Diario de Noticias (Spain)

El ‘Prestige’, 16 años después

- Julen Rekondo POR

El 13 de noviembre de 2002, el petrolero monocasco Prestige se accidentó en una tormenta mientras transitaba cargado con 77.000 toneladas de fuelóleo frente a la Costa da Morte, en el noroeste de la Península Ibérica. A partir de esa fecha, hace dieciséis años, el Prestige se hundió definitiva­mente partido en dos frente a las costas gallegas, después de seis días en que el barco mantuviera un rumbo errático porque el Gobierno del PP no supo muy bien qué hacer con él, mientras vertía parte de su cargamento. El vertido de la carga causó una de las catástrofe­s medioambie­ntales más grandes de la historia de la navegación, tanto por la cantidad de contaminan­tes liberados como por la extensión del área afectada, una zona comprendid­a desde el norte de Portugal hasta las Landas de Francia, pasando por la costa vasca. El derrame de petróleo del Prestige ha sido considerad­o el tercer accidente más costoso de la historia, pues la limpieza del vertido y el sellado del buque tuvieron un coste de 12.000 millones de dólares según algunas fuentes, el doble que la explosión del Challenger, pero por detrás de la desintegra­ción del Columbia y el accidente nuclear de Chernobil.

Con aquel maltrecho Prestige surcando los mares hacía negocios una maraña de empresas sin rostro, que 16 años después, siguen sin abonar un solo euro por contaminar 2.000 kilómetros de costa.

Tras el hundimient­o del Prestige, la tragedia no había hecho sino comenzar. Una de las mayores catástrofe­s ecológicas sufridas en Europa empezaba a tomar cuerpo en forma de una impresiona­nte marea negra que asoló primero las costas gallegas y continuó penetrando hacia el Golfo de Bizkaia, a merced del viento y las corrientes marinas. El litoral vasco también sufrió las consecuenc­ias de la marea negra ocasionada por el Prestige. No obstante, la diligencia de las autoridade­s vascas unida a le experienci­a de Galicia y la tradiciona­l organizaci­ón de los arrantzale­s consiguió paliar en parte los efectos del desastre, aunque las pérdidas ecológicas y económicas fueron enormes. Desde un principio, la actitud del Gobierno vasco fue apostar por la adopción de medidas de carácter preventivo y de coordinaci­ón. De esta manera, se movilizó a un importante número de arrantzale­s que, a través de embarcacio­nes de diferente tamaño, se dedicaron a recoger la máxima cantidad de fuel antes de que llegase a la costa vasca. Se calcula que se pudo recoger en el mar, antes de que impactara en el litoral vasco, la mitad de todo lo vertido, unas 21.000 toneladas (de las 77.000 que contenía el buque). Se reciclaron y se recuperaro­n el

60% de las mismas, algo que a juicio de la asociación internacio­nal de buques tanqueros que evaluaban por todo el mundo este tipo de accidentes “era la primera vez que veía algo similar”.

Trabajador­es de distintas empresas contratada­s procediero­n a limpiar las playas, rocas y acantilado­s del chapapote que iba llegando. Se procediero­n a colocar barreras flotantes en los espacios de gran valor ecológico, como la Reserva de la Biosfera de Urdaibai y Txingudi, así como en las rías de Barbadun, Plentzia, Lea, Artibai, Deba, Zumaia, Inurritza, Orio…

Se instaló una planta de tratamient­o de fuel recogido en Zierbena que después de ser procesado pudo reutilizar­se en la refinería de Petronor. Se mantuvo también una política informativ­a abierta, trasparent­e y fluida hacia el conjunto de la sociedad, y también con las organizaci­ones sociales, entre ellas, ecologista­s, manteniend­o reuniones y contactos en todo momento.

En Navarra también conviene reseñar como muy positiva la solidarida­d manifestad­a. Así, cabe decir, y según se relataba en este diario, en diciembre de 2002, dos autobuses de estudiante­s de la UPNA partieron hacia Malpica para colaborar en la limpieza del chapapote. Esta cuestión me impactó gratamente, porque hablamos en ocasiones de la insolidari­dad de la sociedad en su conjunto y de los jóvenes en particular, de su individual­ismo, de su egoísmo, de su actitud pasota, y lo sucedido refleja que hay gentes muy desprendid­as que ayudan y echan una mano.

Desgraciad­amente, el Prestige y su mortífera carga se han notado y se notarán todavía más en tiempo. Pero, al menos en algunas comunidade­s, como Navarra, entre otras, nos queda el consuelo de la solidarida­d mostrada. ●

El autor es experto en temas ambientale­s y Premio Nacional de Medio Ambiente

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