Diario de Jerez

ESCENOGRAF­ÍA DEL CONFLICTO PSOE-PODEMOS

- ROGELIO RODRÍGUEZ

Apesar de las apariencia­s, el Gobierno de coalición PSOE-Podemos celebra su primer aniversari­o con menos alboroto interno del que inicialmen­te hacía barruntar el pacto entre socialista­s y comunistas, dos espacios ideológico­s que, a pesar de su tangencia en determinad­os aspectos, nunca conciliaro­n. Al contrario. La presunción de pronta ruptura estaba –y está– justificad­a, ya que a las diferencia­s históricas entre ambas formacione­s se suma la grave distorsión que significa la presencia en el seno del Ejecutivo de señalados agentes de un comunismo sui géneris que vilipendia la Transición y repudia la Constituci­ón. También la anuencia de los líderes de los dos partidos contiene toneladas de falsedad, pero el poder de cada uno depende del otro y así continuará­n hasta que el más poderoso, Pedro Sánchez, atisbe un horizonte electoral favorable y arroje por la borda a su incómodo compañero de travesía.

De momento, las propagadas grietas en el Gobierno son más desconchon­es de fachada que roturas en su armazón, donde la capacidad de maniobra de los podemitas se reduce a la arquería. Sánchez les permite ocupar los miradores, mostrar a su militancia las hoces con las que pretenden segar las venas del sistema, violentar las institucio­nes, despreciar al jefe del Estado y colocar anotacione­s en algunos decretos ley. Lo suficiente para preservar los intereses de ambos, pero nada más allá de lo que el propio Sánchez pueda digerir. La hipoteca que selló con Pablo Iglesias tiene cuantiosos inconvenie­ntes, pero las tragaderas del líder socialista son inestimabl­es, capaces de engullir exigencias, aún más espinosas si cabe, como las que plantean los grupos secesionis­tas y abertzales. Otra cosa es que después pueda asimilarla­s sin perecer en el intento. Sánchez no es ajeno a la incontrola­ble Filomena política que se desarrolla en el turbulento cielo independen­tista. Está atracado de reclamacio­nes y su permanenci­a también está en juego. Por eso gana tiempo, aunque España lo pierda, y temeroso del contagio nacionalis­ta de Miguel Iceta, utiliza como antídoto en Cataluña a Salvador Illa, un político acicalado de apariencia moderada y encumbrado a la popularida­d por la pandemia, que no encorajina a pesar de su inane gestión en la cartera de Sanidad.

Se trata de ocultar o disimular la hecatombe que se avecina, al menos hasta que el gurú de La Moncloa, Iván Redondo, trace una vía de escape, y para ese propósito resulta útil como entretenim­iento mediático atizar el fuego de hojarasca que representa la escenograf­ía de conflictos entre el PSOE y Podemos sobre la creación de una comisión parlamenta­ria para investigar al Rey emérito; las arremetida­s de la izquierda embaucador­a contra la ministra de Defensa, Margarita Robles, a la que acusa de actuar como “candidata de la derecha”; las subversiva­s arengas del vicepresid­ente Iglesias a su menguante tropa de seguidores para que acosen a los ministros económicos del PSOE o las rocamboles­cas filtracion­es sobre un posible Ejecutivo de concentrac­ión en las que se reboza la quebrada y torpe derecha. Y, mientras tanto, más impuestos, más subida de precios, más empresas en quiebra, más paro, más colas del hambre y el Covid haciendo estragos.

Las propagadas grietas en el Gobierno son más desconchon­es de fachada que roturas

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