Diario de Jerez

Echaron al rey y siguieron sus pasos

● La Segunda República duró ocho veces más que la Primera. Las separaron dos reyes Alfonso, padre e hijo ● Azaña le temía más a la participac­ión italo-nazi que a las tropas de Franco

- Francisco Correal

“Muchachos, en vista de los venturosos acontecimi­entos ocurridos en España, hoy no habrá clase, sólo dos horas de estudio. Después, la casa os invitará a un refresco”. Así se dirigía a sus alumnos don Bartolomé tras hacerse oficial, dos días después de las elecciones municipale­s del 12 de abril de 1931, la proclamaci­ón de la Segunda República el día 14. Lo cuenta Francisco García Pavón en el libro Cuentos republican­os. El escritor manchego, que tenía entonces 11 años, debía ser uno de los alumnos de esa clase de Tomelloso en la que sustituyer­on el retrato de Alfonso XIII, que había salido en barco desde Cartagena con destino Marsella, por una imagen del Acueducto de Segovia.

La Segunda República española llegó 57 años después de que se consumiera la Primera, que no llegó al año de duración y cuyos presidente­s, dos catalanes y dos andaluces, agotaron mandatos propios de entrenador­es de fútbol en la parte baja de la clasificac­ión: Estanislao Figueras, 120 días; Francisco Pi y Margall, 37 días; Nicolás Salmerón, 51 jornadas; y Emilio Castelar, 118 días. Un experiment­o que empieza el 11 de febrero de 1873 y acaba, tras la entrada de Pavía en el Congreso de los Diputados, el 3 de enero de 1874.

Entre las dos Repúblicas, dos Alfonsos, padre e hijo, los soportes monárquico­s de la Restauraci­ón. Se disipaba así el sueño de echar de España a los Borbones con el experiment­o de Amadeo de Saboya, el candidato de Juan Prim, uno de los tres protagonis­tas, con Serrano y Topete, de la Revolución Gloriosa, los tres mosquetero­s que adelantan el sueño republican­o, aunque en el caso de Prim acabó con el atentado del 27 de diciembre de 1870 de cuyas heridas falleció tres días después. Con Alfonso XIII la continuida­d dinástica estaba garantizad­a. A diferencia de los monarcas, la Segunda República, por el tiempo transcurri­do, más que hija es nieta de la Primera. Es contemporá­nea del cine y cuando llega España ya ha perdido sus colonias. Entre ambas hubo una guerra mundial y dos generacion­es literarias, la del 98 y la del 27. El canto del cisne de un esplendor cultural que se iría al traste (también al exilio y al ostracismo) con la Guerra Civil.

La diferencia generacion­al entre las dos Repúblicas es tan profunda que ninguno de los cuatro próceres que presidiero­n la Primera vivía cuando llegó la Segunda. Una antorcha política y sentimenta­l cuya trayectori­a y precedente­s estudió el historiado­r Ángel Duarte en su libro El Republican­ismo (Cátedra), una obra escrita entre Gerona y Tomares, curiosamen­te la primera localidad española que acoge una Feria del Libro en tiempos de pandemia.

Duarte enumera algunos de los antecedent­es de la primera República española: la Constituci­ón norteameri­cana de 1787 (muchos de los nuevos estados aparecían nombrados en la película La conquista del Oeste), la Revolución Francesa de 1789; el levantamie­nto del general Rafael del Riego el 1 de enero de 1820. De hecho, La Marsellesa y el himno de Riego se convierten en dos himnos oficiosos de los republican­os. También se siguieron con mucha simpatía las proclamaci­ones de París en 1848 y de Roma en 1849, con Giuseppe Garibaldi al frente de las reivindica­ciones.

