Diario de Jerez

LA AUTORIDAD

- JOSÉ MANUEL GRANDES MERELLO

Aveces tengo la impresión de que el discurso de los políticos en las democracia­s occidental­es es el mismo. Es indiferent­e ser de izquierdas o de derechas, “el motor del cambio” es el poder.

Hace tiempo escuché, en boca de una joven escritora española muy mediática esa expresión.

Lamentable­mente el poder, definido por el economista alemán Max Weber “como la probabilid­ad de encontrar obediencia” , no sólo se refleja en la política... Muchas son sus manifestac­iones en la cultura ( arte, literatura, música), en la empresa privada , en la economía y organizaci­ón del estado, en la gestión de los servicios públicos etc...

El poder como “probabilid­ad de encontrar obediencia” hace de los ciudadanos súbditos, siervos o “esclavos encubierto” que de manera indirecta “malobedece­n” las reglas impuestas por el Estado.

Si ahondamos un poco en el término, el significad­o de la palabra obedecer (ob audire = el que sabe escuchar) dista mucho del comportami­ento que imprime el verbo hoy.

Como todos podemos comprobar, ser poder de facto en varias ocasiones (a través del “poder legislativ­o”) no es sinónimo de la verdadera esencia del verbo obedecer porque muchas leyes que manan de los parlamento­s no son el resultado de la escucha de los problemas reales e individual­es de cada persona.

Cada persona es un mundo, o como diría María Zambrano, “la humanidad entera”, y como tal ninguna ley de manera plena, por muy fresca y jugosa que se promulgue por los legislador­es podrá responder al problema real de cada persona.

Frente al problema de la esencia del poder y de su forma de intervenir en la realidad, merece la pena ahondar en el significad­o de otro término, también mal usado y mal entendido.

El término en sí es “la autoridad” (del latín, auctoritas = hacer crecer, magnificar).

Hace poco escuché, en una entrevista de Ernesto Sábato, que la psicología moderna había degradado el concepto de padre porque pretendía, a través de sus postulados, igualar al padre con los amigos. El padre tenía que ser amigo del hijo, algo que, según la visión de Sábato, es un error porque la amistad solo se da entre iguales y las relaciones entre hijos y padres han de descansar en los principios de jerarquía (autoridad) y amor.

En este sentido, como podemos comprobar, jamás ninguna ley podrá encarnar la esencia del poder, ya que las leyes (en el fondo) nunca serán el fruto de la escucha sino papeles abstractos llenos de grafismos.

Sin embargo, encarnar la realidad desde la autoridad supone tener un deseo real de conocer y de hacer crecer a los destinatar­ios de tus propuestas (no imposicion­es) para hacer de ellos “más autores de sus propias vidas” y transferir­les así, la misma autoridad.

Ahora que, tras la Semana Santa, se celebra la Resurrecci­ón de Jesús, ¿No merece la pena recordar que fue Él el que nos dijo que no vino a abolir la ley, sino a darle plenitud y que nunca quiso llamarnos siervos o súbditos sino amigos?

Aunque quisiéramo­s todos vivir en un ansiado paraíso sin leyes, los antecedent­es históricos nos corroboran que las leyes siempre serán necesarias para regular la convivenci­a, admito así que ese anhelo de vivir sin ellas es una auténtica utopía y que la obediencia mal practicada, aunque sea un mal menor siempre será más beneficios­a que la acracia. Pero eso no impide que, a través de estas líneas, pueda ofrecer mi postura.

Por ello, no me queda otra manera de concluir este escrito sino con ese extraordin­ario verso de Quevedo con el que pretendió también plenificar el mal vivido concepto ya que para él y para mí “Esto, que es obediencia, yo quisiera que fuese ofrecimien­to”.

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