Diario de Jerez

PROCESIONE­S EN LA CALLE

- IGNACIO GARCÍA

MUJERES herederas de una historia de ninguneo y hasta desprecio. Con múltiples cicatrices en su cuerpo, en su rostro. Con los dientes gastados de tanto apretarlos para seguir adelante. Cansadas de que nunca se les conceda el beneficio de la duda, de que se les reserve solo la segunda fila. Llevando encima cruces que están a punto de derrumbarl­as porque superan sus fuerzas.

Abuelas y abuelos que ahora sienten un miedo extra, añadido al que vienen acumulando – y a la vez intentando ignorar – por tener claro que lo que les queda es mucho menos de lo que han vivido. Porque en el último año han visto morir a mucha gente cercana: compañeros de residencia, amigos… Algunos han llegado a perder a su pareja de vida, del alma, a un hijo. Entonces, una pena infinita que no cura la vacuna. Cuando salen a la calle arrastran los pies despacio como tirando de pesadas cadenas.

Gentes de tez morena, de color, de ojos y labios grandes o de rasgos aindiados y pequeña estatura. En sus miradas hay de todo: miedo, ansiedad y timidez… aunque en algunos se aprecia una cierta desenvoltu­ra, propia de quien aún conserva la seguridad de que va a conseguir lo que quiere. Porque ya, por lo menos, están mejor que estaban en su tierra. O no y su desenvoltu­ra se disuelve con el tiempo. Dispuestos a trabajar en lo que sea, a cargar con lo más pesado, con lo que no quieren otros hombros mejor alimentado­s.

Hoy no saldrán en Jerez ni la Consolació­n, ni el “Prendi”. Pero nos podremos cruzar con muchos penitentes anónimos, de rostro cubierto por nuestra indiferenc­ia, que arrastran su doloroso itinerario acompañado­s de la banda sonora de la vida. Cuyos pasos y tronos son sus quebrantos diarios adornados de muchas lágrimas y alguna sonrisa.

Y dirán que no hay procesione­s en la calle.

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