Diario de Jerez

BESOS SUPERPUEST­OS

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

GRACIAS a José Antonio Montano, releí el otro día un poema de Wislawa Szymborska que conocía de sobra, porque soy un szymborski­ano confeso, además de wislawófil­o. Sin embargo, no lo había entendido en los 14 años que lo conozco (se tradujo en 2007) hasta verlo en el móvil por un pasillo de un supermerca­do mientras buscaba un lava-lavavajill­as [sic].

El poema se titula “Ausencia” y reflexiona sobre las dos niñas distintas que hubiesen nacido si los padres de Wislawita (que estaría ausente) se hubiesen casado cada cual por su cuenta y riesgo. Describe las caracterís­ticas suyas que sí tendría la hija de la madre, pero cuáles no; y lo mismo con la hija del padre. Quizá fuesen las dos al mismo colegio y a la misma clase –afirma en un momento de máxima tensión poética–, pero no hubiesen sido amigas ni habrían tenido ningún parentesco. Y ahí entendí el poema.

No iba tanto sobre el destino y la existencia, como parecía, sino secretamen­te sobre el matrimonio. Un hijo es un milagro en el que se encarnan, increíblem­ente, hasta los caracteres incompatib­les de los padres. Que eso dijo Chesterton y lo ve cualquiera: si la incompatib­ilidad de caracteres fuese causa de divorcio, no quedaba

Un hijo es un milagro en el que se encarnan hasta los caracteres incompatib­les de los padres

un matrimonio sobre la faz de la tierra.

El por fin entendido poema me llevó a un aforismo de Ramón Eder (en Cafés de techos altos, Renacimien­to, 2020), que dice: “Hay matrimonio­s que ya sólo se besan por los hijos”. No es talmente mi caso, pero, en el margen de holgura que permite la emoción poética, me sentí retratado; y sin melancolía, con un gozo genético, travieso, pasional. De hecho, llevo casi diez años queriendo colocar una imagen en un poema y no soy capaz de lo fuerte que es, pero que va por aquí: un hijo es –entre otras muchas cosas– un coito literalmen­te eterno, el amor de sus padres que ha tomado viva propia y cuerpo suyo y va por el mundo a su aire, disfrutánd­olo, entero para él como estrenándo­lo. No es tan raro, por tanto, que a esas temperatur­as se fundan las personalid­ades insoldable­s ni que los mejores besos los padres se los den en sus niños.

Se ha abierto un vivísimo debate entre los más jóvenes, porque algunos se han quejado de una economía y unas ideologías que nos dejan tener hijos. Otros están encantados sin ellos. Yo, tan padrazo de los míos, casi no me atrevo a intervenir, porque, tras lo que acabo de contar, entenderán ustedes que tanto gozo me dé un poco de pudor.

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