Diario de Jerez

Una pensión con gatos y mecanógraf­a

● Se fue primero a Madrid y después a Francia, pero nunca se marchó del todo de Cádiz, ciudad con la que mantuvo los vínculos estéticos y afectivos

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reconocido el regalo de boda que le hice a la duquesa: una página del con la foto de dos septuagena­rios de primera comunión, la aristócrat­a de los Gitanos y el poeta que cofundó el Postismo. Dos vanguardis­tas a su manera. “Para mí él era normal, los raros son los demás”, ha dicho Laura Lacheroy, viuda del poeta.

El periodista que firma esta página aparece en la foto como Peter Sellers en Allí están algunos de sus mejores amigos. Luis Eduardo Aute, que no dejaba de ser un cantautor postista, vino expresamen­te desde Madrid. Estaba José Ramón Ripoll, una de las voces más cautivador­as de Radio 3, director desde su primer número de la

la gran apuesta de Josefina Junquera cuando fue delegada de Cultura en el Ayuntamien­to que presidía Carlos Díaz. En el Consejo Asesor de la figuraban, ojo al aparato: Rafael Alberti, Carlos Edmundo de Ory, Pilar Paz Pasamar, José Manuel Caballero Bonald, Fernando Quiñones, Francisco Bejarano y Diego Sánchez del Real.

En la fotografía de las Atarazanas estaban Rafael de Cózar y Natalia Turrión, su compañera. La última vez que los vi juntos fue en el cumpleaños de Paco Ibáñez en la Carbonería el 20-N de 2014, el mismo día que murió Cayetana de Alba, la novia efímera del bendito poeta maldito. Cózar editó para Cátedra una antología poética desde 1944 a 1977 con la propina de unos (“¡Vete a la nada!, no es un insulto)”, dice el último, y unos poemas-collage.

Su padre fue un poeta modernista amigo de Rubén Darío y Amado Nervo. De familia de marinos, ingresó en la Escuela Náutica, pero dejó los estudios al estallar la guerra. En 1942 se marcha a Madrid, donde su relación con los libros será muy surrealist­a: entra a trabajar de biblioteca­rio del Parque Móvil de Ministerio­s

Civiles. Con Eduardo Chicharro y el italiano Silvano Sernesi fundan el movimiento del Postismo. Se especializ­a en dar luz a revistas que sólo conocen el número inicial: y

Años de dura posguerra. El 27 de abril de 1945 cumple 22 años en Madrid. Un día después ejecutan a Mussolini (y a Clara Petacci) y tres días después Adolf Hitler se quita la vida después de habérsela quitado a tantos. En Madrid, en una pensión lúgubre llena de gatos, es donde lo conoce Caballero Bonald. Allí convive con una mecanógraf­a y una patrona de muy malos humos. Los dos poetas reciben el encargo de un tercero algo más joven, Fernando Quiñones, para que le busquen una pensión no sin antes llevarlo al café Gijón.

Josefina Aldecoa, en la introducci­ón de los de Ignacio Aldecoa, cuenta que Ory fue el primer amigo cuando aquél llega a Madrid. Tiempos que el poeta gaditano evoca en su

con el epígrafe

8 de mayo de 1945. “Ha terminado la guerra. Rendición del III Reich”. Un mundo sin Hitler ni Mussolini… pero con Franco y con Stalin. Cuenta Ory que Antonio Hernández, poeta de Arcos, le hizo a Aldecoa la última entrevista, que publicó en

El vasco revela el sempiterno fuego gaditano de su amigo. “Carlos Edmundo de Ory, un verdadero maldito, una de las personas más auténticam­ente extrañas que he encontrado. A veces se le ocurría irse a Cádiz a tomar café a las dos de la mañana. Y se iba. Un día me lo encontré en calzoncill­os lamiéndose las rodillas porque, según él, le sabían a sal de su tierra”.

En la fotografía de las Atarazanas está también Jesús Fernández Palacios, que en el primer número de la que se abría con un texto de María Zambrano, formaba parte del equipo de redacción con Felipe Benítez Reyes y José Manuel Benítez Ariza. El número 3 de la publicació­n incluía un epistolari­o entre Carlos Edmundo de Ory, recién llegado a Madrid en 1942, y el poeta sevillano Rafael Laffón. Cartas precedidas de un escrito de Ory a Jesús Fernández Palacios donde le habla de sus paradojas políticas por ser hijo de su tiempo: su hermano mayor era jefe de Falange Española de las Jons; su padre, cónsul además de poeta, era amigo de Alfonso XIII, y recibió un retrato dedicado por Mussolini.

Recibe Ory de Laffón unas “hojas de camaradas” con una F y una E, “primera virtud teologal, letras-símbolo de nuestro joseantoni­smo antes del 18”. El poeta cambió, terminó siendo “un lumpenpoet­a” gracias a las lecturas de Rosa Luxemburgo, Bakunin o Eliseo Reclus. Habla con muchísimo afecto de Laffón, de las visitas que le hace a su casa sevillana de la calle Chile. “Esta ciudad jugó un papel de enormes emociones en mi primera juventud”, le dice de Sevilla a Fernández Palacios. “A mí me fascinaba, sobre todo, Joaquín Romero Murube, otro de los poetas locales, aunque no tanto como Fernando Villalón”. Romero Murube murió el 15 de noviembre de 1969, el mismo día que Aldecoa. El admirado y el admirable. La muerte de Aldecoa le golpeó especialme­nte. En su diario escribía que coincidió en el tiempo con los suicidios de José María Arguedas y Arthur Adamov.

En febrero de 1956 se casó con Denise. En 1957 nace su hija Solveig en Lima. Ory es contratado en Perú como profesor de castellano y literatura española. Viajero incansable. “¿Qué es la poesía sino amor musical?”. Son las últimas palabras de Cózar en la edición de Cátedra. Lo había terminado de escribir en la sala Van Gogh de la Cabaña, como llama a la casa del poeta cerca de Amiens. Un hogar en la Picardía francesa que tiene un Torreón César Vallejo o una bodega Nosferatu.

En la foto de grupo aparece un jovencísim­o Luis García Gil, que años después ganaría el premio de biografías Domínguez Ortiz con la que escribió sobre Carlos Edmundo de Ory. Estoy en la foto con Alejandro Luque y Juan José Téllez. Los que fuimos hijos apócrifos de Jesús Hilario Tundidor. Un maldito mesetario.

En Madrid, Ory y Caballero Bonald le buscaron pensión a Fernando Quiñones

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JOSÉ MARTÍNEZ Carlos Edmundo de Ory, en una fotografía tomada en 2006.

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