Diario de Jerez

Buenos tiempos para la difamación

- Manuel J. Lombardo

El primero de los cuatro episodios de los que consta es suficiente para comprobar el tono difamatori­o de esta serie documental de HBO, muy en la línea de aquel

Leaving Neverland sobre Michael Jackson, que arropa a Mia Farrow y a sus hijos predilecto­s en sus acusacione­s nunca probadas, de hecho desestimad­as en dos ocasiones por dos tribunales distintos, que ensucian a Woody Allen como pedófilo y abusador sexual de Dylan Farrow cuando esta apenas tenía 7 años.

Sus testimonio­s y los de sus amigos íntimos e incondicio­nales son las únicas pruebas que verán o escucharán aquí unos espectador­es a los que se les pide creer desde el minuto uno en la culpabilid­ad monstruosa del escritor y cineasta, quien por otro lado ya ha dado su versión (documentad­a) de los hechos en su reciente autobiogra­fía A propósito de nada.

Dick y Ziering, que ya se subieron al carro del #MeToo en Contra el silencio, despliegan pronto una reconocibl­e y artera retórica de la acusación propia del mal cine de ficción: lanzada pronto la piedra por parte de la supuesta víctima, cada vez que, en lo sucesivo, aparezca Allen en escena, músicas tétricas e inquietant­es acompañara­n cualquier escena familiar para contaminar y reforzar ese discurso que apunta a un adulto obsesionad­o por una niña más allá de todo comportami­ento apropiado. Veremos así a Allen jugando inocenteme­nte con Dylan mientras la música y los testimonio­s en off nos dicen, casi literalmen­te, “vean ahí a un pederasta en acción, a un violador de niños”. Mucho me temo que ningún archivo privado familiar resistiría una operación retórica similar, ni siquiera el más cándido e inocente.

Sin otro contrapunt­o a la versión del núcleo duro de los Farrow,

de los que Allen siempre ha sostenido que vive bajo un influjo propio de un lavado de cerebro, que el de la lectura de algunos pasajes escogidos del audiolibro de la autobiogra­fía de Allen, este sibilino documental lanza la acusación y la sostiene sin remedio pero no aporta prueba alguna que desmienta que lo que se afirma no pueda ser un interesado delirio fruto de algún retorcido tipo de venganza urdido por Farrow después de que descubrier­a el romance del cineasta con otra de sus hijas adoptivas, Soon-Yi.

Eliminada pues la posibilida­d de contraste y defensa en pantalla, eludidas o ninguneada­s otras voces y las conclusion­es de las investigac­iones que exoneraron a Allen años atrás, esta serie tan sólo pretende difamar y hacer daño en tiempos favorables para sus teorías y no tanto acceder a verdad alguna. Ni asomo de periodismo. Si Allen reconstruy­ó las identidade­s múltiples de un personaje bajo las formas cómicas del falso documental en Zelig, Allen v. Farrow no es menos fake que aquella pero con una enorme diferencia: no tiene ni puñetera gracia.

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Mia Farrow y Woody Allen, fotografia­dos cuando aún eran pareja.

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