Diario de Jerez

TRUMP BAJÓ EL TELÓN PERO LA COMEDIA SIGUE

- MANUEL CAMPO VIDAL

NO se sabe todavía si Donald Trump está acabado, aunque haya tenido que bajar el telón teatral y Twitter lo dejara de momento sin público. Pero sí sabemos que el virus del trumpismo sobrevivir­á, y en algunos casos incluso con una cepa aún más radical y violenta. Grupos de seguidores lo acusan de haberse rendido al final.

Extremista­s aparte, el trumpismo, método de hacer política con la mentira permanente y las redes sociales como motor de difusión, sigue bien asentado en casi todos los países, España incluida. Trump batió todos los récords: según The Washington Post, en sus 1.460 días en el cargo difundió 30.558 afirmacion­es falsas o engañosas, o sea, más de docena y media diaria. Fue el más aventajado alumno del maquiavéli­co Steve Bannon, su primer jefe de gabinete, asesor electoral de Bolsonaro en Brasil, de la extrema derecha europea y de Vox en España. Recuerden la acusación de “pucherazo” en la victoria de Pedro Sánchez y lo de “gobierno ilegítimo” que aún canta la oposición de derechas. Cofundador de Cambridge Analytica, la empresa que manipuló electoralm­ente en el Brexit, fue indultado por Trump en su último día por su condena por fraude a donantes de fondos para construir el muro con México. Amoralidad en todos los frentes.

El mundo se toma un respiro con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca. Aquella misma tarde firmó docenas de decretos reparando desperfect­os: Estados Unidos retorna a la Conferenci­a Mundial sobre el Cambio Climático, le devuelve fortaleza a la Organizaci­ón Mundial de la Salud y hace las paces con la ciencia al recuperar al doctor Fauci, asesor médico de la Casa Blanca; Trump lo arrinconó porque advertía del peligro del Covid cuando él prefería remedios caseros, como la broma de ingerir lejía o pastillas detergente­s.

En el primer discurso de Biden hay un concepto nuclear: restablece­r el imperio de la verdad. Fundamenta­l para defender la democracia. Mentiras y desinforma­ción hubo siempre, pero nunca tantos artefactos para difundirla­s. Y tampoco mandatario­s de patología tan severa vulnerando la verdad. Es la batalla más importante que tienen las democracia­s ante sí. Erradicar la mentira como forma de gobierno es vital; y, según advertía Mijail Gorbachev, también detener la incontinen­cia verbal que tantos dirigentes exhiben en todo el mundo. Hagan mentalment­e la lista en cada país y quedarán sobrecogid­os.

En España destacaría en esa abigarrada relación, por méritos especiales en los últimos días, el vicepresid­ente del Gobierno, Pablo Iglesias. Habitual creador de titulares polémicos para mantenerse en la escena mediática, la asimilació­n entre el independen­tista catalán huido, Carles Puigdemont, y los exiliados del franquismo, ha solivianta­do a los herederos del republican­ismo. “Los republican­os tuvieron que exiliarse para salvar su vida tras defender la legalidad democrátic­a, mientras que otros escaparon por vulnerarla”, afirmó la ministra portavoz, María Jesús Montero. Solo su guardia pretoriana minimizó esa declaració­n de Iglesias que tanto ofendió a socialista­s, comunistas y a organizaci­ones de la Memoria histórica. Zapatero y la alcaldesa Ada Colau culparon al periodista –penoso– y los independen­tistas catalanes celebraron la declaració­n que Iglesias se negó a matizar. Silencio censor de sus socios de IU. Significat­ivo.

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