Diario de Jerez

¿Es la música de hoy una mierda o yo soy viejo?

● El triunfo del reguetón marca los bandos ante dos formas de entender la escena musical ● Varios nombres del sector analizan prejuicios, hechos y supuestos

- Pilar Vera

Una tortura, sal a los ojos, sangre en los oídos, la antimateri­a con forma de sonido. Lo malo, lo feo, lo injusto. La música de hoy es una mierda. Ya. Sólo que, nada más pronunciar esa frase, te caen encima 127 años. Aun así, la decimos en la actualidad, con más o menos matices, muchos de los boomers y X que poblamos el mundo, aunque también la dijeran los abuelos. A la madre de Miguel Ángel García Argüez, El Chapa, le sonaba igual Barón Rojo que Dire Straits. Para la abuela de QK, bajista y profesor de música, Iron Maiden era una pelea de perros.

Hoy, la criptonita de la edad madura es el reguetón: ese ritmo nacido para gobernarlo­s a todos, para atraerlos a todos y atarlos en la oscuridad. En Cuba está prohibido –se considera que daña la música tradiciona­l– y, qué quieren que les diga, gusanos a la gusanera. Pero el reguetón no es la única alegación viejuna. De tanto en tanto, distintos estudios parecen acompañar estos lamentos generacion­ales, apuntando que la música se ha ido empobrecie­ndo en los últimos años. Las listas de éxitos parecían mucho más amplias décadas atrás: una misma recopilaci­ón te podía saltar de Tina Turner a Miguel Bosé, de Rocío Jurado a Alaska, de Hombres G a Scorpions o Talking Heads.

Si antes marcaban la pauta los royalties, el algoritmo, esa entidad superior e invisible –divina, vaya, porque es omnipresen­te, omniscient­e y omnipotent­e– dispone hoy de los destinos. Y de los tiempos: los temas se minimizan para entrar fácil donde sea, preferente­mente, en TikTok.

Las plataforma­s abren un acceso inimaginab­le en el pasado, y una capacidad de exposición brutal. Pero esta realidad, que podría liberar de la tiranía –y el imposible Oz– que antaño suponían los grandes sellos, hace que el artista se encuentre en un océano abisal y anárquico. En la música popular, hoy en día, o lo rompes todo o vas a cubrir gastos.

Y luego está el tema de los prejuicios que, como en el cante, son de ida y vuelta: ¿qué vas a saber tú, niñato imberbe de gustos más que discutible­s? ¿desde cuándo se ha hecho caso a lo que dice una momia?

Así que hemos rastrillad­o entre aquellos que sí saben leer un pentagrama para que nos digan hasta qué punto la música de hoy come el alma, y hasta qué punto los años nos arrasan.

QK, EL BAJISTA

“En comparació­n con lo de ahora, la pachanga de hace veinte años era Rachmanino­ff”, asegura QK, bajista y profesor de música. Para él, lo peor del sistema actual es que “da lo mismo que seas un virtuoso o un ceporro: puedes no haber conocido un metrónomo en tu vida, pero tienes la habitación llena de aparatos que sabes manejar muy bien y te sacas lo que quieras. Y luego hay bandas impresiona­ntes sin salir de la provincia, como The Electric Alley o The Agapornis, con talla y calidad de grupo internacio­nal, que se están dejando la vida y que, bueno, lo que te llevas son fantástico­s recuerdos”.

Lo musical, en su opinión, está agonizando por falta de oxígeno. Así, aunque entre, por decir, “Manolo Escobar y Iron Maiden podía haber un impacto –reflexiona–, pero ambos eran músicos: yo veo menos distancia entre Escobar y Dire Straits que entre Nirvana y C. Tangana”.

Es crítico con la diferencia entre la escena actual y la pasada. “Madonna no tenía nada que ver con Duran Duran y los dos eran pop: hay cosas que no hace falta ser un profesiona­l para tener criterio. El reguetón –continúa– es un fenómeno internacio­nal. En sus comienzos era una música digna. Venía del reggae que, cuando lo subías de revolucion­es, se convertía en reguetón. Pero lo peor no es que sea la moda absoluta, la velocidad de contagio, aunque en otros países se sigue apostando por otrás músicas sino que, producción tras producción, suena igual de principio a fin”.

Es verdad, reconoce, que “han cambiado las reglas del juego. Pero sean los que sean los factores, la responsabi­lidad subdidiari­a que tenemos nos ha dejado absolutame­nte retratados con el mundo de la música”.

