LUISA PORRAS. Sinceridad escultórica en fondo y forma
EXISTEN artistas - pocos, pero existen - que gozan de un unánime reconocimiento por parte de la profesión. En un universo de muchas zancadillas y de personajes que son hábiles dándolas, Luisa Porras es de los poquísimos nombres que tienen el máximo beneplácito de todos; sólo aquellos que son contrarios a todos y que dudan hasta de ellos mismos, ponen en duda a una artista total, una autora de infinita lucidez que encierra los valores grandes de un arte sin fronteras, sin tiempo, sin dudas y sin reveses; un arte que aúna los criterios clásicos con los planteamiento más avanzados, que marca con claridad unas rutas de poderosa estructuración conceptual; un arte que asume la realidad de una escultura grande, con nuevos principios y nuevos e importantes desarrollos y desenlaces plásticos.
Luisa Porras es una sevillana de nacimiento que llega a Jerez muy joven, cuando su carrera docente comenzaba y formulaba sus planteamientos a la par que su profesión artística. En una y otra faceta de su discurrir existencial ha puesto unas bases poderosas para que, la enseñanza y la actividad artística, estuvieran perfectamente implicadas y ofertaran sus máximas posiciones para conseguir los más óptimos objetivos. Ha sido una profesora serena, sensata, consecuente y, lo más importante, absolutamente profesional para que sus conocimientos se transmitieran con rigor, fortaleza y motivación. Sabemos de su carácter en la enseñanza, también de su cercanía a los alumnos y de su solvencia docente para que el discurso educativo, como tantas veces ocurre, no tuviese un sólo factor sino que la transmisión emotiva llegara, sin interferencia, a unos receptores ávidos de teorías asumibles y prácticas adecuadas y clarificadoras. En toda su carrera como profesora en la Escuela de Arte ha sido muy buena compañera, magnífica profesora y persona amable y sencilla; en definitiva, alguien en quien confiar y a quien seguir.
Como artista fue de las primeras con un mejor concepto de la escultura; su realidad artística no pasaba desapercibida en una profesión donde había muy pocos y casi todos con planteamientos poco atractivos. Desde un principio nos ofreció una escultura moderna, acondicionada a una estructura que se apartaba diametralmente de lo que hasta entonces existía pero que, no obstante, formulaba los criterios de una escultura seria, muy bien sustentada conceptualmente y con una puesta en escena que dejaba entrever una soltura y un manejo eficaz, adecuado y consciente de la materia conformante; una escultura contundente en fondo y forma, con una disposición clara de la idea y una materialización perfecta de lo que el concepto encerraba.
A lo largo de su carrera, Luisa Porras ha demostrado un conocimiento exhaustivo de la forma, un tratamiento adecuado de cada una de las posiciones materiales y un desarrollo plástico que yuxtaponía a la perfección el contenido y el continente. La escultura de Luisa Porras es bella por fuera, poderosa en su conjunto, sutil en ciertos planteamientos formales y abre los horizontes artísticos en una forma expresiva a la que muy pocos llegaban. Su trabajo ha pasado por muchas etapas; sobre todo, por momentos en los que los distintos materiales marcaban rutas escénicas que suscribían aspectos formales de gran significación. Ha sabido conjugar los diferentes registros matéricos para configurar un conjunto lleno de plasticidad y, a la vez, suprema emoción. Piezas poderosas que contenían exquisitos pigmentos componiendo realidades plásticas diferentes para interactuar en formas de gran pureza artística; trabajos textiles que abrían las perspectivas formales y planteaban posiciones significativas llenas de rigor, belleza y espiritualidad. Paneles de bronce, montados sobre soportes de madera, en los que aparecían textos realizados con unas puntiagudas formas para expresar la realidad del concepto. Obras, en definitiva, que planteaban una idea muy bien formulada desde la potencia de la materia conformadora. Porque en la escultura de Luisa Porras nunca nada ha sido dejado a la arbitrariedad del azar; todo ha tenido un sentido. La materia se hacía eco de la idea en un poderoso organigrama plástico que, jamás, ha dejado indiferente.
Luisa Porras ha sido - y sigue siéndolo - una de las más lúcidas escultoras porque su obra imponía los principios fundamentales de esa escultura inquietante, superior y máxima que aúna los postulados del gran arte clásico, ese que es eterno porque la creación con mayúsculas no tiene tiempo ni edad. La obra de esta artista manifiesta el poder subyugante que marca un concepto muy bien definido para que la mirada obtenga de él todo su mágico poder, primero, visual y, más tarde, significativo.
La escultura de Luisa Porras nos adentra en muchos de los planteamientos estéticos del arte de la segunda mitad del siglo XX, lo conceptual y lo mínimal, sobre todo; principios escultóricos que hoy son muy difíciles de encontrar; que abren perspectivas nuevas y que hacen plantearse al espectador nuevas miradas para obtener un resultado lleno emoción. Además nos hace circular por la materialización de una idea que ella dota de entidad mediante la pulcritud de líneas y formas siempre con los máximos gestos de una artista convincente y que nunca deja resquicios para la duda.
Luisa Porras es, sin duda, esa gran artista a la que todos convence porque su obra no tiene reveses ni medias tintas. Su trabajo está lleno de seriedad y rigor artístico. Con él se siente el feliz testimonio de una creación eterna a la que se llega con la sabia plenitud de una mirada clara y convencida.