Querido Alz

Te enteraste del ejercicio que hicieron en Barcelona hace justo un año, ¿no? Eliminaron los nombres de las calles de Gràcia. Dejaron las placas en blanco. Imagínate… Todo el turisteo deambulando perdido con el vaso de Starbucks en una mano y la botella de agua en la otra. Hasta los vecinos del barrio vagaban confusos mirando balcones y esquinas con la bolsa de la compra bajo el brazo. Es que es muy duro eso de desorientarse, ¿verdad? Eso de perderte en un pliegue dentro de tu cerebro sin darte cuenta de que te estás perdiendo y no poder salir. Es perverso. Tanto como admirable tu don de la ubicuidad, amigo. Casi cada minuto apareces en cualquier punto del mundo y secuestras a alguien a quien llevabas rondando en silencio quince o veinte años y una vez que nos lo quitas, no nos dejas ni pagar rescate. Hoy tienes retenidas contra su voluntad y contra la nuestra a 32 millones de personas, un país entero, una cifra tan brutal que ninguna organización terrorista o paramilitar en la historia se habría atrevido ni a soñar con ella. Y por cada una de esas personas mantienes bien agarradas a una o dos más. 24 horas al día, 365 días al año. No hay quien te arranque el maillot verde ni el amarillo, cabrón. Lo fulminas todo, las etapas y la vuelta. Pero la ciencia avanza, la investigación cada vez enfoca con mayor precisión. Biomarcadores, sustancia blanca, gen APOE, alelo E4… Y hace ya días que tú eres su mayor reto. Los presupuestos sanitarios y nuestros médicos conseguirán que nos acerquemos a revisarnos la memoria con la misma naturalidad con la que vamos a que nos midan la tensión o el colesterol. Estamos fracasando en frenar tu avance y aniquilarte será imposible, pero vamos a intentar ponerte difícil el secuestro. Para eso nos unimos. Para eso pagamos impuestos, Alzheimer. ●