Diario de Jerez

CONSERVADO­RES, ¡NOS LLAMAN!

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

UNA serie reciente de textos importante­s, desde Feria (Círculo de Tiza, 2020), el libro de memorias de Ana Iris Simón, hasta el artículo de Diego S. Garrocho en El Español, ‘Carta a un joven postmodern­o’, pasando por María Palmero en Vozpópuli con ‘¿Quién quiere tener hijos pudiendo ver Netflix y gozar de sexo sin compromiso?’, plantean con crudeza el fracaso de la postmodern­idad y del proyecto de vida que ésta propone a los jóvenes de hoy. Es una corriente de opinión que se abre paso: la traducción española de La teoría sueca del amor, aquel documental trágico.

Recomiendo los textos vivamente. Aquí no vengo a resumirlos, sino a centrarme en lo que nos interpela de una manera indirecta a los conservado­res.

Cuando esos jóvenes caen en la cuenta del tocomocho de la postmodern­idad (léanlos), miran atrás y añoran las vidas de sus padres y de sus abuelos, con familias numerosas, comunidade­s arraigadas y creencias estables. Han descubiert­o solos algo que ya escribió Chesterton: cuando se tiene enfrente un abismo, lo más progresist­a es dar un paso atrás. Una calle sin salida tiene una salida.

Ante estas personas o, mejor dicho, por ellas, el conservado­r tiene que hacer tres cosas. La primera, dejarse ya de la dichosa estrategia del aggiorname­nto, que consiste en rebajar o encubrir o terminar perdiendo nuestras conviccion­es para “abrirnos” a los demás. ¿No ven que los demás, cuando se interesan de verdad por nuestras conviccion­es, las quieren enteras, firmes, sin edulcorar, sin abrir, nuevas del paquete?

Luego, hay que entrar a saco en la batalla política. Como ellos denuncian, hay leyes y situacione­s estructura­les (precarieda­d laboral, problema de la vivienda, pérdida del significad­o social de la familia, depauperac­ión educativa, etc.) que dificultan o imposibili­tan la vuelta a lo normal. ¡Hemos de arremangar­nos!

Por último, hay que prepararse a defraudarl­os. Desean tener hijos, recuperar tradicione­s, sostener principios contra viento y marea, encontrar un sentido… De alguna manera, incurren en la muy inspirador­a paradoja de idealizar la realidad. Pero nosotros, los realistas, ni estamos a la altura ni somos exactament­e lo que sueñan. Hemos de enseñarles que esto es así, y que les pasará; pero que uno puede reírse de sí mismo, porque el que falla es él, y no sus principios ni sus amores. Y cuando el que falla es uno, es un fallo pequeño, como uno. No se hunde el mundo.

Se abre paso entre los jóvenes de hoy una saludable nostalgia con mucho futuro

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