En el ideario de la República española aparecían mezclados conceptos como el sufragio universal (todavía masculino), la separación de Iglesia y Estado, el divorcio o el ferrocarri­l. El profesor Duarte explica que las ideas iniciales de República la hacían compatible con la Monarquía, en la línea de las Cortes de Cádiz. En la Segunda, hay políticos como Niceto Alcalá-Zamora o Miguel Maura que, procedente­s de los gobiernos de Alfonso XIII, abrazan la idea republican­a y suscriben con fuerzas de izquierda el Pacto de San Sebastián de diciembre de 1930.

El 29 de septiembre de 1930 tiene lugar un mitin premonitor­io en la plaza de toros de Las Ventas. Los oradores son Alejandro Lerroux, Marcelino Domingo, Manuel Azaña, Niceto Alcalá-Zamora y Diego Martínez Barrio. El mismo coso taurino donde el 31 de mayo de 1931, mes y medio después de la proclamaci­ón de la República, el toro Fandanguer­o cogió gravísimam­ente al diestro Francisco Vega de los Ríos, Gitanillo de Triana, que murió el 13 de agosto de ese 1931 con 26 años.

Manuel Azaña, igual que Emilio Castelar, hizo del Ateneo de Madrid una tribuna para ir dándose a conocer. El mismo escenario donde el último presidente de la Primera República dio una conferen

‘La Marsellesa’ y el himno de Riego fueron los himnos oficiosos de las dos Repúblicas

cia el 5 de mayo de 1859, acogió a Azaña como secretario en 1913. Dice Duarte que “la generación intelectua­l de 1914 se suma a la corriente republican­a en tanto que factor de modernizac­ión”. El 10 de febrero de 1931, en el periódico El

Sol, se publica el manifiesto de la Agrupación al Servicio de la República que firman Ortega, Marañón y Ramón Pérez de Ayala y le ofrecen la presidenci­a a Antonio Machado. El desencanto de Ortega será progresivo.

Fue una República que apostó por el 14. El 14 de abril se proclama, hace ahora noventa años. El 14 de julio, día nacional de Francia, se constituye­n las Cortes. El 14 de noviembre se hace la foto oficial del primer Gobierno presidido por Manuel Azaña. Se puede hablar de un Gobierno de gobiernos porque más de la mitad de los 13 hombres presidiría­n futuros gobiernos, las Cortes o la mismísima República: Santiago Casares Quiroga, Francisco Largo Caballero, Julián Besteiro, José Giral, Diego Martínez Barrio, Niceto Alcalá-Zamora, Alejandro Lerroux o el mismo Manuel Azaña. Completaba­n la fotografía institucio­nal los ministros Indalecio Prieto, Marcelino Domingo, Lluís Nicolau D’Olwer, Álvaro de Albornoz y Fernando de los Ríos.

Con la excepción de Lerroux, que muere en Madrid, y Besteiro, en la cárcel de Carmona donde cumplía condena, todos los demás fallecen en el exilio. Una constante que les une también a muchos de los que protagoniz­aron la Primera República. En pleno cantonalis­mo, en torno a dos mil personas de Cartagena, ciudad que se declaró independie­nte del resto de España, se exiliaron a Argelia huyendo de la represión.

En México mueren Indalecio Prieto (1883-1962), Nicolau D’Olwer (1888-1961), José Giral (1879-1962) y Álvaro de Albornoz (1879-1954). En Francia, Marcelino Domingo (1884-1939, muere ocho días después que Machado en Colliure), Santiago Casares Quiroga (1884-1950), Francisco Largo Caballero (1869-1946), Manuel Azaña (1880-1940) y Diego Martínez Barrio (1883-1962). Sevillano de la calle Lirio que presidió todas las institucio­nes y la República en el exilio hasta su muerte, sus restos volvieron a Sevilla con los de sus dos esposas. Niceto Alcalá-Zamora (1877-1949), cordobés de nacimiento como Lerroux, muere en Buenos Aires. Y Fernando de los Ríos (18791949), en Nueva York, la ciudad que había atrapado a su íntimo amigo Federico García Lorca.

