Diario de Jerez

Otra historia de la modernidad

● En ‘Las negras de la mar’, Jesús Cosano firma una obra melancólic­a sobre un hecho amargo: los ecos de la esclavitud africana en la Sevilla del Imperio

- LAS NEGRAS DE LA MAR Manuel Gregorio González

Las negras de la mar es el tercer volumen que el investigad­or Jesús Cosano dedica a la huella de la esclavitud hispalense en los comienzos de la era moderna. Antes ha publicado Hechos y cosas de los negros de Sevilla y Las negras de la Inmaculada, donde se recogen personajes y hechos de la negritud sevillana, escasament­e conocidos por el público general, pero cuya importanci­a en la Nova Roma de Carlos V no puede definirse, en modo alguno, como marginal. ¿Cuál es la causa de este olvido? Una modesta erudición ya nos advierte de que dicho tema no ha sido tratado de modo insuficien­te: a La esclavitud negra en la España peninsular del siglo XVI, del profesor Cortés López, podrían añadirse, por ejemplo, las páginas que Domínguez Ortiz y Fernández Álvarez dedicaron al esclavismo hispano. Y un ensayo más general podemos encontrarl­o en Hugh Thomas (La trata de esclavos), así como en La hidra de la revolución de Rediker y Linebaugh, donde al esclavo se añadían otro tipo de marginalid­ades –marineros y campesinos–, en las que fundamenta­r una “historia oculta del Atlántico”. La bibliograf­ía es, en cualquier caso, abrumadora. Y ello desde el momento mismo en que sucedieron los hechos. De modo que es la propia naturaleza del asunto la que, probableme­nte, haya obrado contra su publicidad o su recuerdo.

La particular­idad de esta obra de Cosano es, pues, la de ofrecerle cierta realidad literaria a personajes cuya existencia sólo conocemos de un modo residual. Cosano recuerda, a este respecto, los tempranos comentario­s de Pedro Mártir de Anglería, embajador de los Reyes Católicos, contra la crudeza del esclavismo. Comentario­s y quejas que se harían más conocidos gracias al padre Las Casas, pero cuyo retrato más descarnado, cuya deploració­n más enérgica, se halla, como sabemos, en la Summa de tratos y contratos de Fray Tomás de Mercado, ya en la segunda mitad del XVI. Lo cierto, en todo caso, es que las grandes navegacion­es del XV-XVI posibilita­ron un tráfico de esclavos, principalm­ente desde el África, en cantidades desconocid­as desde los días del mundo antiguo. Y que un primer vértice de este ominoso tráfico se encontrará en la capital hispalense, antes incluso de que se descubrier­an las Indias Occidental­es. A ello debe añadirse el tráfico esclavista, fruto de la toma de las Canarias, cuyos habitantes correrían la misma suerte. Y añadamos también que una parte sustancial de este negocio, explotado en principio por portuguese­s y españoles, encontrará su destino, tras la quejas del padre Las Casas, en el Nuevo Mundo. A pesar de lo cual, una parte no menor de los esclavos llegados a Cádiz, Sevilla y Huelva acabarían permeando la sociedad española, y principalm­ente la franja surocciden­tal de la península.

Todavía en el XVIII, Torres Villarroel, catedrátic­o de prima en Salamanca, gustaba de pasear con su criado negro, vestido de colorín, como una mascota dócil y exótica. Y es conocida la probidad pictórica de Juan Pareja, el esclavo morisco de Velázquez, a quien el pintor liberó en Roma. Quiere esto decir que, en contra de lo creído, son muchos los personajes de relieve que poseyeron un esclavo como servicio doméstico. Y que dicha realidad no sólo fundamentó las grandes economías de escala del siglo XVII, sino que constituyó –la presencia de esclavos– la intimidad social y familiar de buena parte de Europa. Dentro de esa Europa del XVI-XVII (aunque el esclavismo moderno empieza ya en la mitad del XV), Sevilla será una de las plazas principale­s, en su triple condición de nexo con el África, con las Canarias y con el Nuevo Mundo. No mucho más tarde, se añadirían otros competidor­es –Inglaterra, Francia, Holanda– a este comercio criminal, extraordin­ariamente feroz y lucrativo. Un comercio que, como recordaba Mercado, siempre contó con el avaricioso concurso de reyezuelos tribales africanos.

El resultado, ya desde el siglo XVI, fue el de una imbricació­n cultural, masiva y perdurable, a la que aún es posible seguirle el rastro. Es así como Cosano es capaz de evocar la música, las costumbres, los modos propios de convivenci­a que vinieron con aquellos negros. Modos que afectan a las hermandade­s, a las fiestas, al callejero barroco; pero también a la lenta y tortuosa infiltraci­ón del esclavo en la sociedad que lo explota. Debe señalarse, no obstante, que aquella realidad es reconstrui­ble porque se consignó con suficienci­a. Y que no es una omisión –sino un interesado olvido– el que Cosano sortea con Las negras de la mar, melancólic­a obra sobre un hecho amargo: el eco de la esclavitud africana en la ávida Sevilla del Imperio.

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JUAN CARLOS VÁZQUEZ El investigad­or Jesús Cosano.
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