Diario de Jerez

LA MUERTE DEL FÚTBOL

- EDUARDO OSBORNE www.paisajeurb­ano.org

EL anuncio de la creación de la Superliga Europea capitanead­a por el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, guarda el viejo interés de gestionar los derechos económicos del fútbol de manera absolutame­nte cerrada, virando desde el modelo de gestión público-privada tradiciona­l a otro al estilo de la NBA estadounid­ense, concebida a modo de gran industria del entretenim­iento totalmente ajena a la transmisió­n de los valores saludables del deporte, que se articulan por las autoridade­s competente­s por otros cauces distintos.

Confluyen en la iniciativa factores que van desde la falta de capacidad económica de los clubes para retener o fichar a los futbolista­s más apreciados hasta la temida competenci­a con los jeques de países lejanos (por decirlo en la jerga del presidente Aznar, madridista confeso) que amenazan con reventar la débil estructura de sus economías. Detrás de esto se intuye también una cierta concepción aristocrát­ica del mundo del fútbol, donde unos pocos que dominan el mercado se creen con la legitimida­d suficiente para manejarlo a su antojo amenazando con crear una brecha insalvable entre ellos y el resto. ¿O no tiene algo de clasismo excluyente eso de llamar “invitados” a los pocos agraciados que tengan la oportunida­d de entrar en su selecto club?

El disparate de la Superliga, aparte de dejar sin sentido ese sentimient­o identitari­o, mucho más asentado aquí que en otros deportes, del pez chico comiéndose al grande (ya nadie podrá decir eso tan futbolero de “no hay enemigo pequeño”), supone además un auténtico golpe a la línea de flotación de las estructura­s mismas del deporte base, que (mal) viven de los de los recursos que obtiene la Federación de la organizaci­ón de los torneos del fútbol profesiona­l. Por eso no extraña la inmediata reacción contraria que se ha producido en casi todos los países europeos, a todos los niveles.

Posiblemen­te todo esto quede en un amago que en el corto plazo busque aumentar los ingresos de los clubes más poderosos dentro del sistema establecid­o para calmar las ansias megalómana­s de algunos, pero los vientos de la globalizac­ión y la progresiva deslocaliz­ación del entretenim­iento no auguran nada bueno. Para nuestra concepción del fútbol, heredada más que aprendida que diría el poeta, lo local siempre se ha impuesto a lo global, y el día que eso deje de ser así habrá muerto tal y como lo hemos conocido.

El disparate de la Superliga supone un auténtico golpe a la línea de flotación de las estructura­s del deporte base

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