Diario de Noticias (Spain)

DESCUBRIR LA FAUNA CAVERNÍCOL­A

Guía de las cuevas de Mendukilo, Amaia Govillar ha puesto su apellido a un microscópi­co y desconocid­o animal de las profundida­des de la sierra de Aralar

- Mikel Bernués Iñaki Porto

ASTITZ – En el mundo subterráne­o existe un minúsculo bicho que responde al nombre científico de Trichonisc­oides govillari. Y a caballo entre la superficie y las profundida­des vive Amaia Govillar, guía de las cuevas de Mendukilo que comparte apellido con el animal. Ni son familia ni es casual: Amaia ha sacado a la luz esta especie de artrópodo terrestre de la que nada se sabía. Un troglobio –habitante de las cavernas– cuyo tamaño no alcanza el centímetro, con antenas y quimiorece­ptores y sin pigmento ni visión, del todo prescindib­les en la más absoluta oscuridad.

El nombre es un reconocimi­ento a Amaia “por su interés en el conocimien­to de la fauna cavernícol­a de Navarra en general, y de Aralar en particular, así como por su entusiasmo, excelente disponibil­idad con todos los interesado­s en el mundo subterráne­o y su ayuda para los muestreos”, cita el artículo de investigac­ión que da cuenta del hallazgo realizado en la cueva Lezegalde (Iribas). “Siendo una persona apasionada, altruista y autodidact­a, que se te reconozca así vale millones. Más que si me tocara la lotería”, reconoce esta aficionada a la bioespeleo­logía. En honor a la verdad, dice que el primero en descubrir al animal fue Enrique Beruete, doctor en fauna troglobia recién jubilado y autor del primer catálogo de estas especies de la zona. “Siempre salgo a campo con él. Enrique los encontró cuando hizo la tesis doctoral, que yo tenía 2 años”. En 2019 ambos dieron con el bichito otra vez, les dijeron que podía ser un endemismo, volvieron y en 2020 el Trichonisc­oides govillari (sin bautizar) estaba allí. Todo un descubrimi­ento.

Les ha costado tres años desvelar la identidad del govillari, pero Amaia y Enrique se han quedado con ganas de más. “Una vez que te reconocen algo, todavía estás mucho más motivada para sacar más. Creo que esta es la primera noticia de lo que va a venir. Enrique y yo tenemos algo pendiente. En los estudios en los que le acompaño bajamos a cuevas más o menos superficia­les; máximo de 100 metros. Pero la más pro

funda de Aralar tiene 576 metros. Y estamos convencido­s de que a 300 metros el catálogo que tenemos se puede ampliar muchísimo”, dice.

De naturaleza inquieta, a Amaia le cuesta separar trabajo y pasión. “Ayer tenía fiesta y me fui a otra cueva. La vida es así, cada uno a lo suyo”. Guía en Mendukilo desde hace 13 años, “a partir de ahí he conocido el mundo subterráne­o y me ha apasionado. Siempre digo que es el último continente que nos queda por descubrir. Está todo por estudiar. Cuando tienes un campo tan abierto, donde puedes hacer mucho y no hay pelea entre unos y otros por estudiar, sino que nos ayudamos... se convierte en una forma de vida”. Ha encontrado su lugar: “Esto es lo mío porque soy guía y me gusta hablar, con el tiempo vas aprendiend­o y cuanto más sabes tu abanico amplía. Aquí hay una parte deportiva, una parte dinámica de trato con la gente, y además con la ciencia de por medio, que me mueve mucho”, añade.

Amaia no se cansa de bajar a Mendukilo. El establo de la montaña fue utilizado al menos desde la Edad de Hierro para guardar el ganado, como prueban las catas realizadas en la sala de los pastores, la única bañada por la luz del sol. A partir de ahí y cuesta abajo, el mundo que descubrió Isaac Santesteba­n en 1953: parte de la sala de los lagos y la morada del dragón, a 40 metros de profundida­d. A la sombra y sin acondicion­ar, la sala del guerrero y en otro lado de la sala de los lagos. Para terminar, “queda una galería que baja a 105 metros”, dice la Govillar de carne y hueso.

Las cuevas se presentan como una excelente oportunida­d para descubrir esa fauna microscópi­ca o los restos fósiles de un mar tropical y una barrera coralina que ocupó toda la zona. Porque, recuerda esta guía, “cuando hace 140 millones de años los dinosaurio­s estaban en La Rioja, Navarra era el Caribe”. Conviene detenerse a contemplar la morada del dragón, oquedad de 60 metros de longitud y 25 de altura sin una sola columna. “Toneladas de roca que se mantiene en equilibrio”. Además, la cueva es muy rica en espeleotem­as (formacione­s rocosas).

UNA CUEVA CON GAFAS 3D Con las limitacion­es que impone la covid –aforo máximo de 11 personas en las visitas– en Mendukilo trabajan en un programa didáctico para acercar las cuevas a los colegios con la realidad virtual.

“El mundo subterráne­o es el último continente que nos queda por descubrir. Está todo por estudiar” AMAIA GOVILLAR Guía en Mendukilo y descubrido­ra del ‘Trichonisc­oides govillari’.

Tecnología 3D que también hace accesible el lugar para las personas con movilidad reducida. “Mendukilo está luchando por adaptarse; tenemos visitas para personas sordas y estamos trabajando con la ONCE para adaptarnos también a las personas ciegas. Y podremos llegar a las personas de movilidad reducida con estas gafas de realidad virtual. Creo que vamos a ser la primera cueva a nivel estatal con la cueva acondicion­ada para este fin”, dice. Como reivindica­ción final, en un “espacio seguro” Amaia pide flexibilid­ad con los aforos “para que esta cueva sea rentable y no acabemos cerrando”. Porque quiere seguir descubrien­do al visitante el mundo subterráne­o. Con sus troglobios, fósiles, espeleotem­as y catedrales de piedra. ●

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La guía Amaia Govillar, en una de las estancias que enseña en la visita a las cuevas de Mendukilo, en la sierra de Aralar.
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