Israel y la brutalidad LA SEMANA SANTA QUE AÑORO
EL Consejo de Seguridad de la ONU ha pedido, por fin, un alto el fuego en Gaza. Han tenido que pasar seis meses, desde que se iniciaron las hostilidades, tras la agresión terrorista de Hamas contra Israel, para que Estados Unidos haya dado luz verde a una resolución en ese sentido. El conflicto de Oriente Próximo, también el de Ucrania, ha supuesto un nuevo golpe al ya muy deteriorado prestigio de Naciones Unidas, una organización que claramente no está a la altura de la complejidad de la nueva situación geoestratégica y está pidiendo a gritos una renovación que la adapte a un orden mundial muy diferente al que salió de la Segunda Guerra Mundial. El pronunciamiento del Consejo de Seguridad no va a tener ninguna consecuencia práctica ni va a aliviar el sufrimiento de la población gazatí. Pero tiene la virtualidad de proclamar desde una instancia internacional que Washington se ha hartado de la brutalidad criminal de Benjamin Netanyahu y de que se alinea con la posición de otras potencias, sobre todo las europeas. Estados Unidos ha sido siempre el principal sostén de Tel Aviv. Si en esta ocasión ha decidido poner pie en pared y permitir una condena de la ONU es porque,
Sal margen de la campaña electoral que se desarrolla en el país, la situación ha alcanzado unos niveles de desprecio por la vida de los no combatientes que tiene pocos precedentes en los conflictos modernos. Se produce además la resolución de la ONU en unos momentos en los que se da por segura una próxima ofensiva en el sur de Gaza, donde se ha refugiado la mayor parte de la población. Las consecuencias de un ataque de estas características pueden ser aún más devastadoras de lo que se ha visto hasta ahora. Netanyahu ha rebasado todos los límites de la respuesta a una agresión armada y se ha quedado sin apoyos en el mundo, aunque lo más probable es que esta soledad no lo frene y haya que dar pasos más contundentes en el futuro.
La guerra de Gaza, también la de Ucrania, ha supuesto otro golpe al ya muy devaluado prestigio de la ONU, una organización que vive en otros tiempos
IEMPRE recordaré con cariño y nostalgia las vacaciones de Semana Santa de mi época de estudiante. Ahora no las siento igual, se han convertido en días ajenos, como conocidos que se miran de lejos y se vuelven extraños, aunque el recuerdo sea dulce.
Dulces como las torrijas, esas que te ofrecen con todo el cariño del mundo, te las comes y tienes que poner cara de póker: siempre estarán más ricas las de tu madre o las que haces tú misma. Por favor no regalad torrijas, este tema es muy personal; para gustos colores y las que hacen torrijas con pan de molde deberían estar en la cárcel. Ya lo he dicho. Sigamos con la nostalgia.
Semana Santa para mí era playa, amigas, diversión y días interminables disfrutando de bocadillos de tortilla sentada sobre la arena. Seguramente hubo años con lluvia, pero sólo recuerdo el sol y alguna quemadura por no ponerme suficiente protector solar. No había horarios, ni padres: venían amigos de otras ciudades y el primo Chema, que no podía faltar.
Ahora como adultos que somos nos tenemos que ganar el pan; lo normal es que hayas trabajado de lunes a miércoles escuchando resonar los tambores y las trompetas en las calles, andando camino de casa con cuidado de no resbalarte con la cera y sintiendo el crujir de las pisadas sobre la cama de cáscaras de pipas que cubren las calzadas. Hagan uso de las papeleras, de los bolsillos del abrigo o del bolso de tu prima para no ensuciar las calles; un poquito de civismo.
Este año la lluvia ha querido estar presente en nuestra Semana Santa y las plegarias a San Isidro Labrador, “pon la lluvia y quita el sol”, han surtido efecto: hay que admitir que falta hacía. Quizás los deseos de muchos eran que llegara en otras fechas pero no hay nada que hacer: yo cuando quiero que llueva tiendo la ropa en el patio, y no soy santa.
“Cualquier tiempo pasado fue mejor”, decía Jorge Manrique en las coplas por la muerte de su padre, pero lo hemos entendido mal todo este tiempo ya que se ha extraído esa frase y no se ha leído bien en conjunto. Quería decir todo lo contrario: lo mejor no es el pasado sino “lo no venido”. Así que intentaré sentirme menos triste recordando aquellos años en los que aguantaba toda la noche con tacones y sin que me entrara sueño antes de las doce.
Podría hacer una quedada con las amigas para rememorar los viejos tiempos: … Llamando… Antonia tiene al hijo malo, Gema ha quedado con los suegros para ir a la Sierra, Cristina está estudiando las oposiciones, Chema no se puede perder La Soledad y el Santo Entierro y Alicia dice que tiene que cambiar las cortinas del salón.
No me queda otra que ponerme a hacer torrijas mientras me seco las lágrimas con la manga de mi bata de guatiné. Voy a hacer unas ciento cincuenta y las voy a repartir a todos los que conozco, para callar bocas. Quiero tener algo que celebrar, algún éxito que dulcifique el agrio sabor de la nostalgia del pasado. Brindemos por “lo no venido”, con lluvia, con vino y con torrijas. ¡Feliz jueves!