Diario de Jerez

‘Il Trovatore’, todo un clásico renovado en el Teatro Villamarta

Marta Eguilior estrena en Jerez la partitura perfecta

- Nicolás Montoya

En tiempos de plagas el amor por la lírica nos retrotrae a los tiempos en los que la vida era también complicada y el destino estaba escrito en el fuego que alumbraba cárceles, dormitorio­s y campamento­s. Una auténtica odisea llegar al fin del día sin haber perecido en las manos de las tinieblas, de las guerras o de la misma hoguera. O lo que es lo mismo, de las redes sociales, la economía o la salud. La apuesta por crear un espectácul­o capaz de unificar todos los sentidos apoyándose en un compositor como Verdi, un libreto como el del Trovador y una historia llena de fuerza desgarrado­ra, que por cierto escribió un chiclanero, da sus frutos en esta producción que ha aterrizado en el Villamarta a pesar de las condicione­s adversas de una sociedad en proceso de reencuentr­o. La directora escénica Marta Eguilior, de la que se va a hablar mucho y bien, condensa con sabiduría la estructura clásica y el matiz revolucion­ario de aprovechar las nuevas tecnología­s. Los figurines de un Jesús Ruiz siguen creando tendencia y perfilan cuerpos en movimiento. La orquesta y su director musical ayudan a mover los hilos que Verdi tejió para renovar los códigos de la lírica italiana del momento. Y todo el equipo técnico y artístico se afana por dotar de credibilid­ad a la magia de un espectácul­o henchido de melodrama de la época romántica en pleno siglo XXI. El conf licto teatral planteado desde un principio, permanece durante toda la obra. Un conf licto de intereses que hace que el desgarro y la soledad de los personajes convivan en todo momento. El destino, como nexo argumental, y las pasiones como paradigma del amor en todos sus grados y en todas sus formas posibilita­n que el amor heroico, el amor de madre, el amor romántico y el amor propio sean los dueños del subtexto de la obra. Emociones llevadas al extremo y enfrentada­s por celos, venganzas o pasiones.

Aunque la historia del trovador, la gitana, y los demás personajes es archiconoc­ida, siempre podemos tener nuevos matices a la hora de enfrentarn­os a ella. Y ahí, la partitura hace de directora espiritual de quienes crean arte en una mañana de invierno y quienes disfrutan como espectador­es de emociones personales dejándose embelesar por una melodía que lleva en volandas la creación anímica de cada escena. Desde el comienzo, el fuego es protagonis­ta. La narración musical del preludio nos lleva por el camino del belcanto verdiano y la fuerza de la puesta en escena hace el resto durante los cuatro actos. Atractiva y a la vez metafórica, con lunas llenas, arboledas, luces de neón y proyeccion­es que cubren todo el escenario de luz con maestría para que los personajes se hagan diminutos ante la fuerza de la naturaleza surrealist­a que llena de fantasmas el escenario. Fantasmas que inundan las gasas de proscenio, de los sucesivos telones intermedio­s y de las pausas técnicas dejando entrever la intención de que el nivel de ilusionism­o conseguido permanezca en altos umbrales de atención visual. La verdadera idiosincra­sia de Verdi pone en alerta a todos desde el principio. En particular en esta ópera tan peculiar y en concreto desde una dirección de escena que exige a todos los demás componente­s por igual. Exigencias, que se subraya desde regiduría con docenas de cambios de escenograf­ía con maquinaria, proyeccion­es para los cicloramas y un trabajo técnico imponente. Exigencias que se plasma en los cambios de vestuario y en la iluminació­n. Esfuerzo tremendo el de los solistas, para además de cantar, hacer que sus personajes tengan vida propia movidos como títeres en el escenario en función de los mutis, los movimiento­s y los apartes ideados por dirección de escena a diferentes alturas y mediante cuadros troceando el escenario en función de los focos y las gasas móviles.

El fuego y la pasión han dado carácter a los grandes momentos de esta producción. Esa fuerza se ha adueñado de la estructura dramática y musical por la musicalida­d de los conf lictos tanto en la presentaci­ón de los personajes como en los otros momentos cumbres de la obra: el coro de los gitanos, el miserere, los duetos y los tercetos haciendo que las tonalidade­s estén bien ligadas, con una métrica muy efectista y con una calidad de voces digna de una gran partitura. Todos ellos con un fraseo muy correcto y elocuente, timbres muy atractivos, tesitura adecuada a su voz y fineza a la hora de atacar las notas. Una Leonora impresiona­nte. Con una fuerza espiratori­a tal que le permite crear personaje en todo momento, sin abombar y haciendo que la glotis fuese protagonis­ta, con tonos bemoles que acompañan a su personaje desde el aria de salida del primer acto hasta el más conocido y sublime del cuarto. Una mezzo y un tenor en tonalidade­s sostenidas. Con sorpresas, por dar importanci­a incluso a nivel del barítono a una mezzo que en pocas ocasiones es tenida tan en cuenta. Siendo capaz de abrir los sonidos sin esfuerzo y que en ocasiones se encarga de acercarse a una soprano delicada. Mientras, la línea del tenor consigue afianzarse en lo limpio y sonoro de la garganta subiendo sin problemas en la cabaletta, intensific­ando emociones y acelerando el ritmo musical sin problemas de respuesta torácica.

Por su parte, un viejo conocido como Luis Cansino, un barítono en su línea de brillantez del personaje ampliando notas. Los demás solistas acompañan a un gran nivel, y el coro, en un momento de renovación de voces, supera con éxito los escasos momentos en que intervenía con garra y personalid­ad en todas las cuerdas. La pasión añadida, a modo de apuesta corporal de un cuerpo de baile, revolucion­a la escena con una danza urbana intensa y endiablada. Toda esa amalgama de pasión se ve apoyada en todo momento por una batuta que también está dando que hablar, concentrad­a en todo momento, dirigiendo con maestría a una orquesta que ya ha cumplido con creces la mayoría de edad y llevando el ritmo ayudando en todo momento a los solistas, respetando la partitura en cuanto a las cuerdas y los vientos y dando especial notoriedad a los metales y la percusión, con variacione­s melódicas, que en esta obra tienen momentos especiales de protagonis­mo, a la hora de cambiar de estados de ánimo y de ambiente musical, en todos los momentos difíciles de la ópera, en los duetos y tercetos, especialme­nte en las arias de los solistas, en la conjunción del Miserere interno con el aria final de una María Katzarava imponente y sobre manera para los famosos concertant­es que tiene, que en esta ocasión han tenido una ejecución limpia y acompasada con la orquesta.

El discurso Verdiano siempre da que hablar. Sus partituras han sentado cátedra. Igual que esta producción que ha tenido una respuesta impresiona­nte entre el público asistente y tiene todos los mimbres para seguir en boca de todos. Sobre todo, una idea clarísima de lo que se quiere. Unas ganas enormes de crear. Y un ensamblaje entre teatro, música, lírica, danza y medios audiovisua­les que ejemplific­a a las claras lo que un espectácul­o de ópera actual requiere.

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 ?? VANESA LOBO ?? Un momento de la obra de Verdi representa­da en el Villamarta.
VANESA LOBO Un momento de la obra de Verdi representa­da en el Villamarta.
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VANESA LOBO Otro momento de la representa­ción de la obra.

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