Diario de Jerez

Ladrillos

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EL único modo de acceder, con la posibilida­d de lograrlo, al mañana que hoy queremos es empezar a construirl­o desde hoy. Nadie lo va a hacer por nosotros, nadie se va a ocupar de recoger nuestros deseos ni mucho menos de trabajar por ellos para que sean el presente de ese futuro ansiado. No creo que tenga que esforzarme, queridos lectores, para convencerl­es de esto que escribo, aparte de que no me guste “tener” que convencer a nadie, es que quiero pensar que están ustedes amarrados a la realidad con sogas lo suficiente gruesas, como para no permitir que anhelos ilusorios les puedan hacer esperar que pueda desempeñar esta tarea alguien que no seamos nosotros mismos.

Nada, en lo que no comencemos a trabajar hoy, podrá ser realidad mañana. Los cimientos de cualquier futuro, que aspire a ser presente, no caerán del cielo ni surgirán de ninguna tierra que no acoja en sus entrañas la simiente de una voluntad sembrada.

Tal vez, si nuestro mundo fuese otro, pudiésemos albergar -sin que se nos tildase de ilusos- la esperanza de confiar en una buena voluntad general y en un empeño mutuo, unidos para trabajar juntos en construir ahora el escenario en el que mañana serán los que vienen después; pero no es esto lo que podemos sentir cuando palpamos, precisamen­te para sentir, la realidad en la que existimos.

No vivimos para lo que pensamos que lo hacemos. Se nos hace creer que es así, pero no lo es. Es una gran mentira -la más grande de todas-, muy bien diseñada, elaborada, retocada y -con el paso del tiempo- adaptada, pero mentira al fin.

Los niños, su educación, son los únicos ladrillos con los que podemos construir, con solidez, el edificio de un mundo mejor. Un lugar en el que la injusticia no sea lo sangrante que lo es hoy; dónde el sufrimient­o sólo llegue por causa ajena a nosotros, por imponderab­les, por destinos no labrados a base de envidias, vanidades o rencores; ese lugar en el que se aplauda al que se esfuerza y no se hunda al que triunfa; en el que se cuida, respeta y dignifica a los mayores, en el que se valora la experienci­a, en el que se persigue la solidarida­d; un lugar, sí, que podría existir en el mundo de lo posible… si nos enseñasen a todos a buscarlo. Puede que sea mucho pedir, pero estoy convencido de que, si no lográsemos hallarlo, podríamos acercarnos lo suficiente a él como para sentirnos satisfecho­s con nuestras vidas y bien a gusto con nosotros mismos; ahora, estamos tan lejos, tan desesperan­te y tristement­e lejos, que la remota posibilida­d de su existencia nos suena a cuento de hadas, novela de Tolkien, o a película de Jedis…

La educación de un chaval resultará tan importante como la herencia genética que lleva en su

ADN. Su vida, los actos que la condicione­n, será, de modo determinan­te, lo que le hayan enseñado, lo que haya aprendido y lo que, de esto, haya asumido.

Educar a niños, adolescent­es y jóvenes es el primer deber -intocablep­ara cualquier gobernante en el que haya algo de honestidad, decencia y lealtad. Digo “Educar”, con mayúscula, no adoctrinar, manipular, hipnotizar ni convencer, no, digo educar: “desarrolla­r las facultades intelectua­les, morales y afectivas de una persona de acuerdo con la cultura, la historia y las normas de convivenci­a y respeto”. Al parecer, hace demasiado tiempo que nuestros gobernante­s han perdido la honestidad, la decencia y la lealtad debida a los ciudadanos; no sólo “tocan” lo “intocable”, es que, sin asomo siquiera de sonrojo, lo soban y manosean, hasta hacer vulgar lo excepciona­l, rastrero lo noble y miserable lo eminente.

La Ley de Educación cambia con el gobierno de turno, cada uno de ellos, el que tocó ayer, el que sufrimos hoy o el que vendrá mañana, tratando de “arrimar el ascua a su sardina”, olvidando su ineludible obligación de velar por los intereses de las nuevas generacion­es antes que por los suyos, relegando al cuarto de los trastos viejos la necesidad imperiosa y vital de adiestrar y fortalecer, con bonhomía, prudencia y sabiduría, las mentes y los espíritus de los que mañana podrían hacer bien lo que nosotros hicimos mal… Por penosa desoladora desgracia, no es esto lo que importa a quienes debieran sacrificar su tiempo por lograrlo, ellos están a otra.

No les importamos, absolutame­nte nada. Somos “ladrillos”, sí, pero para levantar la muralla que les mantenga donde están. No les importa la educación, importa “su educación”, una con la que puedan conseguir más y mejores maleducado­s, con la que sea lo material lo que domine, la ignorancia la que reine, la incultura la que impere… Una con la que cambiar “ladrillos” por votos, para seguir mintiendo a quien resulta muy fácil engañar.

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