NOSTALGIA DE LO VIVIDO
PARA cualquiera que esté leyendo ahora mismo esto que escribo, hoy es el segundo martes santo más atípico de la historia de la Semana Santa que conocemos. Según la hora la que estés con este periódico entre tus manos -o tu pantalla-, en Jerez podría estar saliendo a la calle la procesión de la hermandad del Desconsuelo, la Clemencia o la Defensión, entre otras. Y lo dice alguien que, desde hace más de una década, ha obviado completamente esta semana que, para tantos y tantas, es la más grande del año.
La pasión de muchos cofrades es tal que en estos días hemos podido ver a numerosos de ellos visitar los templos que el año pasado, debido al confinamiento domiciliario, permanecieron cerrados durante la Semana Santa. Chaquetas, corbatas, saetas y mucha devoción de un sector muy arraigado a esta tradición que nunca pasa inadvertida en nuestra ciudad.
Y, evidentemente hablando solo por quien cuenta esto que lees, las ganas de volver a la normalidad -o de que todo esto nunca hubiera pasado- son tantas que, aún maldiciendo cada año el corte de las calles del centro o la excesiva aglomeración de personas, hasta echa de menos el ambiente cofrade en Jerez. Ese que no solo consiste en el olor a incienso, el sudor de los costaleros o una banda estremeciendo al público, sino que dota de una vida al centro histórico que no se ve en ningún otro momento del año. Vida, relaciones sociales, oxígeno a la hostelería y otros comercios y abrazos y reencuentros.
Está claro que la Semana Santa no es únicamente una sucesión de procesiones que salen y entran de sus casas año tras año y, quizás, esto de la covid19 también nos haga valorar aquellas cosas que tenemos por usuales y que hasta llegamos a odiar, pero que nos dejan un extraño sabor de boca cuando desaparecen de repente. Y sí: hablo con la seguridad de saber que, más de uno que se daba chocazos por no encontrar aparcamiento en el centro durante esta semana, también aceptaría encantado su berrenchín por volver a la antigua normalidad.