El tren que nunca pasa dos veces
Cada día, cuando voy a trabajar, veo el mismo escenario. Por la rendija que queda entre la mascarilla y el gorro, todavía soy capaz de levantar la vista y divisar, entre la maleza que cubre el entorno de mi oficina, una perspectiva vacía, una línea recta libre de obstáculos, desde la rotonda de Juan Pablo II hasta la calle Olite. Es posible que si la covid no me obligara a entornar los ojos, a enfocar tan insistentemente, no hubiese descubierto nunca este panorama. Pero allí está, ante mí, esperando su oportunidad. Conozco la calle Olite desde siempre, mi abuela vivía allí. He oído a mi madre y a sus hermanas contar muchas historias sobre cómo llegaban los productos de las huertas al mercado y sobre la actividad que se vivía en esa calle, entonces, nueva.
Eran otros tiempos, desde luego, pero me sorprende que una calle que nació dinámica, con una sección de 25 m, la más amplia del II Ensanche a excepción de la Avenida de Carlos III de 29 m, pueda haberse convertido en una calle que cuenta poco, o nada, para solucionar los problemas de movilidad de la ciudad.
En cambio, la carga a la que se ha sometido a la calle Amaya me parece insostenible. Su sección revienta, no da para más. Un único carril rodado, incapaz de absorber la circulación de los coches que la atraviesan, desde las zonas bajas de Rochapea y Txantrea hasta las nuevas de Lezkairu y Mutilva, desde el Casco Antiguo hasta el final del II Ensanche; una línea de aparcamientos, inaceptable por su ocupación del espacio público e inútil por su insuficiencia; unas aceras miserables que apenas admiten dos personas; y ahora, sobrecargada por el PEAU del II Ensanche con un demandado y necesario carril bici.
Por eso me pregunto si no sería más lógico sumar a los 15 m de la calle Amaya los 25 m de la calle Olite para aliviar algunos tránsitos y descongestionar ciertos cruces de nuestra ciudad.
Entiendo que las razones de esta desconsideración radican en el inicio y en el final de esta vía. Es más cómodo seguir en línea recta por Amaya que girar a la izquierda, pasada la plaza de toros, para continuar por Olite. Pero, que yo sepa, los coches giran sin problemas a 30 km/hora. Y además, es posible facilitar su giro si se remodela el entorno de la plaza de toros, ese paisaje urbano que, hasta el momento, carece de uso como estancia o juego.
Y si su problemático inicio tiene solución, su final también puede tenerlo. Olite es una calle cerrada que no enlaza con nada ni conduce a ningún lugar significativo. Pero hoy, una oportunidad temporal permitiría destaponarla. Y no solo destaponarla sino enlazarla con la rotonda de Juan Pablo II y, con ello, con todas las ampliaciones de la ciudad hacia el sur.
El cese del uso del edificio de Misioneras como centro escolar, es una ocasión única para abrir un nuevo tramo de vía que desdoblaría y diversificaría los movimientos de las calles Amaya y Olite y que posibilitaría establecer una deseable simetría, respecto a Carlos III, entre Bergamín y Olite y entre Paulino Caballero y Amaya. Es, por tanto, una oportunidad ciudadana que no se puede perder. Recientemente se ha abierto, para cumplir el trámite a que obliga la ley, el proceso de participación ciudadana de un planeamiento (publicado en la web del Ayuntamiento de Pamplona), de promoción privada, que ubica una nueva residencia de estudiantes en el solar de Misioneras. La colocación de este edificio, de B+5+A, alineado en una prolongación de la calle Amaya, podría acabar de raíz con estas expectativas. De allí mi alarma y mi urgencia.
Estoy convencida de que cualquier planeamiento que se acometa en el borde sur del II Ensanche, y es necesario hacerlo ya, debe manejar una visión de conjunto que analice, previamente, la compleja problemática del lugar en todas sus escalas, desde las más grandes, a nivel de ciudad, hasta las más pequeñas, a nivel de vecindad. Sin esta necesaria visión completa no se acertará.
Y esta visión solo puede darse desde un planeamiento comandado por la Administración, en este caso el Ayuntamiento, a quien pido que lo haga, sin delegar funciones a favor de proyectos que, por su condición privada, solo pueden ser parciales y, como sucede en este caso, cierran posibilidades de futuro, hoy todavía abiertas. Corresponde al PEAU del II Ensanche, actualmente en redacción, determinar las líneas generales de este planeamiento que, posteriormente, podrá ser desarrollado en un concurso o encargo específico. No hay por qué cambiar el orden de los tiempos poniendo por delante lo que necesariamente debe ir detrás.
Entiendo que como arquitecta que conoce Pamplona, como ciudadana que intenta contribuir a su mejora, como residente que quiere lo mejor para sus habitantes, mi obligación es alertar de que existe el riesgo de perder una oportunidad que, en caso de dejarla pasar, no volverá a repetirse nunca más. ●
La autora es arquitecta