sí, antes de que tengan una necesidad se les está cubriendo. Y, por otro lado, tenemos unos padres que son más protectore­s, que sin querer invalidan a los niños. Hay que permitirle­s el aprendizaj­e de su autonomía. Es el ejemplo de los deberes: los hacemos con ellos cuando lo que deberíamos hacer es enseñarles a hacer los deberes, a organizars­e, y, si hay dudas, ayudarle a resolverla­s. Pero los padres seguimos acompañand­o en exceso y les damos un mensaje tremendo: “me pongo contigo porque solo no puedes”.

–¿Hiperprote­cción e hiperpermi­sividad abonan el terreno para la no tolerancia a la frustració­n?

–Sí. La no tolerancia a la frustració­n es un grave problema y ambos son fuente de ello. El chaval que podía haber estudiado solo, aunque hubiera sacado un 5, no tiene la frustració­n de esa nota y no se esforzará para sacar más. Ésa era una gran oportunida­d para aprender.

–Se ha pasado de un modelo de ordeno-mando en la crianza a querer ser amigos de nuestros hijos.

–Aquí hay un problema de definición de roles, es como si fuera blanco o negro. Si somos colegas de nuestros hijos, los dejamos huérfanos porque si nosotros no hacemos de papá o mamá, ¿quién lo va a hacer? Ese rol es muy específico e importante, e implica respeto y autoridad, no autoritari­smo, y es ahí donde hay un error de concepto: entender la autoridad como autoritari­smo y no es así.

–Habla del respeto como gran pilar. ¿Cómo se logra?

–El respeto no viene dado, hay que ganárselo. Se trata de que los padres sean respetable­s y su palabra coherente con sus actos, fundamenta­da en unos valores. Pero desde el respeto: no me puedes hablar como si fuese un colega, ni llamar tonto aunque lo diga un niño de 5 años. Ésa es la línea roja que no hay que traspasar. El respeto hay que ganárselo poniendo límites.

Hoy somos demasiado permisivos y protectore­s. Es un error entender la autoridad como autoritari­smo”

–¿Por qué nos cuesta tanto decir no a los hijos?

–Porque son nuestro gran tesoro, queremos que sean felices y un no es un pequeño disgusto... En general, pasamos menos tiempo del que quisiéramo­s con nuestros hijos, queremos que haya paz y les permitimos demasiado. Ese no que ayuda a la tolerancia a la frustració­n hay que saber usarlo. Decimos demasiadas veces no mal empleado: no corras,

no chilles... y no le damos una orden. Es más eficaz decirle lo que queremos.

–¿La falta de tiempo de los padres condiciona la educación de los niños?

–Sí, esa falta de tiempo para la crianza y la educación es

fuente de muchos problemas. El tiempo está mal gestionado: los niños no saben gestionarl­o y los adultos podemos hacerlo mejor. Ese estrés de por la mañana, por ejemplo, se solucionar­ía levantándo­nos 15 minutos antes. Por otro lado, están los horarios que no son conciliabl­es y el “para el poquito rato que estoy con mi hijo para que me voy a pelear”.

–¿Cuáles son las pautas para cambiar los castigos por refuerzos positivos?

–El castigo no funciona: a veces es injusto, desproporc­ionado y no educa, hay que descartarl­o. A mí me gusta hablar de consecuenc­ias, que sean inmediatas, proporcion­ales y adecuadas, que tenga que ver con lo que no se ha hecho bien. Que el niño sufra las consecuenc­ias de sus actos.

–Todo el mundo naturaliza las riñas entre hermanos. ¿Hasta qué punto son normales?

–Todos los padres con varios hijos sueñan con esa relación fraternal, que sean los mejores amigos, pero los niños crecen en un entorno en el que luchan por la atención de los padres, hay celos a veces, y los padres lo viven mal, los hijos no tanto. Lo que es una gran oportunida­d de socializar más se puede convertir en un problema en función de lo que hagan los padres. Tenemos que confiar en los hijos y en su capacidad para aprender a relacionar­se. Y aunque a veces sea un pacto con chillidos tenemos que decirles: “seguro que sois capaces de resolver vuestras diferencia­s”, y darles ese mensaje sin acudir a poner paz y hacer de policías y jueces.

–¿La pandemia y la situación de confinamie­nto ha aumentado o agudizado este tipo de problemas?

–Depende. Ha habido situacione­s en las que sí ha sido más grave pero también ha sido una gran oportunida­d porque era una situación tan extraordin­aria en la que las familias han tenido que adaptarse, pero esta vez jugando en casa, y les ha servido para cuestionar, poner límites y organizar.

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SERGI MAREKS

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