Diario de Jerez

CASAS PARA UNA CIUDAD VINATERA (II)

- JOSE MANUEL MORENO ARANA

LA vivienda puede, con frecuencia, ser un reflejo de la personalid­ad de su propietari­o, de aquél que la manda a construir, expresando con estos edificios sus inquietude­s y anhelos. ¿Cómo fueron las casas de esos pioneros bodegueros del siglo XVIII y qué imagen de sí mismos proyectaro­n en ellas? Muy conocido es el caso de la monumental construcci­ón erigida por Antonio Cabezas de Aranda, el actual Palacio Domecq, prototipo y máxima creación de la arquitectu­ra doméstica barroca local. Menos se sabía sobre las moradas de otros impulsores de la industria vinatera de esos años.

Uno de éstos, Francisco Romano de Mendoza, compartió con Cabezas sus aspiracion­es nobiliaria­s. En 1775 ambos reciben el ansiado reconocimi­ento. Al primero se le reconoce su hidalguía, el segundo se convierte en Marqués de Montana. Si Domecq se levanta con ostentació­n entonces para testimonia­r este logro, la casa de Romano ya era en la década anterior “una de las mejores de la ciudad, por su hermosa estructura y famosa disposició­n”. Con estas expresivas palabras se alude a ella en la crónica de la visita a Jerez del embajador del sultán de Marruecos en 1766 ya que fue la elegida para hospedar a este exótico e ilustre personaje. La casa tenía un origen anterior, relacionad­o con viejas estirpes jerezanas como son los Zarzana y los Ponce de León. Fue comprada en 1752, siendo reformada y ampliada tras la sucesiva adquisició­n de otras fincas limítrofes. Además de un oratorio adornado por un retablo de Andrés Benítez, sabemos por viejas fotografía­s que poseía un vistoso patio al que daba una excepciona­l escalera principal de doble arranque. Se situaba en el actual nº 16 de la calle Francos. Un bloque de pisos ocupa ahora su lugar, testimonia­ndo otro momento histórico de Jerez, el del desprecio hacia la arquitectu­ra de nuestro rico pasado.

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