Contra la frivolidad
disciplinas como la historia, la escultura o la literatura. Conexiones que explora en Cháchara, una selección de escritos realizados a lo largo de veinte años, en los que cohabitan Aldo Rossi y Gordon Matta-Clark, Mies Van Der Rohe se enfrenta a Alejandro De La Sota y los juegos de palabras de Raymond Queneau encuentran ecos insospechados en los proyectos del estudio Arquitectura G.
Sin embargo, y más allá de las piruetas formales y de su profundidad crítica, lo interesante de Cháchara es que se puede leer como una colección de relatos cortos, en los que el estilo de escritura juega un papel fundamental y las figuras poéticas asoman entre líneas. Así, es posible entender la visita a una obra inacabada del arquitecto madrileño Paco Juan, que “consigue el más difícil todavía: construir las más bellas ruinas”, en clave detectivesca; la descripción de una casa de Valerio Olgiatti, que carece de jerarquías entre sus estancias, inspira un texto corrido en el que no existen mayúsculas ni puntos, aparte de un punto y final; y la historia del pabellón que Konstantin Mélnikov construyó para la Exposición Internacional de París de 1925 se convierte en un juego de espejos, en el que nada es lo que parece. Incluso hay espacio para el humor en el epílogo, cuando, siguiendo uno de los divertimentos de Queneau, una grávida sentencia de Mies Van Der Rohe degenera en abundancia de palabras inútiles: pura cháchara.
Por supuesto, no todos los estudios de arquitectura surgidos tras el cambio de milenio encajan en esa definición de “bienalistas”. También los hay que intentan trabajar un discurso propio, que sea ajeno a las modas y que responda a la complicada situación que esta generación ha tenido que afrontar: un entorno de crisis, con obras escasas y de escasa entidad, clientes casi siempre privados y presupuestos exiguos.