Diario de Noticias (Spain)

Un partido limpio, sin fricciones y con solo cuatro tarjetas

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EL JUEGO – Los duelos entre Osasuna y Sevilla de los últimos años discurren por los cauces más racionales de un partido de fútbol. No hay juego sucio ni patadas alevosas ni tanganas sonrojante­s. Ayer, con lo se jugaban ambos contendien­tes, tampoco hubo faltas feas o entradas con mala intención. Alberola Rojas llevó el partido de forma discreta y sin estridenci­as. Solo tiró de tarjetas en cuatro ocasiones, dos para cada equipo.

Creo que fue Martín en su etapa de entrenador quien acuñó aquella definición que situaba el lugar de Osasuna en el fútbol entre los diez últimos de Primera y los diez primeros de Segunda. No iba descaminad­o y los balances de las temporadas más recientes así lo confirman. Porque lo queramos o no, aunque nos rebelemos contra la lógica del balompié, los equipos van encontrand­o su sitio condiciona­dos por factores que no tienen tanto que ver con el juego, el estilo o la idiosincra­sia como con el poderío económico y la gestión de los recursos. Hay una brecha que se rompe periódicam­ente por equipos enrachados, que encuentran un buen funcionami­ento y que asoman la cabeza entre el grupo de poderosos, también porque entre la elite llegan tiempos de crisis. Pero las cartas están repartidas desde el comienzo de la temporada y no hay más que leer los objetivos que traza cada club para definir los diferentes grupos. En el plan de Osasuna, la meta es lograr la permanenci­a; en el del Sevilla, pelear una plaza entre los cuatro primeros y perseguir alguno de los títulos en liza. Ni en el caso de los rojillos es una postura conformist­a ni en el de los sevillista­s hay un exceso de confianza. Basta con repasar las plantillas y el valor de mercado de cada una. Es cierto que esa vieja dicotomía entre cartera y cantera, entre la aristocrac­ia y la clase media, no es nueva, pero se ha hecho especialme­nte visible en los últimos años. Antes, poniendo mucho músculo, metiendo el pie, chocando y corriendo, no solo podía equilibrar­se la diferencia, sino llegar a mandar en el juego y en el marcador. Ahora, con eso solo no vale; hay que hacer un partido perfecto, que tus aplaudidos centrales no fallen, que no dejes pasar las opciones que te conceda el rival y si la cosa se enreda, hasta que te ayude el árbitro, cosa que a Osasuna no le suele pasar, sino todo lo contrario. Ante un Sevilla que acostumbra a tutear a los grandes de Europa, con un fútbol de otro nivel, el equipo de Arrasate se aplicó a una estrategia sustentada en dos argumentos: presión muy alta cuando el rival salía jugando en corto y líneas muy juntas cerca de la frontal del área cuando el contrincan­te se posicionab­a en campo contrario con el balón. Así las cosas, un equipo maniobraba por poseer la pelota mientras el otro trataba de robarla y acabar pronto la jugada. La idea pudo cuajar si Oier pone el balón en la red en el remate de cabeza nada más comenzar el encuentro. No acertó y sí lo hizo Diego Carlos en una acción a balón parado de esas en las que le atribuyen a Osasuna cierta autoridad, pero ahí también se plasman las diferencia­s, la brecha.

Pese a remar contracorr­iente, Osasuna fue fiel a sí mismo, incluso tras volver a recibir otro gol poco después de regresar del descanso. No decayó ni en la pelea ni en la porfía, pero el Sevilla no hizo tampoco concesione­s en su área. Los rojos siguieron corriendo hasta el minuto 90, buscando un gol que les metiera en el partido, pero no había por dónde ni con quién.

La actitud de Osasuna no es cuestionab­le. Faltó profundida­d por las bandas y un futbolista de ingenio creativo y manejo de la pelota que rompa con ese molde monolítico de los pivotes, sean dos o tres, y no pierda la pelota en el segundo pase. Esa figura no existe en la actual plantilla, aunque se asemeja al perfil de Javi Martínez. Porque, si no lo puedes comprar, fabrícalo. Mientras tanto, a seguir buscando el sitio. ●

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Foto: Patxi Cascante/oskar Montero Papu Gómez, fichaje invernal del Sevilla, escapa de Aridane.

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