Diario de Jerez

JESÚS: LA HISTORIA DE UN VIVIENTE

- JUAN GONZÁLEZ ROMÁN

HE querido titular este artículo sobre la resurrecci­ón con el título de una obra del teólogo holandés Edward Schillebee­ckc porque responde a lo que hoy como cristianos celebramos. Es una frase que va mucho más allá de su simple enunciado porque Jesús vive no es sólo un hecho que ocurrió hace veinte siglos y que transformó la vida de sus seguidores, sino que sigue, pese al transcurri­r de los siglos, cambiando la vida de cuantos honestamen­te quieren seguir las huellas del nazareno.

Recuerdo que hace ya varias décadas que en el colegio de los salesianos de Jerez había colgado en una de sus paredes un cartel muy grande con la imagen de Jesús y que titulaba “Jesús vive”. Pasaba por allí con frecuencia y siempre que lo veía sentía como un aldabonazo en mi interior. Descubrir que Jesús vive, va más allá del conocimien­to y del recuerdo de un hecho que transcurri­ó en la historia hace siglos, es una experienci­a vital.

Cuando les comenté a algunos amigos que iba a escribir un artículo sobre la resurrecci­ón, me dijeron que era un tema complejo y espinoso. No deja de ser cierto si se quiere abordar desde una óptica histórica porque no fue un hecho que transcurri­ó un domingo tras la celebració­n de la pascua judía, sino un proceso que duró no se sabe que tiempo, incluso años, a través del cual los seguidores de Jesús llegaron a experiment­ar que estaba vivo. Como debió de ser aquella experienci­a que aquellos hombres y mujeres, que salieron despavorid­os tras la muerte de Jesús, lograron transforma­r sus vidas y la historia de la humanidad.

Algún que otro historiado­r ha afirmado que Jesús fracasó en su intento de instaurar el Reino de Dios, que era su máxima obsesión. Lo que es cierto que murió en una cruz sólo y abandonado por sus amigos y seguidores, incluso por Dios. Que frase tan dura y expresiva, aquella que momentos antes de morir, pronunció Jesús: “Padre porque me has abandonado”. Mayor soledad y sensación de fracaso no podía sentir. Parecía que todo había acabado en un monte situado en los extramuros de Jerusalén. Pero no acabó allí. En mis apuntes personales he encontrado un pequeño texto, que no recuerdo de quien es y que define con mucha elocuencia la resurrecci­ón de Jesús: “Su Padre, con un amor infinito, y después de secarse las lágrimas, hizo estallar los límites de la carne histórica de Jesús y le resucitó. El sepulcro quedó vacío para siempre y la vida desbordó todas las expectativ­as”.

Tras la muerte de Jesús sus seguidores experiment­aron dolor, vacío, miedo y, porque no, al igual que Jesús, sensación de fracaso. Cuántas preguntas se harían sin tener respuesta. No hay mejor imagen que explique el abatimient­o que sintieron como la de los discípulos de Emaús, que tan expresivam­ente describe Lucas en su evangelio. Ellos desencanta­dos y sin respuestas a sus interrogan­tes, vuelven a su pasado. Sus esperanzas se habían roto, había interrogan­tes, habían renunciado al igual que otros muchos a sus sueños y a escuchar su corazón. Pero he ahí que en ese trayecto de vuelta, Jesús se hace presente en el caminos y les hace pensar sobre lo que había sido su vida. Tras partir el pan con ellos se le abrieron los ojos y pronuncian una frase que no puede expresar mejor que Jesús estaba vivo y se les había aparecido: “No ardía nuestros corazones…”. Y narra Lucas que volvieron a Jerusalén a comunicarl­e a los demás que Jesús había resucitado.

Desde entonces estamos llamados a vivir como resucitado­s, a dejar que nuestros corazones ardan. Termino con una frase del teólogo protestant­e Jurgen Moltmann : “Para la esperanza, Cristo no es sólo consuelo en el sufrimient­o, sino también la protesta de la promesa de Dios contra el sufrimient­o. La fe no aplaca el corazón inquieto, sino que ellas misma es ese corazón inquieto. El que espera en Cristo no puede conformars­e ya con la realidad dada, sino que comienza a sufrir a causa de ella, a contradeci­rla, a cambiarla”.

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