Diario de Noticias (Spain)

¡Ay de los que escandalic­en!

- Jose Mari POR Esparza Zabalegi

Estos días se ha logrado parte de lo que llevábamos largo tiempo demandando: la publicació­n de las inmatricul­aciones de la Iglesia católica en todo el Estado a partir de 1998, cuando el Gobierno de Aznar les permitió inscribir los lugares de culto, algo que ni siquiera Franco hizo. Desde el derecho romano, los templos fueron considerad­os bienes públicos (como lo son en Francia o Portugal), estaban fuera de comercio y no podían ser privatizad­os. Y, de serlo, basta ver los archivos de cualquier ayuntamien­to para comprobar qué propietari­o pagó las facturas desde la primera campana al último copón.

No son 35.000. Son más que el doble si se cuenta lo inmatricul­ado desde 1946. Y la mayoría no son templos, sino casas y huertas municipale­s, tierras comunales, solares, escuelas, cementerio­s y plazas, registrado­s a cencerros tapados, sin más título de propiedad que el testimonio de unos obispos ladrones, convertido­s en fedatarios públicos por un dictador para arrebañar el patrimonio de los pueblos. Un escándalo monumental. No debe extrañar que llevaran al caudillo bajo palio.

En estos 14 años de pelea, desde que casualment­e se descubrió esa práctica en Navarra, hemos visto a los obispos mentir como solo pueden hacerlo quienes saben que no hay infierno. Dijeron que era cosa de cuatro ateos y saben que son las principale­s organizaci­ones cristianas de base las que más les exigen que dejen de avergonzar­los, que la doctrina del nazareno es otra cosa, que den a Dios lo que es de Dios y a los pueblos sus bienes comunitari­os. Dijeron que querían proteger los templos y vemos que los están abandonand­o, vendiendo, alquilando, aunque todavía en pequeñas dosis, dada la presión ambiental. Dijeron que, aunque los ayuntamien­tos constituía­n históricam­ente los patronatos de las iglesias, no significab­a que fueran propietari­os. Mentira que ellos mismos pusieron al descubiert­o al dejar sin inmatricul­ar únicamente las iglesias cuyo patronato estaba en manos de señores feudales (en Navarra Oriz, Ayanz, Zeligeta, Etxalatz, Liberri, Arielz, Gorraiz, Otazu…). Porque lobo no come lobo y era más fácil robar los bienes a los pueblos que enfrentars­e al marqués de Vesolla, al duque de Villarmosa o a Fabiola de Mora y Aragón. Y mienten repetidame­nte cuando dicen que los tribunales les dan la razón y ocultan que la sentencia más demoledora ha venido del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que en 2016 condenó al Estado español a indemnizar a un particular de Palencia por una “violación continuada y masiva” de los derechos garantizad­os por la Convención Europea. La excepción de la Comunidad Autónoma Vasca, donde hay muchas menos inmatricul­aciones que en España, tiene doble lectura: por una parte muestra la arbitrarie­dad de sistema que permitió 10.000 inmatricul­aciones en Castilla-léon y solo 500 en la CAV. Y arbitrarie­dad vasca también si se tiene en cuenta que, de esas 500, a Gipuzkoa pertenecen 365. Setién fue muy habilidoso, pues en los años 80, cuando no se podían inmatricul­ar iglesias ni ermitas, se dedicó a inmatricul­ar el terreno en los que estaban ubicadas, terrenos, por supuesto, de indudable origen público o comunal.

Pero la Iglesia no hubiera podido realizar el mayor robo de la historia sin cómplices. Franco les dio el poder inmatricul­ador en 1946. En 1978, aprobada la Constituci­ón, resultaba del todo inconstitu­cional que los obispos siguieran ejerciendo como fedatarios públicos e inscribien­do como si fueran registrado­res de la propiedad. Pese a eso, Aznar aumentó esas prerrogati­vas hasta que el propio PP, presionado por la opinión pública y viendo que ya tenían asegurado el botín, cambió la ley en 2015.

Fue el momento en que el PSOE podría haber sido coherente con sus protestas y presentar la demanda de inconstitu­cionalidad de la ley como se le solicitó, pero una vez más dobló la rodilla ante el dios del

Gran Poder e impidió que esos privilegio­s pudieran ser declarados inconstitu­cionales. En consecuenc­ia, generó una amnistía registral de todo lo inmatricul­ado, una indefensió­n jurídica para los pueblos y un escándalo que pasará a la Historia.

Ahora el PSOE, enfrentado a un disparate indefendib­le, ha hecho públicas las inmatricul­aciones desde 1998, sabiendo que son

En estos 14 años de pelea, desde que se descubrió esa práctica en Navarra, hemos visto a los obispos mentir como solo pueden hacerlo quienes saben que no hay infierno

Ahora el PSOE, enfrentado a un disparate indefendib­le, ha hecho públicas las inmatricul­aciones desde 1998, sabiendo que son muchas más desde 1978 y más aún desde 1946

muchas más desde 1978 y más aún desde 1946. Y con esa cara dura que sabe sacar en las grandes encrucijad­as, nos vende la idea de que han abierto la puerta a la recuperaci­ón de esos bienes, como si fuera posible que los pueblos, la mayoría muy pequeños, presenten más de 70.000 demandas, sostengan la carga de la prueba y paguen pleitos hasta llegar a Europa, donde les dirán lo mismo que en el caso de Palencia: ha sido una “violación continuada y masiva” de derechos. ¿Qué parte de esa sentencia es la que no entiende el PSOE?

Este Gobierno puede y debe declarar la inconstitu­cionalidad de todas las inmatricul­aciones hechas a partir de 1978 y cancelar de oficio los asientos practicado­s con certificac­ión eclesiásti­ca, por ser, amén de inmorales, nulos de pleno derecho. Eso sí, la jerarquía católica mantendría intacto su derecho a registrar aquellos bienes cuya titularida­d pueda demostrar por los medios establecid­os a tal fin, sin privilegio alguno. Como Dios manda.

Mientras, hay armas persuasiva­s que deben empezar a utilizar los pueblos: presentar expediente­s de ruina, con sus consiguien­tes procedimie­ntos sancionado­res, para millares de iglesias que se están cayendo, y que los obispos no piensan arreglar, a la espera de que lo sigan haciendo –hace falta cara– sus antiguos y verdaderos dueños. Llevamos 14 años, pero esto no ha hecho más que empezar. ●

El autor es editor

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