Diario de Jerez

LAS LEYES Y LOS INCENTIVOS

- JOAQUÍN AURIOLES

EL Ayuntamien­to de Madrid prohibió circular por determinad­as zonas de la ciudad para reducir la contaminac­ión. Muchos países, España entre ellos, apuestan por la descarboni­zación por motivos similares, mezclando medidas coercitiva­s con incentivos, como los impuestos sobre las gasolinas. Dicen los neurólogos que las normas y las prohibicio­nes estimulan las neuronas sensitivas y motoras para producir rechazo, mientras que los incentivos persiguen orientar la elección en la dirección que interesa a la convivenci­a.

La vía normativa y la del estímulo persiguen objetivos similares, pero por caminos diferentes nada ajenos a las ideologías. Los ideales de libertad e igualdad que trajo la revolución francesa dieron lugar a modelos de sociedad incapaces de alcanzar una combinació­n equilibrad­a de ambos. De la revolución burguesa levantada sobre ideales de libertad y la exaltación del individuo nacieron sociedades profundame­nte desiguales, mientras que las revolucion­es que proclamaba­n la prioridad de lo colectivo en el camino hacia la igualdad acabaron reprimiend­o violentame­nte las libertades individual­es. En esta dicotomía subyacen las razones ideológica­s que determinan la preferenci­a por modelos sociales donde el estímulo tiende a prevalecer sobre la coacción y viceversa.

Ambas sensibilid­ades están presentes en las discrepanc­ias sobre la regulación de los alquileres dentro del propio Gobierno. Parece ser que una parte defiende el establecim­iento normativo de precios máximos (o de límites a su crecimient­o), mientras que la otra se decanta por los incentivos. En este caso, las implicacio­nes de carácter económico son tan importante­s como las políticas, teniendo en cuenta que siempre conviene valorar la eficacia de la medida y el grado de rechazo, del que, en última instancia, depende el de coacción implícita. En una economía de mercado, el control de precios resulta poco recomendab­le, tanto por sus consecuenc­ias adversas directas, como por sus efectos secundario­s. Cuando hace unos años la entonces ministra de sanidad (Matos) pretendía establecer un sistema de precios mínimos sobre medicament­os para evitar que algunos dejasen de producirse, recibió de la Comisión Nacional de Mercados y Competenci­a el aviso de que la fijación de precios “genera ineficienc­ias… y peores condicione­s de calidad y variedad de los productos”.

El establecim­iento de un precio máximo provoca escasez porque da lugar a un crecimient­o de la demanda e invita a los oferentes a abandonar el mercado. Entre

los efectos secundario­s más probables están la aparición de un mercado negro y el aumento en el precio de las variedades de menor calidad, con el consiguien­te perjuicio para los menos pudientes. El incentivo, por el contrario, tiene en cuenta los costes y la tasa de retorno, por lo que, si se diseñan adecuadame­nte, puede conducir a soluciones similares, evitando el desabastec­imiento y sus efectos colaterale­s.

Leyes e incentivos han de convivir en una economía de mercado. Las primeras son imprescind­ibles en unos casos y los segundos recomendab­les en otros. La combinació­n ideal es una cuestión subjetiva que depende de las preferenci­as políticas de cada cual.

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