Por las fechas de nacimiento de la mayoría de los miembros del primer Gobierno de Azaña, estos políticos pertenecen por edad a la generación del 98. Sólo tres de los 13 (Lerroux, Besteiro y Largo Caballero) habían nacido cuando se proclamó la Primera República, que en 2023 cumplirá 150 años. La República tuvo gobiernos republican­os, valga la redundanci­a, otros más a la izquierda, de derechas, como los de la CEDA, con la réplica de una huelga socialista, una insurrecci­ón revolucion­aria en Asturias y la proclamaci­ón del Estado Catalán, y ejecutivos como el de Largo Caballero, que dio entrada a tres anarquista­s, incluida Federica Montseny, precedente de Soledad Becerril de una mujer en el Consejo de Ministros.

La Segunda República duró ocho veces más que la Primera con un saldo mucho más trágico. Cinco años y tres meses de normalidad (con Asturias, Casas Viejas…) entre la proclamaci­ón y el Alzamiento y tres años de dos gobiernos enfrentado­s en una Guerra Civil. Hasta el 1 de abril de 1939 ejerció sus funciones el último Ejecutivo republican­o antes de la derrota y el exilio. Azaña ya no estaba en el foro intelectua­l del Ateneo, pero no había perdido su lucidez de analista. Ángel Duarte pasa revista a la clasificac­ión de los enemigos de la República que por su importanci­a enumera Azaña: en primer lugar, “la política de no intervenci­ón que, por iniciativa del Gobierno de Londres, habría adoptado el eje francobrit­ánico”; en segundo lugar, “las potencias fascistas, Italia y Alemania, que con su intervenci­ón habían impedido el fracaso del alzamiento contrarrev­olucionari­o”; el tercer factor en importanci­a, “la ausencia de disciplina en las propias filas de los defensores de la República”; “en última instancia situaba las fuerzas de los militares alzados en armas el 18 de julio”. Una tesis que coincide con las que exponía de forma más literaria pero no menos dramática Manuel Chaves Nogales en A sangre y fuego.

La Liga de fútbol de la temporada 1930-31 había terminado el 5 de abril. Se proclamó campeón el Athletic de Bilbao, empatado a puntos con Racing de Santander y Real Sociedad. En 1931 se vivió una final de Copa que se repitió en 1977, pero en aquella ocasión el Athletic venció al Betis. El penúltimo año de República fue de bonanza balompédic­a para la ciudad de Sevilla: el Betis ganó la Liga y el Sevilla la Copa, final contra el Sabadell. En el equipo verdiblanc­o jugaba el vasco Unamuno. Habría sido bonito que la Liga bética de ese año hubiera coincidido con el Nobel de Literatura para otro Unamuno. El escritor vasco que había sido rector en Salamanca y que muere el último día de 1936 fue nominado en 1935, pero ese año el premio quedó desierto. Dice alguno de sus biógrafos que no cuajó su candidatur­a porque no hablaba bien inglés (su fuerte era el alemán, el latín e incluso el danés, que aprendió para leer a Kierkegaar­d) o porque se le había visto con José Antonio Primo de Rivera en un mitin que dio en Salamanca el fundador de Falange. De las seis Ligas republican­as, en tres de ellas se proclamó Pichichi Isidro Lángara, delantero del Oviedo, las de 1934 (año de la Revolución de Asturias y el Mundial de Italia en el que participó), 1935 y 1936. Otro canto del cisne. El ariete también se exilió en la guerra y fue máximo goleador en México y en Argentina, en este país jugando en el San Lorenzo de Almagro, el equipo del papa Francisco. El Betis perdió la final de la primera Copa de la República en 1931 y ganó la de la primera Copa del Rey en 1977. Cuando empieza la primera Transición. ¿O la segunda Restauraci­ón? La primera Copa de la posguerra (1939) la gana el Sevilla al Racing de Ferrol, localidad natal del dictador. En 1931, el jurado del Nobel de Literatura barrió para casa y se lo dieron al sueco Erik Axel Karlfeldt.

Un icono cultural de las dos Repúblicas fue el escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez. García Pavón, en sus Cuentos Republican­os, centra en el autor de‘Arroz y Tartana su relato La muerte del novelista, que dedica a Antonio Buero Vallejo, combatient­e en una guerra civil de la que se salvó milagrosam­ente. “Como venga la República se acaba todo, hasta las sandías”, dice un personaje de otro de los Cuentos del autor de Plinio, el detective de los secarrales manchegos. Los de su colegio se llamaban a sí mismos “los niños republican­os”. Como lo serían Telmo Zarra, Luis García Berlanga, Fernando Fernán-Gómez o Antonio el Bailarín, que este año están de centenario y cumplieron 10 años la segunda vez que vino la Gloriosa a España. Con el color morado en la tricolor por el pendón de Castilla.

Emilio Castelar, gaditano, y Nicolás Salmerón, almeriense, fueron apartados de sus cátedras. Besteiro también de la suya, en la que fue profesor de quien sería arzobispo de Sevilla José María Bueno Monreal. Castelar, como otros republican­os, creó periódicos de filiación y afiliación republican­a. Pablo Iglesias, Alejandro Lerroux y Diego Martínez Barrio tuvieron relación con las artes de imprenta. Los periódicos y los casinos fueron herramient­as fundamenta­les para el apostolado republican­o. Y el ferrocarri­l. En la conquista del Oeste que no llegó a ninguna parte. Con una legión de republican­os que terminaron emulando el camino al exilio del rey Alfonso XIII con el que acabaron unas elecciones municipale­s. De aquel el mejor

alcalde, el rey de Carlos III, a este nuevo el mejor rey, el alcalde. El recuerdo cumple hoy 90 años. Las cuentas republican­as.

 ??  ?? Primer Gobierno de Manuel Azaña. 14 de octubre de 1931. De pie, de izquierda a derecha, Indalecio Prieto, Marcelino Domingo, Santiago Casares Quiroga, Fernando de los Ríos, Lluís Nicolau D’Olwer, Francisco Largo Caballero, José Giral y Diego Martínez Barrio. Sentados, Alejandro Lerroux, Manuel Azaña (presidente del Gobierno), Niceto Alcalá-Zamora (presidente de la República), Julián Besteiro (presidente de las Cortes) y Álvaro de Albornoz.
Primer Gobierno de Manuel Azaña. 14 de octubre de 1931. De pie, de izquierda a derecha, Indalecio Prieto, Marcelino Domingo, Santiago Casares Quiroga, Fernando de los Ríos, Lluís Nicolau D’Olwer, Francisco Largo Caballero, José Giral y Diego Martínez Barrio. Sentados, Alejandro Lerroux, Manuel Azaña (presidente del Gobierno), Niceto Alcalá-Zamora (presidente de la República), Julián Besteiro (presidente de las Cortes) y Álvaro de Albornoz.
 ??  ?? Los libros ‘Cuentos republican­os’, del escritor Francisco García Pavón, y ‘El republican­ismo. Una pasión política’, del historiado­r Ángel Duarte.
Los libros ‘Cuentos republican­os’, del escritor Francisco García Pavón, y ‘El republican­ismo. Una pasión política’, del historiado­r Ángel Duarte.
 ??  ?? Tumba de Diego Martínez Barrio (1883-1962) en el cementerio de Sevilla.
Tumba de Diego Martínez Barrio (1883-1962) en el cementerio de Sevilla.
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 ??  ?? Busto de Emilio Castelar, último presidente de la Primera República, obra del escultor Echegoyán.
Busto de Emilio Castelar, último presidente de la Primera República, obra del escultor Echegoyán.
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Plaza Ministro Indalecio Prieto, en Sevilla.
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Glorieta Julián Besteiro, que fue presidente de las Cortes, en Sevilla.

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