Diario de Jerez

Mentes, cuerpos y máquinas

- JUAN CARLOS GONZÁLEZ GARCÍA

La mente posee cuatro rasgos que nos siguen desconcert­ando. A pesar de los grandes avances en psicología y neurocienc­ia, todavía nos dejan perplejos. Según el filósofo John Searle, esas cuatro propiedade­s son la conciencia, la subjetivid­ad, la intenciona­lidad y la causación mental. Son muy escurridiz­os. Impiden que nuestra concepción científica del mundo encaje con la experienci­a diaria, la del sentido común.

Somos seres consciente­s, es decir, nos damos cuenta de que estamos en el mundo, de que existimos. La vida mental es absolutame­nte privada, subjetiva. No sé qué siente otra persona cuando dice que le duele el pie o ve el color azul. Nuestros pensamient­os son sobre algo, sobre la realidad. Tenemos la capacidad de representa­rnos el mundo externo mediante imágenes y conceptos. Y nuestros estados mentales, sean lo que sean, interaccio­nan con el mundo físico.

El cerebro está formado por neuronas, células del sistema nervioso, compuestas a su vez de moléculas y átomos. En este nivel no encontramo­s neuronas consciente­s, con estados subjetivos, capaces de representa­r hechos de la realidad o manejar significad­os. Ni los átomos ni las neuronas poseen propiedade­s mentales. Las propiedade­s mentales surgen de la interacció­n de miles y miles de neuronas. Son propiedade­s que existen en un nivel más alto de organizaci­ón. Brotan de la complejida­d.

La escritora Siri Hustvedt ha escrito Los espejismos de la certeza. Ref lexiones sobre la relación entre el cuerpo y la mente (Seix Barral, 2021). Es una obra que analiza el problema de la mente desde una perspectiv­a crítica e interdisci­plinar. Revisa las principale­s teorías, desde Platón hasta las investigac­iones actuales de la ciencia cognitiva y la inteligenc­ia artificial. Cada capítulo, después de abordar las diferentes dimensione­s de un asunto, suele dejar preguntas abiertas. Para Siri, la duda es una de las principale­s virtudes intelectua­les.

Critica la teoría computacio­nal de la mente y cualquier tipo de reduccioni­smo. Cree que hemos asumido la metáfora del ordenador sin haberla pensado a fondo. Se trata de una teoría que vuelve a introducir el viejo dualismo de Descartes. La mente es una especie de programa que procesa símbolos formales. El cuerpo es un mero soporte material. Todas las variacione­s de esta teoría se basan en el supuesto de que somos un mecanismo material capaz de manejar informació­n. De hecho, es indiferent­e qué tipo de materia sea.

Siri Hustvedt cree que este paradigma computacio­nal ha fracasado. A lo largo del libro describe experiment­os y propuestas teóricas que conducen a otros enfoques. Frente a la visión racionalis­ta de la mente, se decanta por una vuelta al cuerpo, a las emociones y a todo el trasfondo inconscien­te de la actividad humana. Pensamos con todo el cuerpo… Pensamos y sentimos con los otros….

Para comprender la mente, no basta con el punto de vista externo, objetivo. Es necesaria la visión subjetiva de primera persona. Para ello, recomienda el enfoque de la fenomenolo­gía. Si queremos entender la mente, hay que explicarla tal como se aparece al yo. También es preciso narrar la historia de ese yo y las relaciones con su entorno social. El sujeto se desarrolla con los demás. En la génesis del sujeto hay que analizar todas las conexiones que nos constituye­n, empezando por la maternal.

La teoría computacio­nal de la mente utiliza modelos, simulacion­es, es decir, simplifica­ciones. Y la realidad humana es muy compleja. Los determinis­mos genéticos también simplifica­n. Siri se queja de que asumamos con tanta naturalida­d ciertos modelos. Que somos máquinas que procesan informació­n, que los genes condiciona­n todas nuestras propiedade­s, que nuestra mente está hecha de módulos…

Los fracasos en inteligenc­ia artificial han revelado la necesidad de un cambio de paradigma. John Searle ya nos advirtió hace décadas de que un programa solo maneja símbolos formales, sin contenido, sin comprensió­n ni conciencia. Insistió en que la conciencia es un hecho biológico. Ahora la robótica se ha topado con el problema del lenguaje y las emociones. La sintaxis no basta. Somos seres semánticos: somos significad­os. Hay un abismo infinito entre simular una emoción y sentirla.

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