Cartas al director
Los textos dirigidos a esta sección no pueden exceder las 30 líneas y deben ir firmados. Debe adjuntarse fotocopia del DNI del remitente y número de teléfono. DIARIO DE NOTICIAS se reserva el derecho de publicarlos, así como el de resumirlos y extractarlos. No se devolverán originales ni se mantendrá correspondencia.
>> Dirección: Cartas al Director. Altzutzate 10, Polígono Areta, 31620 Huarte-pamplona.
>> Correo electrónico: cad@noticiasdenavarra.com
Podrá ejercer sus derechos de acceso, rectificación, cancelación y oposición sobre sus datos identificativos dirigiéndose al responsable del fichero, ZEROA MULTIMEDIA,
S.A. en Pol. Ind. Areta, Calle Altzutzate, Nº 10 (31620) Huarte.
Vacuna ‘amor, cariño y profesionalidad’
A mis 76 años, soy viudo y tengo cinco hijos. Tengo una vida tranquila y sin casi preocupaciones. He sido ciclista, autodidacta y muchas cosas más para poder sacar a mi familia adelante. Nunca he fumado ni he bebido, y mis alimentos preferidos son los productos de mi huerta, que a su vez es mi segunda afición después de caminar todos los días varios kilómetros por la Cuenca de Pamplona.
Había oído hablar de la pandemia, estaba bien informado por las noticias y, lógicamente, con mucha preocupación, pero con mis hábitos tan saludables estaba convencido de que el coronavirus no iba conmigo, que era cosa de otros. No obstante, estaba equipado con todos los accesorios habidos y por haber, mascarillas de todo tipo, guantes, gel desinfectante...
Un día después de una reunión con cuatro amigos empecé a sentir los síntomas de los que ya había oído hablar producidos por el covid: escalofríos, tos seca, fiebre y un cansancio que desconocía y que no podía entender. Conclusión: PCR positivo. Mis hijos me obligaron a acudir al centro de salud a pesar de que yo no estaba dispuesto. Sería la primera vez en mi vida: los catarros los curaba con leche, miel y una copa de coñac. Allí me hicieron una radiografía de urgencia y me detectaron una neumonía potencialmente mortal: rápidamente una ambulancia me llevó al hospital.
No entendía nada, nunca estuve ingresado en un hospital, pero cada momento que pasaba me sentía peor. No tenía fuerzas ni ganas, solo quería dormir. La sensación era de que había llegado el final, cosa que estaba dispuesto a aceptar.
Con lo que no contaba es con un equipo humano de la 5ª planta de la Residencia Virgen del Camino: médicos, enfermeras, auxiliares, personal de limpieza y muchas personas más. Me asistían y me cuidaban con un cariño tan especial que llegué a pensar que eran los ángeles del cielo.
Fue necesario que pasaran 23 días para empezar a sentirme mejor. Gracias al enorme esfuerzo, control y cariño que me estaban inyectando, cada vez me sentía más animado. Esta terapia de amabilidad, amor, alegría y amistad que recibía en todo momento, sumada a los tratamientos, me permitió finalmente recuperarme.
Hoy es el día en el que no existen palabras de agradecimiento para estos ángeles terrenales por la labor que han hecho y que están haciendo día tras día, no solo conmigo sino con tantísimas personas que pasamos por esa planta de la residencia y por todo el hospital.
Mi vida vuelve a transcurrir de nuevo con tranquilidad, pero con unos valores añadidos gracias a estas personas sanitarias de Navarra que me han salvado la vida, gracias a esa vacuna tan peculiar a la que hago referencia. José Antonio López Salas
Mujeres de segunda, 8 de marzo y trabajo doméstico
Hay cosas que parece que no cambian. Ni con la nueva ni con la vieja normalidad. Parecen males endémicos, problemas irresolubles, fatalidades imposibles de transformar, cuando lo que pasa es que no hay voluntad para cambiarlas. Las condiciones laborales de miles de hombres y mujeres que están trabajando en hogares en limpieza y cuidados son un ejemplo de esto.
Gobierno tras gobierno, de uno y otro color, van aceptando que haya trabajadoras de segunda, sin derecho al paro, con jornadas de explotación, sin contrato ni Seguridad Social en su inmensa mayoría… Son fundamentalmente mujeres migrantes, muchas de ellas sin papeles, que cuidan casas, niños y mayores, entregando tiempo, salud y cariño a lo que decimos que es para nosotros lo más importante, y lo hacen en condiciones infrahumanas.
Los pasados 26 de febrero y 3 de marzo la asociación Encuentro y Solidaridad organizó unos talleres sobre Derechos laborales en el trabajo doméstico, con la colaboración de Rafael Paredes, abogado con 20 años de experiencia en extranjería y muchas horas de trabajo gratuito y solidario a las espaldas. Los talleres sirvieron para aclarar ideas, resolver dudas, encontrarse y escucharse, robar a las múltiples preocupaciones alguna sonrisa y ofrecerse entre las asistentes mutuo apoyo y solidaridad.
Pudimos conocer lo que dice la ley de lo que debería ser el trabajo doméstico: un trabajo con contrato y Seguridad Social, percibiendo un mínimo de 950 euros mensuales en 14 pagas, con 10 horas mínimas de descanso entre jornada y jornada, con 36 horas seguidas de descanso semanal, y no más de 8 horas de jornada diaria, aunque se pueda contemplar algunas horas a mayores de presencia (en ningún caso más de 20 horas de presencia semanales). Con 14 festivos al año y 30 días naturales de vacaciones.
Y pudimos comprobar también con rabia, indignación y tristeza, lo alejada que está la realidad de la legalidad: mujeres trabajando 140 horas semanales, a las que en muchas ocasiones se les habla con desprecio, hasta se les impide salir o ver a sus familiares para evitar contagios, que ni cotizan en la Seguridad Social ni se les respetan festivos o vacaciones, y menos aún pagas extraordinarias, llegando a cobrar 700 euros por jornadas no completas, sino completísimas.
Que exista un régimen especial para el trabajo doméstico que no considere el derecho a paro, por ejemplo, es ya claramente discriminatorio, pero aún más vergonzoso es que se acepte en silencio, y sin ningún tipo de protesta social, que todo el sistema de cuidados se sustente en la explotación, la ilegalidad o el trabajo semiesclavo.
En este 8 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora, no olvidemos que las conquistas de antaño, como la jornada de 8 horas, parecen hoy en nuestra tierra un sueño, ciencia ficción, para miles de trabajadoras domésticas internas. Nuria Sánchez Díaz de Isla