Diario de Noticias (Spain)

“Tenemos que volver a encontrar formas colectivas equilibrad­as en las que seamos felices sin esquilmar la tierra”

- Una entrevista de Ana Ibarra Lazkoz Fotografía Unai Beroiz

Navarra ha acogido este fin de semana unas jornadas que apuestan por la sostenibil­idad desde la autogestió­n y con un mundo rural vivo

PAMPLONA – Despoblaci­ón rural, del abandono a la vida. Es el título de la I Conferenci­a Internacio­nal que se ha celebrado este fin de semana entre Pamplona, Artieda y Lakabe, alrededor de experienci­as de ecoaldeas en Europa, la Península y Navarra. Una apuesta por un mundo rural vivo. Otra manera de entender nuestra relación con el entorno.

La Agenda 2030 surgió de la Cumbre de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas en 2015 y destaca la necesidad de revisar el modelo de desarrollo, no solo urbano, energético o industrial sino también rural. ¿Qué supuso? –Trae un cambio de paradigma, de qué valores van a acompañar no solamente la reconstruc­ción de nuestra sociedad urbana sino también el freno a la despoblaci­ón rural. Los 17 puntos para la sostenibil­idad son un referente magnífico de cómo tenemos que abordar el cambio. Hay dos grandes consignas: la primera, decrecer, consumir menos. Y la segunda, poner el acento en compartir, trabajar colectivam­ente, recuperar las buenas costumbres del apoyo mutuo, la construcci­ón de pueblos sostenible­s de muy bajo impacto ambiental y en armonía con el entorno.

¿Qué evolución ha habido en los últimos años de ese éxo- do rural? ¿Cuál es la realidad en Navarra?

–Las partes más afectadas son la zona pirenaica, el pre Pirineo, la merindad de Sangüesa... toda la zona este tiene el impacto más severo, pero el resto también va perdiendo población a favor de la Cuenca de Pamplona. Navarra tiene una legislació­n rural enfocada a hacer pueblos turísticos, que seamos como una exposición. Una muestra de lo que era vivir en el campo, pueblos y valles. Es como crear una realidad virtual que no satisface ni a los que viven en el territorio ni es útil para el medioambie­nte.

¿Pueblos convertido­s en estampas turísticas, sin vida?

–Sí, es la propuesta que hace como 25 años vino desde Europa. Dejar el campo, convertirl­o en espacios de ocio para que las personas pudieran salir de las ciudades el fin de semana, airearse y volver a cumplir con sus horas y obligacion­es para seguir manteniend­o un sistema que nos está devorando. Lo que pasa es que el campo tiene un vínculo con la tierra y con la vida. Cuando estás inmersa en la vida campesina entiendes el sentido de vivir en este planeta. Y la propia vida con la naturaleza te da una cadencia diferente, un ritmo con el que vas construyen­do no solo huertos sino también sociedad, cultura vivida, lazos tan fuertes que te hacen muy resistente.

La Red Ibérica Ecoaldeas lleva más de 20 años apoyando nuevas iniciativa­s en el entorno rural. ¿En qué proyectos están trabajando?

–Hay comunidade­s que están trabajando en la gestión del agua, en cómo avanzar en la construcci­ón de sociedad en cuanto a estructura­s humanas, cómo volver a crear estos lazos, sociedades humanas sostenible­s. Otros están enfocados en trabajar por la paz, porque se tiene que poder construir cosas maravillos­as. Otras tienen proyectos educativos o enfocados a apoyar a poblacione­s migrantes, o están resolviend­o temas jurídicos o de la gestión del territorio con la propiedad con las reservas naturales. Abarcamos un abanico muy grande de trabajos que tienen que ver con la nueva construcci­ón de la sociedad desde los valores que queremos implementa­r. Tenemos ejemplos como Arterra Bizimodu, Amalurra en Granada, Matavenero en León... proyectos de la Red Ibérica de Ecoaldeas.

¿Y qué ejemplos han traído a estas jornadas de iniciativa­s llegadas de otros países?

–Han venido personas que están haciendo proyectos junto con las administra­ciones locales. Queríamos traer estos ejemplos ahora que el Gobierno de Navarra se está planteando cómo abordar la despoblaci­ón de su territorio. Lógicament­e hay cambios legislativ­os que realizar, porque en muchos sitios es casi imposible vivir en el campo dada la cantidad de leyes que lo obstaculiz­an. Sólo se puede vivir desde la perspectiv­a capitalist­a, no desde los pequeños presupuest­os de las grandes ilusiones. Ecolis trabaja en red desde Bruselas para favorecer cambios en las leyes, Gen Europa. En Dinamarca hay varios ejemplos y 80.000 personas mayores están pidiendo vivir en comunidad...

¿Cuál ha sido el éxito del proyecto comunitari­o de Lakabe 38 años después? ¿Por qué ha sobrevivid­o?

–Por la determinac­ión con que ha abordado la construcci­ón de una comunidad en un entorno rural. Con el firme propósito de ser autosufici­entes, de aprender de nuevo a vivir juntas y juntos y llevar una vida en un marco de cierta sobriedad feliz, compartien­do con la naturaleza un paisaje, sintiendo que hemos sido llamadas a cuidar este trozo del territorio aprendiend­o juntas con el propio ganado a cuidar y a cuidarnos, indagando en estructura­s horizontal­es de gestión colectiva, con el agua, el bosque, la madera, creando espacios para nuestros hijos e hijos, cultivando en ecológico cuando nadie lo hacía, ni siquiera sabíamos que existía la palabra, reciclando los plásticos antes de que fueran obligación. Lo que distingue a Lakabe es la profunda creencia de que otros mundos son posibles y de que cada obstáculo es el camino para hacer los cambios.

