La banca siempre gana
Cuando yo era adolescente, si tú abrías una cuenta o ingresabas dinero, periódicamente el banco o la caja te daba unos intereses por la cantidad que le habías prestado. No te hacías rico, pero hacía ilusión porque suponía un gesto de agradecimiento. Incluso se peleaban y competían con el regalo más inesperado: desde cadenas de música a ollas o vajillas. Han cambiado mucho las cosas. Primero. Hoy cobran por la más mínima cuestión, ya sea sacar tu propio dinero, tener una libreta, hacer una transferencia o realizar un pago. Lo llaman comisiones y no son moco de pavo. Aprovechando el periodo de confinamiento las entidades se dedicaron a menguar las cuentas de sus clientes. Por la cara. Segundo. Apuntándose a la moda de los centros de salud actualmente hay que pedir cita previa como si se tratara de una audiencia con el Papa. Da igual que te surja la necesidad en el momento, si no tienes concertada la cita, te aguantas. O haces cola en plena calle y en pleno frío por un tiempo desconocido, lo mismo jóvenes que ancianos. Tercero. El horario. Resulta que la caja ya sólo abre de 8.30 a 11.00. Olé. Hay que tener arte. Se ve que el resto de los mortales no trabaja ni tiene nada que hacer. Ya lo dice el refrán: “A quien madruga el banco ayuda”. Y si alguien llega más tarde a cobrar un cheque o hacer cualquier pregunta, la respuesta es un clásico, vuelva usted mañana. Y eso es lo que hay. En un mundo cada vez más bancarizado no se libra nadie. Ya sé que utilizan argumentos tan variopintos como la seguridad o la fidelización de los clientes. Y por supuesto esa modernidad tecnológica tan venerada. Con las aplicaciones en el móvil, con las cuentas on line, con los chats con tu agente ya nadie tiene que ir a la oficina del banco. Les recuerdo que sigue siendo nuestro dinero.