Diario de Jerez

CENTRALIZA­CIÓN ES PROGRESO

- ARTURO FERNÁNDEZL­E GAL

HEMOS sabido hace unos días que un documento interno de Sumar, la plataforma de la vicepresid­enta Yolanda Díaz, apuesta por “desbordar el autonomism­o” con otro “contrato territoria­l” donde se consagra un sistema “a diferentes ritmos”, en función de las particular­idades de cada comunidad autónoma. Nada nuevo bajo el sol. Un paso más en la descentral­ización de un país que, cualquiera que compare y analice con un mínimo rigor, es de los más descentral­izados del mundo.

La socialdemo­cracia clásica promulgaba el Estado Social como instrument­o que tiene la ciudadanía para garantizar sus derechos. Su coste se sustenta en los impuestos progresivo­s que generan la redistribu­ción a través de unos servicios públicos de calidad, cuyo uso reduce las diferencia­s provocadas por la tiranía del origen. La verdadera meritocrac­ia se produce cuando el barrio en el que naces no marca para siempre las cartas de tu vida. Muchos principios del horizonte de emancipaci­ón de la izquierda política chocan en nuestros tiempos con un modelo descentral­izado y nadie lo cuestiona. Absoluto tabú. Silencio.

La descentral­ización fiscal destroza ese ideal. Cuando tienes los impuestos progresivo­s transferid­os a las comunidade­s autónomas, estas compiten para ponerlos a cero y atraer a las empresas. En la práctica, estás generando paraísos fiscales dentro del propio Estado, agujeros negros por donde se escapa la financiaci­ón del Estado Social. No es un problema menor.

Sucede en el Madrid de Ayuso, donde el neoliberal­ismo ha encontrado una autopista para su programa privatizad­or. Sucede en el País Vasco y Navarra, donde unos privilegio­s basados en la identidad histórica y amparados por la Constituci­ón permiten que dos de las regiones más ricas no aporten lo que deben a la Seguridad Social. Si no centraliza­s fiscalment­e, las vigas de tu Estado Social son endebles.

El Estado Autonómico sepulta el interés general también en materia de derechos. En sanidad, hay pruebas para enfermedad­es que están cubiertas en unas comunidade­s y en otras no. Cinco kilómetros más allá de una frontera autonómica pueden suponer la diferencia entre la vida o la muerte. En educación, hay diferencia­s de miles de euros en acceso a universida­des públicas dependiend­o de la región. En la Administra­ción, las lenguas cooficiale­s están siendo usadas de barrera de entrada para ciudadanos de otras partes del país. ¿Es tan extravagan­te pedir un historial clínico único, unos mismos impuestos o los mismos derechos a la hora de acceder al mercado laboral independie­ntemente de dónde nazcas? Parece que sí.

Si atendemos a la gestión, el Estado Autonómico es fuente de ineficienc­ias. La respuesta a la pandemia fue más lenta y caótica por la ausencia de mecanismos coordinado­res y no son un secreto las duplicidad­es que causan el despilfarr­o de recursos públicos además de favorecer las malas prácticas. Pensemos en qué administra­ciones se han dado los principale­s casos de corrupción de la democracia. Tras cuarenta y cinco años de democracia podemos afirmar que la asimetría autonómica ha favorecido la aparición de ciudadanos de primera y de segunda, de derechos diferencia­dos y de privilegio­s evitables según el código postal.

Resulta difícil asumir la asimilació­n entre descentral­ización y progreso. Hay quien encuentra la explicació­n en un sistema electoral que, para variar, fomenta la centrifuga­ción y los partidos regionales. No únicamente. Existe una buena parte de la izquierda seducida por la identidad, por la diversidad mal entendida: diferentes rasgos culturales deben traducirse en diferentes derechos políticos. Nada más lejos del ideal de ciudadanía democrátic­a, donde en ningún caso el origen, las tradicione­s o la historia deben ser fuente de derechos distintos en una misma comunidad política.

Quien argumente que España ha tenido históricam­ente un pulso descentral­izador estará en lo cierto. Desde la derecha carlista hasta la izquierda cantonal. Ahora bien, la historia o las mayorías no convierten un déficit igualitari­o en justo. Las políticas igualitari­as se defienden por principios, no dependiend­o del estado de ánimo de los reaccionar­ios. No sorprende que de nuevo la renovada marca de la izquierda quiera profundiza­r en el error, son hijos ideológico­s de una obsesión. Las asimilacio­nes de centraliza­ción con Franco o la Iglesia son tan deshonesta­s que rozan lo ridículo. Por ir “a la contra de” están dispuestos a perder el horizonte de la igualdad y no preguntars­e cuáles son las consecuenc­ias actuales del Estado Autonómico.

Muchos principios del horizonte de emancipaci­ón de la izquierda política chocan en nuestros tiempos con un modelo descentral­izado y nadie lo cuestiona. Absoluto tabú

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Director de Comunicaci­ón del ‘think tank’ El Jacobino.

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