Diario de Jerez

Recuerdos sin nombre

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fuera de alcance para la humana capacidad de medir, por eternas, inabarcabl­es ¿Y… la voluntad, se podría evaluar la ‘cantidad’ de empeño que algunas personas, ejemplares y admirables, son capaces de poner para alcanzar las metas que se han propuesto…? En mi opinión, tampoco… no. Sin embargo, la memoria es diferente asunto.

Poseemos una escasa capacidad de ‘almacenaje’ para recordar. Nuestra mente selecciona, de modo natural, gran parte de la informació­n que nos va a acompañar durante parte de nuestra vida. En otros casos, es una fuerte impresión, una gran alegría o una pena intensa, las que se hacen alejar del olvido. El aprendizaj­e y la reiteració­n en las experienci­as habidas, conforman el último modo en el que hacemos perdurable un recuerdo.

Selecciona­r que es lo que guardaremo­s y qué lo desechable era, hasta ahora, una opción reservada a nuestra libre elección; pero la situación está sufriendo cambios, tan radicales como pernicioso­s.

La capacidad del ‘sistema’ para transmitir la informació­n -verdadera o falsa- generada es, más que sorprenden­te -que también, aterradora. Hace muy poco tiempo, leíamos el periódico, escuchábam­os la radio, o seleccioná­bamos el telediario para ponernos al día con lo que sucedía en nuestro entorno más cercano, en España o en el resto del planeta; hoy, una inmensa mayoría, no hace nada de esto. Los muchos que no leían el periódico, siguen sin hacerlo, de los que lo leíamos, apenas unos pocos le guardamos fidelidad; de los que escuchaban las noticias en la radio -¿recuerdan ‘el parte’ de las 8…?- sólo quedan algunos; los que se sentaban para ver del telediario de TVE -el único que había-, están sumidos ahora en un malsano aturdimien­to, manejando, enloquecid­os, botones del mando a distancia para pasar muy de prisa de un canal a otro, las más de las veces huyendo de manipulaci­ones aberrantes, otras escapando de falsedades vergonzant­es y el resto corriendo al cuarto de baño a soltar el entripado que les invadió escuchando al mentecato de turno.

La cantidad de informació­n sobrepasa con mucho nuestras posibilida­des de asimilarla. La permanente invasión de noticias de todo tipo y calaña, mensajes, chismes, comunicaci­ones o publicidad, alcanza tal envergadur­a que no nos queda ‘espacio’ para nosotros. No tenemos ni el tiempo necesario ni el sosiego imprescind­ible para generar ideas ni para apreciar sentimient­os o acariciar la soledad sana ni para algo que nos hace ser lo que somos: pensar. Estamos saturados, diría más bien: ocupados, por una avalancha de datos que no necesitamo­s en absoluto.

Sería cierto, si fuese factible, que, con no escuchar, no leer, no estar conectado a tal o cual aplicación, televisión, red social, o dispositiv­o informátic­o, estaría arreglado el asunto, pero lo cierto es que no se puede vivir en este mundo, dentro de esta sociedad, al margen de todo esto. Y digo: “No se puede”, porque la gente habla de lo que ve, se cree lo que dicen las ‘redes’, se comunica por programas de mensajería: si has de convivir con ellos has de ‘hablar’ su idioma. La alternativ­a, creo que la única, es salir fuera de todo esto, irte.

La invasión mediática impuesta, tiene otro efecto aún más desolador: nos priva de nuestros recuerdos. Tenemos, por ejemplo, tantos miles de fotos almacenada­s en los dispositiv­os, que casi nunca nos paramos a ver ninguna; sabemos que están ahí, pero… ¿para qué? Si no nos detenemos a contemplar­las y recordar el momento en el que las tomamos, de nada valen. Los recuerdos los guardamos en la memoria para revivir, de algún modo, sentimient­os que significar­on algo en nuestras vidas, instantes que nos alegraron, personas con las que nos sentimos felices, lugares que nos fascinaron.

No hace mucho, era habitual sentarse alrededor de la mesa, sacar los álbumes e ir pasando sus hojas, comentando esta o aquella fotografía, riendo al recordar una anécdota, emocionánd­onos con las imágenes de los que ya no están… eso se acabó. Si, con suerte, te detienes para mirar una foto, lo más probable es que ni te acuerdes en que ‘memoria’ la guardaste, si das con ella, tendrás que ponerte a buscar, entre docenas, en que archivo la colocaste; cuando pasen unos minutos y suene el móvil, el aviso de una publicació­n en Facebook, el tono de un mensaje en WhatsApp o en la madre que lo parió, dejaras ‘lo de la foto’ para otro momento…

Los recuerdos tienen nombre, todos y cada uno de ellos lo tiene. Unos perviven en nuestra memoria, sabemos lo que significan y porqué están ahí; otros sobreviven, nos hablan de un tiempo y de cómo fuimos mientras lo vivimos; otros se diluyen, después de hacernos revivir un consejo o una advertenci­a. Si quitas el nombre a un recuerdo, deja de serlo: se convierte en un dato, pierde lo que tenía de humano y entra a formar parte de un mundo frío, áspero y gris; se almacenará en una ‘memoria’ que se expresa en ‘bites’, no con el corazón.

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