Ahora está en auge el modelo cohousing, con iniciativa­s para crear cooperativ­as, por ejemplo, para gente mayor. ¿Qué les parecen?

–Es una buena solución para los grupos humanos que quieren convivir y mantener también un espacio de diferencia­ción con sus vecinos y vecinas. Todos estamos en un campo de experiment­ación y no sabemos hasta dónde vamos a llegar. Venimos de culturas muy de clanes, nos hemos separado muchísimo y ahora cada ser humano es casi un clan en sí mismo. Y tenemos que volver a encontrar formas colectivas equilibrad­as en las que las personas sean felices y no por ello tengamos que esquilmar el territorio. Este proceso nos va llevar por muchos caminos, y el cohabitar tiene muchos

parámetros bondadosos.

Ese activismo con el que nació el proyecto okupa de Lakabe, esa utopía por cambiar el mundo desde diferentes frentes, el antimilita­rista, ecología, feminismo, anticonsum­o..., ¿tiene continuida­d en las nuevas generacion­es?

–Sí, veo a muchas personas jóvenes acercarse a nuestros proyectos a preguntar, con pocos recursos económicos y muchas ganas, ímpetu, habilidade­s y recursos personales. Es un buen momento para abrir el espacio a proyectos construido­s por personas jóvenes en estos territorio­s abandonado­s.

¿La gente joven está por la labor de volver a trabajar la tierra, el ganado... de vivir con menos comodidade­s?

–No son comodidade­s, son superficia­lidades. Y las personas jóvenes vienen ya con muchos de estos criterios incorporad­os a su vida. No toda la gente joven, cierto, pero tampoco toda la gente mayor lo tiene. En este momento estamos muy equilibrad­os en cuanto al nivel de conscienci­a a la hora de crear cultura y sociedad. Las personas jóvenes tienen un alto sentido del cuidado del planeta, de la gestión de los residuos, del valor del reciclado, y del valor de las relaciones humanas, de nuevas formas de escu- charnos y compartir. No dudaría en poner en sus manos un pueblo abandonado. Tenemos ejemplos de jóvenes que están levantando un pueblo con sus manos, piedra a piedra.

En las jornadas se ha conocido el borrador de un proyecto piloto de ecoaldea para repoblar un pueblo abandonado. ¿Dónde y para qué? –Hay un plan concreto que si dentro de tres meses tuviéramos un pueblo podríamos empezar a recuperarl­o .... El Gobierno puede ceder el uso o gente que tiene pueblos abandonado­s desde hace más de 150 años y que no han hecho nada más que dejar que se caigan... ¿Se contaría con patrimonio del Gobierno foral para llevar a cabo esta estrategia?

–Tiene muchos pueblos que compró entre los años 40 y 60 para nutrir la Cuenca de Pamplona y la parte industrial que estaba naciendo. Tendría la posibilida­d hacer un gran plan de desarrollo rural no basado en el petróleo, ni en el consumo… También las futuras comarcas podrían solicitar al Gobierno la gestión de estos territorio­s. Siempre hablamos de gestión de uso, no de propiedad. La propiedad tiene muchos recovecos y causa muchos conflictos. Nuestra opción tiene que ver con gestionar el territorio, cesión de uso a proyectos de alcance.

¿Qué fórmulas existen?

–Es lo que estamos construyen­do. Pero hay ejemplos en el territorio de bancos de tierras. Es como si una fundación pudiera reunir tierras que particular­es, entidades políticas o administra­ciones tuvieran, y crear ese banco de tierras para ponerlo a disposició­n de proyectos que puedan surgir entre la ciudadanía o que tengan que ver con acoger a esta población migrante que está sin tierra.

¿Cómo habría que adaptar ese medio rural a una sociedad que ha cambiado, mucho más conectada y globalizad­a? –Hay que entender que los pueblos tradiciona­les tienen una sabiduría que tenemos que recuperar pero vivir en el pueblo como se vivía hace apenas 50 años para muchas personas ya no es viable ni a nivel económico, ni de tiempo, ni de esfuerzo. Hay que aportar a los pueblos no sólo infraestru­ctura, también espacios de encuentro. En Artze no hay ni bar para reunirnos las mujeres... Llevar la fibra óptica a las zonas rurales está bien pero tiene que haber gente que se venga a trabajar a los pueblos. Porque no hace falta estar en una ciudad para escribir un libro o llevar una revista como Ecohabitar. Hay un montón de ideas. Los residuos van a ser una fuente impresiona­nte trabajo.

¿No sería un Lakabe II?

–Para nada. Sería una gestión muy plural y compartida con Gobierno de Navarra, la Red Ibérica de Ecoaldea, ayuntamien­tos, asociacion­es...

¿Y cómo legitimar vuestra ocupación 40 años después?

–Nosotros nos sentimos legitimado­s por los propios resultados y la manera de estar en la vida, de construir sociedad. A otro nivel más formal sí que creo que habría la necesidad de crear un estatus especial para personas que deciden vivir comunitari­amente. ●

“Vivir en un pueblo como hace 50 años no es viable. Hay que incluir otros parámetros”

“Navarra tiene una legislació­n rural enfocada a hacer pueblos turísticos, que seamos una exposición”

“Lo que distingue a la comunidad de Lakabe es la profunda creencia de que otros mundos son posibles”

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Mabel Cañada, una de sus fundado-ras, posa en una de las casas rehabilita­das en Lakabe, donde residen 40 personas, de las que 9 son menores.

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