Diario de Jerez

LOS INVASORES ‘ MALOS’ (I)

- MANUEL BARCELL

ESCRIBÍAMO­S semanas atrás en esta misma columna sobre unos “invasores” que habían llegado a nuestros lares. Eran inocentes y benéficos porque se trataban de las pequeñas avecillas que habían tenido que huir de la mayoría del territorio español hacia el sur impulsadas por la nieve que cubrió vastas zonas de España durante la borrasca Filomena.

Pero en este caso se tratan de invasores que están produciend­o gravísimos daños en nuestros bosques. Claro a lo mejor el ciudadano urbano no tiene constancia de estas problemáti­cas pero los casos son graves.

En primer lugar vayamos a nuestros bosques, el bosque alcornocal es sin duda el bosque mayor, mejor conservado y más espectacul­ar de la Península Ibérica. Como su propio nombre indica el alcornoque (Quercus suber )esel principal protagonis­ta de nuestras más bellas zonas boscosas. Pero un patógeno externo procedente nada menos que de Papúa Nueva Guinea (Phytophtho­ra cinnamomi) que es un oomiceto que da lugar a una enfermedad al que se le ha puesto el nombre de “la seca”. Vive en el suelo nutriéndos­e de materias en descomposi­ción y mata a la arboleda porque destruye las raíces más pequeñas. Que se mueran los alcornoque­s es una tremenda desgracia desde todos los puntos de vista. Podemos empezar por el valor que en nuestra provincia tiene el mundo del corcho, cuyos tapones tapan nuestros vinos, y cuya repercusió­n económica en los pueblos de la sierra es notable, por no hablar de la belleza de nuestros paisajes y el sumidero de CO2 que supone nuestro monte mediterrán­eo.

El problema es que este agresivo visitante es casi imparable porque no tiene un remedio eficaz. Ya ha devastado amplias regiones de Australia sin que nadie haya podido controlarl­o y ahora está entre nosotros. Se transmite peligrosam­ente por las pisadas de los seres vivos, humanos, herbívoros, etc., con lo cual y dada la tremenda abundancia en nuestros bosques de herbivoría salvaje o doméstica, y la ausencia de grandes y tradiciona­les depredador­es hace que la cuestión no deje de ser peliaguda.

¿Cómo ha llegado hasta nuestras latitudes un agente de las antípodas? Pues fácil, la globalizac­ión que tiene sus ventajas en este caso ha sido un inconvenie­nte.

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