“Trato de ofrecer una novela honesta que no engañe al lector”
narrador más amplio me permite narrar no solo lo que piensa Ayla, sino también la percepción a la respuesta de los demás: el paternalismo de uno, el desprecio de otro, el menosprecio de los compañeros, el cariño de algún personaje que otro, como la señora Meyer, de quien la única descripción es que es mayor y huele a pan recién hecho; ¿a qué huele el pan recién hecho? Huele a casa, a calentito, a hogar. Por eso me interesaba ese punto de vista más amplio, distinto a Mascarell que es mucho más directo, más intuitivo y me permite también ahondar en su personalidad.
–Estuve hace casi tres años, fui de vacaciones, hice una pequeña ruta por varias ciudades y Frankfurt me chocó muchísimo. Frankfurt no es bonito, es la ciudad menos alemana de Alemania, dicen, y tiene un barrio rojo miserable y maloliente, tal y como lo describo en la novela, no es nada turístico ni es recomendable pasar por allí. La primera vez que estuve en el barrio rojo, como tanta gente, fue por accidente; estaba viendo la ciudad, los rascacielos, y de pronto me vi en calles con burdeles, con clubs, con chicas. Y en el barrio rojo, además, están las narcosalas, que aparecen en la novela, establecimientos que ha puesto el gobierno para que los toxicómanos se puedan inyectar su dosis con un mínimo de salubridad, con personal especializado que puede evitar sobredosis, incluso si quieren dejar la droga pueden acudir a ellos. El barrio rojo y las narcosalas están en el mismo sitio, como si hubieran querido concentrar todos los vicios en el mismo lugar, en las afueras se habrían convertido en un gueto. Están en pleno centro, a la sombra de los rasca