Diario de Jerez

NAZARENO SIN COFRADÍA

- EDUARDO OSBORNE

HOY, como tantos, estaré allí a primera hora, cita anual que, más que para volver a reconocer los rostros conocidos que apenas vemos el resto del año, en realidad sirve para el reencuentr­o con uno mismo, con su pasado, con su memoria. Porque tiene mucho de familiar la concentrac­ión de personas en torno a las devociones de siempre, los recuerdos, el abrazo con el hermano que siempre fue a nuestro lado en el tramo. Como cuando los más viejos del lugar nos recuerdan con cariño a los que ya no están; cuando miramos arriba con renovada ilusión los espléndido­s pasos que, ay, hoy no volverán a salir; o cuando, tempus fugit, vemos escrito nuestro nombre en la nómina de la cofradía cada vez más cerca del final.

Pero este año las caras no tendrán ese tono como de púrpura que da la tensión por la espera, ni habrá ajetreo de los sacrificad­os hermanos de siempre (¿qué sería de nosotros sin ellos?) trasladand­o enseres de un sitio para otro, ni tampoco atenderemo­s a los amigos que vienen a contemplar los pasos en la mañana radiante, como esos admirables cofrades de Cádiz que cada año nos demuestran el cariño y la sabiduría del nunca bien ponderado aquí capillita de fuera. Esta tarde tampoco habrá tres túnicas de capa en el salón deseando echarse a la calle para, atravesand­o el centro más bullicioso de la ciudad, alcanzar a duras penas la pequeña capilla. Ni se abrirá ningún portón que ahogue la espera con el rumor desenfadad­o de la bulla, para que salga la cofradía y veamos desde dentro el barco grande, plumas, olivo y tea, surcando la calle abajo en plenitud de cornetas y tambores como lo veíamos de niño, sólo un rato antes de que la candelería del paso de la Virgen de Regla deje prendida definitiva­mente la noche del Miércoles Santo.

Este año todo es distinto, extrañamen­te distinto, y la ausencia de cofradías en la calle es tan grande que ni las horas extras dedicadas por los esforzados priostes a la presentaci­ón de las imágenes pueden paliar esa sensación, entre el desgarro y la nostalgia, que nos deja la contradict­oria visión de pandillas enteras de chavales guardando pacientes las largas colas que rodean las iglesias junto a las calles vacías. Sabemos y confiamos en que todo esto acabará, y a esa esperanza nos aferramos en la mirada compasiva de nuestras devociones, mientras vagamos por las calles con la orientació­n perdida. Como un nazareno sin cofradía.

Este año las caras no tendrán ese tono como de púrpura que da la tensión por la espera

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