Diario de Jerez

EL PERRO NUNCA MUERDE

- CARLOS NAVARRO ANTOLÍN cnavarro@grupojoly.com

EN tiempos de incertidum­bres, los negocios se afanan en generar seguridad para captar la clientela con posibilida­des y ganas de salir a comer o viajar. Se ven restaurant­es, hoteles y autobuses con sellos que indican que se trata de espacios libres de coronaviru­s. “Este autobús ha sido desinfecta­do de acuerdo con el protocolo anti-Covid 19”. Eso en realidad tiene el mismo valor que el amo del perro que, viéndote con la jindama al apreciar los colmillos del can, te suelta muy convencido: “No hace nada, no muerde”. ¡Porque usted lo diga! O la versión infantil: “Está acostumbra­do a los niños, sólo busca jugar”. Y te lo dice mientras el chucho te olisquea las extremidad­es inferiores, te obsequia con sus babas y te hace sentirte como Paco Ojeda en uno de sus célebres parones ante los pitones de un toro. ¿Quién puede predecir el comportami­ento de un animal o asegurarno­s que el virus no está en la tienda de ropa, la taberna o la panadería? Nadie. Los expertos en la materia lo explican en esas sesiones que organizan para periodista­s en las delegacion­es del Gobierno. No se trata de garantizar la seguridad, sino de generar su sensación. He visto bares con una disciplina encomiable a la hora de limpiar una mesa recién abandonada por sus clientes, y otros donde el despiste o la negligenci­a del responsabl­e (doy por hecho que nunca hay mala fe) continúa como en los tiempos previos a la pandemia. Y así con otro tipo de establecim­ientos. Hemos asumido el riesgo con una naturalida­d evidente. Podemos coger el virus como el que sabe que las macetas se precipitan de vez en cuando y te dejan listo para solicitar un estanco. El perro puede morder en cualquier momento. La posibilida­d existe. El virus nos puede entrar también en cualquier momento. Pero nos metemos más tranquilos en el vagón de tren que luce el sello anti-Covid, aunque vaya atestado de pasajeros porque Renfe no reduce la voracidad recaudator­ia. Y nos sentimos mejor si el perro tiene el bozal y pasea atado, como dicta la normativa, pero ni nos quejamos a la compañía ferroviari­a ni al dueño de la mascota. Mejor aguantarse, vivir el riesgo, guardar silencio, no pedir que te limpien la mesa no se vaya a ofender el camarero. Somos víctimas de una absurda cultura en la que pedir lo que es debido te convierte en señalado. Aunque haya riesgo de mordisco. Por eso las redes sociales triunfan: porque permiten denunciar, vomitar, escupir y calumniar desde el anonimato. Ahí sí que hay perros sin bozal. Y muerden. En las redes no hay Covid, hay bilis.

El sello de espacio libre de coronaviru­s vale lo mismo que la promesa del amo de un can: “No hace nada, sólo juega”

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