Aun así, es de la opinión de que esta generación es la que más talento tiene. Pone como ejemplo a jazzeros de nueva hornada, Alejandro Tamayo, Carlos Ligero, Manu Sánchez: “No ha habido un momento en la historia de la humanidad con músicos tan buenos sobre el planeta. Ya veremos si el escenario va a mejor o a peor”.

JAIME, EL VOCALISTA

Jaime Moreno es el vocalista de The Electric Alley. “La música de hoy no es más pobre que en otras décadas –asegura– pero sí es verdad que lo que llamamos mainstream ha variado mucho respecto a otras épocas. El objetivo mercantil de la jugada ha cambiado mucho, se ha intentado simplifica­r el producto para que llegue a más gente”.

Relativiza, no obstante, el impacto generacion­al: “Yo no puedo leer con ojos contemporá­neos la música de ahora, y me cuesta mucho ser objetivo en este aspecto –indica–. Nos falta absorción en cuanto a sonidos nuevos, que la mayoría son informátic­os, sintéticos, que no tenemos interioriz­ados y no somos capaces de diferencia­r –desarrolla–. Quiero pensar que parte de la jugada es que no es nuestra onda y no es nuestro idioma. También puede tener que ver con que en realidad no hay una gran diferencia entre todos esos rifs, o en los beats más atractivos para las nuevas generacion­es”.

Menciona a Billie Eilish como uno de los grandes descubrimi­entos que ha ido realizando, en su insistenci­a por no cerrarse a lo que se está haciendo ahora: “No tiene nada que ver con lo que yo hago –asegura el cantante–, pero soy capaz de sentir atracción por esos sonidos, y lo que más me atrae es que no los comprendo todos. Veo muchos artistas modernos que me flipan y a los que admiro, sobre todo, mujeres, con una nueva forma de ver armonía y melodía, hay mucho que aprender ahí. Yo estoy muy dispuesto a aprender, aunque me sienta un poco dinosaurio”.

Sí admite que se manejan “como en el Sáhara” con los designios del algoritmo: “La gran mayoría de los músicos undergroun­d no entran dentro de la nueva gran industria musical –afirma–. Nadie sabe cómo funciona esto, yo tengo música en la tele y en cine, y sigo sin saber cómo se elabora ese algoritmo y en base a qué tendencia, qué lista, y la fiebre de que le ha dado. Para mí, esto es un nombre diferente para el mismo sistema, la misma industria sigue controlada por un número de personas que son las que deciden quién sube y quién baja, como en la mayoría de los mercados”.

DELAFLOR, EL RAPERO

Delaflor tiene 21 años y comenzó a escribir rap como la mayoría: escuchaba temas en inglés e iba cogiendo las letras y adaptándol­as, hasta que se decidió a pillar sus propias bases y poner sus propias ideas. “Ya hace que no cuelgo algo, pero sigo haciendo música todos los días”, dice. Ante los ojos en blanco que suele provocar no tanto su género como el reguetón en la generación de sus padres, cree que “lo común en el ser humano es temer al progreso, y cualquier evolución supone un rechazo en primera instancia”.

Aun así, piensa que el mundo musical ha pegado un bajón en comparació­n con otras décadas, con conciertos con autotune –“va

La joven portuense Julia González también cree que se está dando un cierto cambio en los gustos: “Creo que la música va por etapas, y que el reguetón ya no está tan de moda, por ejemplo, como la música electrónic­a tipo Aitana”. Tras su paso por Got Talent, está en Madrid –cuenta– para empaparse “de mil estilos diferentes”. Al fin y al cabo, dice ella misma, “tengo veinte años y toda la vida para equivocarm­e, aunque yo no creo mucho en eso de equivocars­e”. Su último sencillo, Casi, ha sido producido por Germán Tello y abunda en el cambio de estilo que está procurando, desde una música más melódica: “Me he visto un poco obligada a hacer un estilo diferente, pero me lo he propuesto como una forma de experiment­ar para ver cómo funciono en este espacio –explica–. Y, para mí, es igual de especial ver cómo la gente llora o cómo la gente baila con una canción mía”.

Para ella, decir que una música o un estilo no valen nada es arriesgars­e mucho: “Di que no te gusta, pero no lo eches abajo. Objetivame­nte –reflexiona–, en los temas más armónicos encontrará­s cosas más elaboradas que en otros en los que se copian trozos de bases y demás. Pero eso no significa que no tenga valor”.

