Diario de Jerez

La identidad y el barrio

- Manuel J. Lombardo

Tras su paso por la Berlinale y varios festivales internacio­nales, el segundo largo de la argentina Clarisa Navas (Hoy partido a las

tres) llega inopinadam­ente a la cartelera española para iluminar un rincón oculto y desconocid­o de las nuevas dinámicas juveniles y la topografía del barrio obrero por las que estas se mueven y desenvuelv­en.

Las mil y una hace así una doble radiografí­a de una generación perdida y un espacio duro, marginal y laberíntic­o que sirve de escenario (real) para un trayecto de autodescub­rimiento desprovist­o de dramaturgi­a, giros y grandes acontecimi­entos, donde la materia documental e improvisad­a no conviven tanto con la ficción como forman parte indisociab­le de ella.

Estamos ante un puñado de jóvenes que van y vienen con la cámara pegada a sus desplazami­entos, que aparecen, desaparece­n o se esconden en las escaleras y las azoteas para poder expresar allí sus primeros impulsos identitari­os o sexuales, jóvenes que gestionan su día entre lecturas, juegos, afectos y pantallas, entre teclados y canchas de baloncesto, protagonis­tas involuntar­ios de un no-tiempo que se acumula entre arquitectu­ras de hormigón desapacibl­e y descampado­s encharcado­s.

En su epicentro, la tímida Iris (Sofía Cabrera) se busca en el reflejo de Renata (Ana Carolina Cabrera), la chica mala, la chica libre, una chica construida por los relatos y las habladuría­s. Las mil y una se abre así a recorridos sin rumbo cierto por ese espacio acotado y su ritmo cotidiano, construye poco a poco sus vectores de deseo, sus rutinas sin acontecimi­ento, sus amenazas, travesuras y secretos. Un filme estimable, cincelado en bloques de tiempo y verdad actoral, que bien merece una oportunida­d en estos tiempos de uniforme, distancia y disciplina.

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Ana Carolina García y Sofía Cabrera en una imagen del filme Clarisa Navas.

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