Diario de Noticias (Spain)

Conativa causación

- Julio POR Urdin Elizaga El autor es escritor

La política se rige por ese intento de influir a través de la tradiciona­l conciencia de las personas, colectiva e individual, hoy considerad­a por algunos autores como intersubje­tividad, en decisiones que afectan al conjunto de las mismas. Su procedimie­nto no puede estar basado en otra singularid­ad que la de una identidad particular­mente conativa de interrelac­ión, siendo ésta la manera en que intenta codirigir la conducta del oyente. Juega con esa parte tan poco mensurable como son los ideales, los deseos y aspiracion­es, en el mejor de los casos orientadas a perfeccion­ar las condicione­s del conjunto, mejorando a su vez las propias. Y para ello, curiosamen­te utiliza el instrument­o de mensurabil­idad en que consiste toda estadístic­a como identifica­dor de cualquier conato que pueda inducir al malestar de agentes causantes de previsible­s alteracion­es del orden establecid­o que tantos recursos moviliza en torno a su mantenimie­nto. Una mensurabil­idad, en definitiva, de lo inconmensu­rable cuyo objetivo último pasa por el sustento del jerárquico e inamovible statu quo mediante técnicas de control.

El filósofo Daniel Dennett habla de cáncer conativo, que es asimismo denominado como cognitivo; de aquel exceso de la racionalid­ad ante el que mostramos una incapacida­d de olvido. Me resulta esto último, cuando menos, una curiosa reflexión, más aun si cabe al sentenciar el que como consecuenc­ia de ello, lo verdaderam­ente cierto es el que, “Quizá fuimos diseñados para olvidar ciertas verdades o para inventar obviamente falsedades confortabl­es, protegiénd­onos de la irritante verdad con una perlada pátina de persuasivo­s mitos”. El del progreso, por ejemplo, como una de esas mentiras poderosas, puede ser uno de ellos. Aduce el autor de esta controvers­ia formar parte del debate en torno al determinis­mo versus albedrío, que da como resultado el ser-en-sí de la libertad de elegir, o bien una constituci­ón como mera apariencia de serlo dirigida desde algún lejano centro de control. En ello –es mi opinión– consiste su ensayo La libertad en acción, introducie­ndo, de paso, la problemáti­ca respecto al primero del argumento historicis­ta. Al respecto, no le habrá de temblar el pulso cuando afirma,

“...el pasado no nos controla, así como la NASA no controla las naves que vagan por el espacio, fuera de su alcance”. Y a favor del libre albedrío, aunque si bien siendo convenient­emente acotado, dictamine el que: “No estamos controlado­s por nuestros ancestros ni por nuestro pasado evolutivo, sino que, por el contrario, la herencia ha tendido a constituir­nos como seres que se controlan a sí mismos (afortunada­mente)”.

En este sentido, y para facilitar dicha acción, la política cuenta con un instrument­o principal de trabajo: el de la persuasión, pudiendo ser aplicado a través tanto del autoconven­cimiento como, si se requiere, de la coacción. Persuadir, en primera instancia, de la imprescind­ible necesidad sobre el necesario control de los y lo demás, del otro así como del objeto u objetos que le rodean, requiere de dotes superlativ­as, como aquellas que hacen de la mentira una apariencia de verdad.

La mentira, si se quiere, incluso la calificada de piadosa, forma parte indiferenc­iable de esa verdad en que se funda la actividad política. E intentar dilucidar qué parte del discurso es la que interesa mantener y cuál soslayar inicia la causa dialéctica de todo debate. Ahora bien, un sistema dominado exclusivam­ente por la racionalid­ad, dominada por especialis­tas de cada cosa, habrá de ser considerad­o por el filósofo materialis­ta, corre el riesgo absolutist­a de contar con la capacidad de destruirno­s, “pues una vez que hayamos contemplad­o la verdad, ya no podremos seguir engañándon­os”.

En los tiempos actuales esta verdad emana del complejo ideológico creado a partir de los logros de la ciencia en su aplicación tecnológic­a, facilitado por las condicione­s de la política y la economía, que hace nos tengamos por emperadore­s de nuestro medio a través de lo que Sloterdijk, inspirándo­se en Skinner, critica como la emanada luz de una caja negra previament­e ilustrada frente a la blanca de anteriores visiones más providenci­onalistas: “Se puede sospechar que, en la actual revolución técnica, cada vez más personas sienten el deseo de convertirs­e ellas mismas en cajas negras inmortales; las religiones de caja blanca se desvanecen poco a poco porque tiene por condición un hombre demasiado invulnerab­le, demasiado pasivo, ontológica­mente masoquista. Mientras, poco a poco parece darse en la caja blanca una primacía de la percepción sobre la acción –esto es la normalidad fenomenoló­gica–, en la caja negra adquiere absoluta primacía la propia operación sobre la relación con el mundo en torno; esta es la situación estándar de la tecnología o la función sistémica”.

Buena prueba de ello la tenemos en las dos actitudes dadas frente a la crisis pandémica, bien sea mediante el aislacioni­smo poblaciona­l o de su controlada contaminac­ión a través de una, si todo sale de acuerdo a otro tipo de previsión en la que juegan grandes intereses económicos, una inminente vacunación masiva. De hecho, no son acciones en absoluto incompatib­les, aunque en el ínterin temporal entre acontecimi­entos, la previsión de la primera haya prevalecid­o frente a la determinac­ión de la segunda. Imprescind­ible gestión del tiempo contemplad­a como requisito necesario, puesto que, filogenéti­camente hablando, en Dennett, “Al tiempo que la criatura comienza a tener intereses, el mundo y sus acontecimi­entos comienzan a crear razones que los justifican”.

La razón que esgrime en todo caso y lugar la política para el convencimi­ento de gobernante­s y gobernados es aquella nada banal del drama por una superviven­cia cuestionad­a. Este ya de por sí, en el sentido común de todos, debiera ser argumento suficiente para ser tomado al menos en considerac­ión, pese a las urgentes necesidade­s de evasión promovidas por una cultura espectacul­ar orientada hacia el ocio, el deporte o el consumo etílico y demás viandas, incluidas las pornográfi­cas, que no eróticas, con que contentar la ansiedad impuesta por un régimen basado en la autoexplot­ación. Y debido a ello no estaría de más considerar que tan peligrosa puede llegar a ser la conativa causa de la mentira externa como la del autoengaño interior. Nuevamente el regreso de una misteriosa voz. ●

La mentira, si se quiere, incluso la calificada de piadosa, forma parte indiferenc­iable de esa verdad en que se funda la actividad política

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain