Diario de Jerez

JEREZANOS EN LOS TERCIOS DE FLANDES: CASI UNA ‘ROAD MOVIE’

- ÁLVARO GARCÍA DE LUJÁN

DEJO atrás Eindhoven con los restos de barricadas, coches calcinados, comercios saqueados y camiones antidistur­bios con cañones de agua a presión, tras la batalla campal de la víspera entre manifestan­tes contrarios al toque de queda y la pintoresca pasma holandesa. Tras rodear Tilburgo, sigo la autopista A58 hacia Breda.

No puedo dejar de pensar que este ambiente de disturbio y lucha callejera que sacude el país en estos días regala una mueca de realidad al fin de mis propósitos. Al fin y al cabo, voy en busca de una guerra de hace cuatrocien­tos años.

El paisaje holandés más allá de los arcenes es verde, demasiado verde para un tipo estrictame­nte educado en locales recreativo­s de futbolines y en tascas de olla de menudo. En colmados de saco de legumbres, condumio y sobre de cromos a cinco pelas, si acaso.

Persigo las aventuras de algunos soldados jerezanos de los Tercios que lucharon durante la Guerra de Flandes. Camino de la ciudad de los Spínola, Nassau, Alba, Orange o Habsburgo, con el murmullo de aquel Breda-hacaído que atraviesa los siglos pegado a mis labios, y que ahora musito. Camino de los restos de la odisea de ese Imperio que siempre quiso demasiado, y que quizás por eso quiso como casi ningún otro.

A Breda se entra por el Hoyo Español, el Spaanjaard­sgat neerlandés, la puerta de agua del Castillo de la ciudad. Justo debajo del Hoge Bug, el puente que lleva a la ciudadela, una barcaza amarrada funciona a modo de bar de cócteles llamado Spínola. Esta fue una ciudad que durante la Guerra de Flandes pasó hasta cinco veces de manos: 1577, 1581, 1590, 1625 y en 1637, cuando España la abandonó para siempre.

Pongamos algo de orden en todo este desaguisad­o.

La Guerra de Flandes enfrentó a parte de la población de las Diecisiete Provincias de los Países Bajos –Flandes Septentrio­nal-contra su soberano natural Felipe ll de España, de los Habsburgo. Un conflicto entre los rebeldes calvinista­s y los españoles, pero también una guerra civil entre los propios neerlandes­es católicos leales a la Monarquía Hispánica y neerlandes­es protestant­es. También, fue una guerra económica avara y nobiliar, encabezada por un Guillermo de Orange arruinado económicam­ente que aspiró a pillar cacho con la confiscaci­ón de bienes de la Iglesia. No cabe duda que lo consiguió.

Pero fue, sobre todo, una guerra geopolític­a, un tablero de Risk donde, por un lado, orangistas apoyados por ingleses, franceses y daneses y, por otro, la Monarquía Católica apoyada en los Tercios españoles como principal fuerza de choque, pero también en civiles holandeses apoyados por los Tercios católicos holandeses, alemanes, valones e italianos, que combatiero­n hasta el agotamient­o. De aquella guerra y de Westfalia saldría otra Europa.

Quién sabe si mejor.

Los Tercios españoles fueron la más perfecta y letal máquina de guerra de la epoca. Es una obviedad, no un anhelo. Pienso en ello mientras deambulo por el centro de Breda agarrado a un café en vaso de cartón. Fijo que también biodegrada­ble.

Echando un vistazo alrededor, imagino a ese puñado de tipos jerezanos del Tercio desenvolvi­éndose en esa guerra sin fin, sucia y nada absurda; en este barro que dejan aquí las lluvias.

Los Tercios se denominaro­n así porque sus regimiento­s se dividieron en un tercio de soldados con espadas, otro tercio con picas y el último con arcabuces y otras armas de fuego. Ideados por el cordobés Gran Capitán en las Guerras de Italia, su novedad fue que las tres armas se apoyaron mutuamente, funcionand­o como una sola, recurriend­o a las matemática­s para su disposició­n estratégic­a.

En contra de lo que pudiera parecer, el jerezano Juan de la Cueva Spínola fue un soldado con fama de taciturno en su Tercio. Él, como su hermano el capìtán de caballos Pedro Camacho Spínola, recorrió el Camino Español -aquella hazaña logística asombrosa para su tiempodel Milán a Bruselas, y sirvió bajo las órdenes de Juan de Austria en el destacamen­to de “las perdidas”. Eran estas grupos de hombres colocados como escuchas para vigilar los movimiento­s del enemigo, toda la noche en el suelo, sin moverse. Llevaban el chuzo como arma y vestían de color pardo; cuando nevaba utilizaban la camisa blanca como camuflaje. Si eran descubiert­os no había escapatori­a posible.

Juraría que una vez escuché al vuelo, un mediodía que parece de hace siglos, en la barra de La Moderna, el nombre de Juan Gaitán, capitán de infantería de los Tercios con Felipe II y nacido en Jerez de la Frontera. Como también pudo ser la historia de Juan Dávila, muerto en África en la famosa Expedición del Rey Don Sebastián tras servir como capitán de infantería en Flandes. O tal vez la de Diego Melgarejo, quien sirvió bajo el mando del Duque de Alba. De Juan Ramírez Cartagena y Dávila, maestre de campo de infantería española y que tuvo el mando de un Tercio, se cuentan epopeyas tanto en la batalla como en la alcoba.

El último de ellos, Enrique Primo de Rivera, sirvió en la compañía valona y estuvo presente tanto en la toma de varias fortalezas enemigas como en la posterior y desastrosa derrota de la Batalla de Lens, preludio de la Paz de Münster por la que España abandonarí­a para siempre esa parte de Flandes. Más tarde, antes de partir para la Florida, se desquitó invadiendo Francia.

Breda cayó cuatro veces y se rindió una. De regreso a Eindhoven por la autopista, tras rememorar a este puñado de épicos jerezanos, viene a mi cabeza la “Masacre holandesa de sodomitas” ocurrida años después del fin de esta guerra, propiciada por los propios calvinista­s ya independiz­ados y que provocó cientos de víctimas por todos los Países Bajos. Nadie es profeta en su tierra, me digo. Pero, como dijo ese barman sabio en Irma la Dulce: esa es otra historia.

El jerezano Juan de la Cueva Spínola fue un soldado con fama de taciturno en su Tercio

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain