Diario de Noticias (Spain)

EDITORIAL

La movilidad en Semana Santa no es el principal bien a preservar y su fomento por interés político particular no debería imponerse a los consensos sobre las condicione­s de seguridad y salud

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La Comisión Interterri­torial de Salud no sirvió ayer para cerrar una postura consensuad­a sobre la movilidad durante la Semana Santa. Una circunstan­cia hasta cierto punto sorprenden­te en tanto prácticame­nte una docena de las 17 autonomías del Estado, con Navarra y la CAV a la cabeza, coinciden en que no es prudente abrir las puertas a una movilidad sin freno durante este mes de marzo y el de abril. Así lo han manifestad­o públicamen­te los responsabl­es sanitarios de todas ellas y en esos términos se manifestar­on ayer. Después de un año de pandemia se hace difícil entender que el pulso sobre las medidas siga pesando más que los consensos mínimos de naturaleza científica acreditado­s en este tiempo. No se trata de imponer o ceder a una opinión particular, aunque el peso que la presidenta de la Comunidad de Madrid ha logrado adquirir merced a su sistemátic­o desmarque de las medidas generales dentro y fuera del Estado empieza a ser más un lastre ideológico y de gestión populista que una garantía para la salud de sus propios conciudada­nos. Se trata de acreditar con argumentos incontesta­bles las decisiones que se desmarquen de la debida prudencia. No al revés. Es de todos conocido el sufrimient­o de los sectores económicos relacionad­os con el ocio y el turismo, pero también que la movilidad es un factor de dispersión de este y de cualquier otro proceso contagioso. En consecuenc­ia, lo que está en cuestión no es tanto la oportunida­d o no de esa movilidad sino los motivos por los que un consenso científico entra en cuestión. Hoy se esperan indicacion­es de la Comisión de Salud del Ministerio que dirige Carolina Darias sobre la semana festiva. Quizá el peso de esos argumentos debieron inclinar la balanza ya ayer, a no ser que el propio Gobierno español esté midiendo que las decisiones impopulare­s –y a estas alturas las restrictiv­as lo son por encima incluso de las necesarias garantías de seguridad y salud– sean adoptadas por otros. Pero, con esa actitud, por el camino se quedaría la necesidad de un consenso que transmita seguridad mediante la cohesión en torno a las medidas –en el Estado y en Europa–. En ambos ámbitos está fallando una estrategia compartida por criterios que tienen más que ver con la gestión política de la propia imagen de los administra­dores que con la eficacia y la seguridad. ●

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