AQUEL MANUEL BARRIOS
COMO tantos, el Manuel Barrios periodista desciende de don Mariano José de Larra. En sus columnas se mezclaban por igual el dolor y el humor. No llegó al pistoletazo ante el espejo, pero sí cargó con la cruz del desengaño que le produjo una democracia por la que tanto había luchado y que acabó mutando en eso que se llamó el Felipismo. Precisamente, el otro día, huroneando entre los libros polvorientos de un muerto, di con su Enciclopedia Básica del Felipismo, un opúsculo que viene a ser una especie de diccionario de urgencia de ese periodo de la Historia de España que hoy está mitificado por derechas e izquierdas, pero que en su momento contó con enemigos feroces. Manuel Barrios fue uno de ellos y es imposible leer cada una de las páginas de este librito sin escuchar los teclazos de rabia con los que fue escrito.
Felipe González, uno de los mejores presidentes de la historia contemporánea de España, no fue ni mucho menos ese santo que ahora nos quieren presentar algunos escritores de hagiografías. Fue un gran modernizador del país, cierto, pero también el responsable de que se instalasen definitivamente en nuestra democracia algunos de sus vicios más persistentes: la corrupción, la sumisión del Estado a los nacionalismos periféricos, la escandalosa coyunda entre el poder político y el económico,
Impagable su retrato de aquella España algo macarra y novorrica, de mechas y queridas, progreso y mamoneo
una cultura del despotismo presidencial, el esnobismo ministerial, el nepotismo... Demasiados ismos. Probablemente en la crítica de Manuel Barrios a estos años que cambiaron España hay algo de exageración indignada, pero también mucho de honestidad, de llamada de atención ante el aumento de ese “caudal de carpetovetónico de trapisondas, enjuagues y corruptelas” que, según él, representó el Felipismo.
Aún así, de esta Enciclopedia básica no nos interesa tanto el flagelo de socialistas como el impagable retrato que hace de aquella España en ebullición, algo macarra (¿alguna vez no lo ha sido?) y novorrica, de mechas y queridas, progreso y mamoneo. Es la que asoma en sus definiciones de Marta Chávarri –“la culminación de la pedagogía (el arte de enseñar)”– o de los ilustres frecuentadores a la “bodeguilla”, el búnker andaluz que Felipe el de Bellavista montó en aquel Madrid jet y neoborbónico. Ese es el Barrios que preferimos recordar, en el que la sátira es más humorística que amarga; el escribió páginas que hoy nos sirven para que no nos duerman con cuentos para niños.