Diario de Jerez

EN LOS ORÍGENES DEL CAMINO DE SANTIAGO

- FRANCISCO SINGUL

ENTRE los años 820-30, el obispo Teodomiro de Iria identifica un antiguo edículo sepulcral aparecido en un cementerio olvidado, entre la maleza de un bosque situado en un apartado lugar de su diócesis, como la tumba del apóstol Santiago el Mayor. Según los textos medievales más antiguos que se refieren a este hecho, el edículo era una domuncula, es decir, una “casita”, de dos plantas. La superior serviría como capilla funeraria y en la inferior conformaba la cámara sepulcral, donde reposaban tres cuerpos en sus respectivo­s sarcófagos -así aparece en una conocida miniatura del Tumbo A, de principios del siglo XII-, identifica­dos como los de Santiago Zebedeo y sus discípulos Teodoro y Atanasio. Ante la llamada de Teodomiro, se personó en el lugar que pronto pasará a llamarase locus sancti Iacobi (el santo lugar de Santiago)- el rey Alfonso II. Desconocem­os de dónde partió el soberano astur, porque los documentos no especifica­n si en ese momento se encontraba en Oviedo u otra localidad de su reino (Lugo, Tui, Cangas de Onís, Samos, etc.).

Pero lo cierto es que el rey Casto quiso honrar la memoria de Santiago con la ordenación del locus sancti Iacobi, fundando la primitiva basílica sobre el edículo recién descubiert­o, establecie­ndo una comunidad eclesiásti­ca permanente para servir al santuario, compuesta por doce monjes y un abad que atendían el oficio divino supra corpus apostoli, puestos bajo autoridad diocesana de Teodomiro, y realizando la ofrenda al santuario de las tierras comprendid­as en un círculo en torno al sepulcro, con un radio de tres millas romanas (4.500 metros, más o menos). Aunque ni el rey ni el obispo pretendían fundar una población, se creó un asentamien­to preurbano que crecerá sin pausa. A este santuario monástico-martirial comenzaron a acudir peregrinos de modo espontáneo, aumentando su fama, de modo que a mediados del siglo IX ya era conocido fuera de las fronteras del reino. Prueba de ello es el ataque vikingo del año 858 contra Iria Flavia y la primitiva Compostela, frustrado por la muralla que había construido Alfonso II para proteger el santuario. Los temibles hombres del mar procedente­s de Escandinav­ia conocían la existencia de un santuario apostólico, que imaginaban f loreciente y pleno de riquezas. Tras este ataque que dañó la capital episcopal, iria Flavia, el obispo Adulfo II, prelado que guió los destinos de la sede entre 855 y 876, solicitó permiso al papa Nicolás I para trasladar la catedral a la iglesia construida por Alfonso II el Casto sobre el sepulcro de Santiago. Una petición que aprobó el sumo pontífice, a condición de que la iglesia de Iria no perdiese su condición de catedral.

El llamado Camino Primitivo, la ruta establecid­a entre la capital del reino, Oviedo, y el santo lugar, con una basílica cuya categoría eclesial había aumentado, se estableció posiblemen­te en época de Alfonso III el Magno, quien acudió piadosamen­te al sepulcro del apóstol en el año 872. Dos años después, en 874 y partiendo de Oviedo, regresó el monarca con la reina Jimena, para donarle a Santiago el Mayor, santo patrono del reino desde el siglo VIII, una cruz de oro y pedrerías con un texto grabado que mostraba el valor de una ofrenda en representa­ción de todo el reino astur. En 899 regresaría­n los reyes a Compostela para participar en la ceremonia de consagraci­ón de la nueva basílica de Santiago, la de mayores proporcion­es de la cristianda­d hispana de su época. Mayor incluso que la catedral de Oviedo.

En esta época, siendo obispo de Iria-Santiago Sisnando I (879920) comenzarán a llegar peregrinos procedente­s del reino y de otras tierras. Para eso se necesitaba un templo de gran capacidad, y por ese motivo el prelado funda a principios del siglo X el primer hospital de peregrinos. En 910, Alfonso III cambia la capitalida­d de Oviedo a León, y desde la nueva sede regia peregrina al locus sancti Iacobi para invocar la ayuda del santo patrono, pues a partir de 929 tendrá que hacer frente a las amenazas militares del recién proclamado Califato de Córdoba. Una ruta, la de León-Compostela, germen del Camino Francés, continuada por el rey Ramiro II, quien peregrinó hacia el 932, para ofrecer un voto al apóstol con motivo de su visita causa orationis.

En esta época ya habían llegado peregrinos europeos. En 930 se constata la presencia en Compostela de un individuo llamado Bretenaldo franco, poseedor de un huerto, y por lo tanto vecino del santo lugar; y se conoce también la peregrinac­ión de un monje alemán, en el mismo 930, quien al regresar a su patria informa que en Santiago había recuperado la vista, milagro espectacul­ar que animaría a otros. Unos buscando la sanación del cuerpo, otros la del alma. Este fue el caso del obispo Gotescalco de Le Puy, quien en diciembre de 950 peregrina con su séquito, pasando por tierras de La Rioja, lo que indica que el Camino Francés ya estaba en buena medida constituid­o, gracias a la labor de los reyes navarros. A su regreso a Le Puy, ya en 951, Gotescalco regresó a La Rioja, porque le había encargado la copia de un manuscrito en el monasterio de Albelda: un texto de san Ildefonso sobre la perpetua virginidad de la Virgen María, que todavía se conserva en la Biblioteca Nacional de Francia, en París.

La fe compartida y la esperanza en obtener ayuda supranatur­al en el santuario apostólico de Occidente constituye­ron, en estos siglos fundaciona­les del Camino de Santiago, pilares sólidos para el desarrollo de la peregrinac­ión jacobea. Un hecho de fe religiosa que activó las vías antiguas como caminos de peregrinac­ión, y que dio lugar a la realidad urbana compostela­na en época altomediev­al.

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Director del Área de Cultura del Plan Xacobeo

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