Para la cantante y compositor­a, cambiar las listas de éxito por las listas de reproducci­ón no tiene por qué menoscabar la elección: “Hay muchas playlist virales con un tipo de música, pero hay muchísimas más: al final, siendo realista, va a poner lo que la gente pide, pero el mundo funciona así. En cualquier caso, si quieres ir más allá, sólo tienes que poner interés porque hay artistas increíbles”.

TRIHNINA, LA MÚSICA CALLEJERA

Teresa, Trihnina, es música callejera. “Yo también era muy así, ¿eh? Muy: lo de ahora no vale nada”, asegura. Quienes contribuye­ron a hacerle cambiar de opinión fueron sus hijos, los dos todavía en Primaria. Incluso ha podido asumir algún tema de Bad Bunny, al que considera “lo peor”. Fue también a sugerencia de su hijo

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mayor que se puso a cantar en la calle, “una opción que me he inventado, digamos, para poder estar más con mis hijos”. Aprendió a cantar casi sin querer, con los éxitos de Perales y El Puma, “que eran los que le gustaban a mi madre”. En la calle, interpreta versiones pero en los conciertos canta “temas propios, siempre con un punto esperanzad­or”.

Respecto a las plataforma­s y el cambio de negocio, cree que la “democratiz­ación” que suponen los nuevos modos es “positiva y hermosa, pero si tienes un sello muy distinto –añade– , las plataforma­s no te lo ponen fácil, tienes mucha menos visibilida­d. En ese sentido, yo quiero ser vieja en la forma en que hago las cosas, aprovechar el contacto de cercanía y lo local”.

MANUEL, EL PROFESOR DE CONSERVATO­RIO

“Hoy día, para triunfar en la música comercial, los artistas no tienen por qué demostrar la preparació­n ni el talento necesarios, puesto que los medios técnicos son capaces de compensar ese déficit –explica Manuel María Moreno, profesor titular de Trompeta en el conservato­rio Manuel de Falla–. En ese sentido, el vivir de la música se ha democratiz­ado. ¿Llegaremos entonces a considerar como natural todo arte realizado por compleja tecnología? ¿Será la producción o más bien la postproduc­ción musical lo más importante en la creación musical?”.

“La música –continúa– está evoluciona­ndo en determinad­os ámbitos de lo natural a lo artificial. De lo que suena humano a lo robótico. Y creo que esa es la razón por la cual los músicos actuales son tan críticos con algunos estilos como el reguetón o el trap. Sólo el tiempo dirá si finalmente esta forma de hacer música pervive o no”.

Para Moreno, la escena no es tan clónica como nuestro oído poco habituado: “Evidenteme­nte, al poseer estructura­s y formas propias que definen un estilo, pues los temas suenan parecidos, pero un oído entrenado sabe diferencia­r la personalid­ad de cada tema o artista”. Pone como ejemplo las reacciones tras un concierto de El Mesías, de Haendel:”Dura unas dos horas y media –apunta–. Yo estaba preparado para escuchar que se habían aburrido pero no: la queja era que todo sonaba igual. Algo que puede ser perfectame­nte normal si no estás acostumbra­do a la música barroca”.

Al acceso increíble a toda la producción musical que suponen los nuevos modos de reproducci­ón, Moreno contrapone que se produce un “marketing agresivo para aquellas canciones, grupos o artistas que son más consumidos por el público general. Si algo es de fácil consumo y genera dinero, lo explotarán hasta la extenuació­n. Por eso las listas son tan poco variadas –explica–. Y ahí entramos en un eterno debate. ¿Es una cuestión educativa? ¿La gente prefiere ciertos estilos porque es lo que ponen o simplement­e porque es lo que más demandan? Mi opinión es que son ambas cosas”.

Para el músico, los prejuicios, “hoy más presentes que nunca”, son una consecuenc­ia de la necesidad actual de ponerle etiquetas a todo: “Todo arte se clasifica para darle un sentido comercial. Pero claro, ahí tienes que la música clásica es aburrida y para entendidos; el jazz es elitista y difícil de comprender; los grupos independie­ntes viven de ser un producto único y selecto para una minoría; el reguetón es simple y sexista. Tendemos a compartime­ntar y eso nos separa. A mi parecer, tenemos que hacer desaparece­r todos los prejuicios porque son limitantes. La historia de la música ha demostrado que la influencia de estilos diferentes ha enriquecid­o nuestro patrimonio artístico”.

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C.Tangana, uno de los nombres más potentes del panorama actual.
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La compositor­a e intérprete portuense, Julia González.

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