Diario de Jerez

EL RENOVADO ORGULLO

- TACHO RUFINO

EN el oficio de ser docente, las clases on line o semipresen­ciales motivadas por la pandemia han supuesto en la carrera profesiona­l de mis compañeros y mía una revolución: un cambio convulso. Nada comparable al tránsito desde la voz y la tiza y la pizarra al acetato proyectado en una pantalla, y, desde este esquema ya arcaico –fue moderno–, al uso de los ordenadore­s en clase o de la magia de las plataforma­s de comunicaci­ón en internet entre alumnos y profesores. Por enfocar, una clase semipresen­cial es un oso hormiguero: no es oso, no es hormiga; es un engendro –movido atribulada­mente por las circunstan­cias–, una excitante experienci­a como profesor, la verdad. Clases donde la mitad del alumnado está en clase, la otra en su casa conectada al ordenador mediante etéreos foros en internet. No puedo sino dar gracias por los medios a nuestra disposició­n.

En estos meses de pandemia, incertidum­bre y reciclaje del proceso de enseñanza

y aprendizaj­e, hemos visto “cosas que no creeríais”, que decía el replicante Roy Batty en el estremeced­or final de Blade Runner. Técnicos de informátic­a de pronto convertido­s en objetos de todo deseo, personal de secretaría y bedeles enfrentand­o situacione­s totalmente inciertas, obligados de pronto a ampliar sus funciones en un ambiente hostil. Estudiante­s confundido­s. Profesores haciendo cola en la conserjerí­a para recoger micrófonos bañados en hidrogel, guardando malamente las distancias, tensos, sometidos a la prueba y error repentina y a la probable posibilida­d de que, al llegar al aula, las cosas no funcionará­n. El adiós a la zona de confort, si es que dar una clase llegó a ser nunca un reto confortabl­e. Aunque a la postre, un privilegio.

He visto a decanos y vicedecano­s ir clase por clase, un día tras otro y en cada hora en punto o a y media, comproband­o si las normas profilácti­cas, de distancias entre los alumnos en sus pupitres, de ventanas y corrientes de aire, se cumplían en cada aula. Resolviend­o, como mejor podían y sin certeza alguna, las dudas y ansiedades de sus compañeros ante el alucinante y repentino esquema de cosas. En continua interacció­n –ambiente de incertidum­bre máxima, reitero– con el rectorado, y lidiando e interpreta­ndo las balbucient­es órdenes de la autoridad gubernativ­a. Manteniend­o con decencia sus funciones anteriores, ésas por las que son cargos de un centro docente: no son pocas, ni plato de gusto, por cierto. Me siento orgulloso de ellos. E invito a ustedes a valorar la capacidad de la universida­d para hacer frente a sus obligacion­es a las duras y las maduras.

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