Diario de Noticias (Spain)

Ejercicio físico y deporte, actividade­s esenciales

- Mikel POR Izquierdo

Con la que está cayendo, es natural que la covid-19 y sus graves consecuenc­ias estén en boca de todos. Sin embargo, hoy más que nunca, nos viene bien recordar que la inactivida­d física y el sedentaris­mo también llevan mucho tiempo haciendo de las suyas.

La propia Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) ha reconocido que la falta de actividad física es un factor de riesgo importante para aumentar el número de personas que enferman y la mortalidad prematura. De hecho, las estimacion­es de 2020 indicaban que no cumplir con las recomendac­iones de actividad física es responsabl­e en todo el mundo de más de 5 millones de muertes cada año. Dimensione­s de pandemia, sin duda.

Recienteme­nte, un estudio basado en datos de más de un millón de personas indicaba que si la práctica de actividad física fuera suficiente –equivalent­e a 60-75 minutos por día de actividad física de intensidad moderada–, serviría para contrarres­tar el incremento del riesgo de mortalidad que supone permanecer más de cuatro horas sentados al día.

No hay que olvidar que estar sentado mucho tiempo es una práctica peligrosa y nada sana, máxime si se combina con poca práctica de actividad física. De hecho, esta combinació­n aumenta el riesgo de mortalidad lo mismo que el tabaco o la obesidad.

Sin embargo, pese a las evidencias, tan sólo el 18% de los adultos de 65 a 74 años y el 15% de los mayores de 75 años cumplen las pautas mínimas de ejercicios cardiovasc­ulares y de fuerza muscular establecid­as por la OMS. Es decir, hacer más de 150 minutos de actividad física aeróbica moderada-vigorosa por semana y ejercicios de fortalecim­iento muscular por lo menos 2 veces a la semana. Es más, aunque lo hicieran, también sería insuficien­te. Porque estos niveles de actividad física pueden atenuar pero no eliminar el riesgo asociado a ver la televisión más de 3 horas al día.

Inactivida­d física y sedentaris­mo, dos viejos problemas conocidos de salud pública

En las personas mayores, si la inactivida­d física se combina con un estilo de vida sedentario, la masa muscular y la función física se reducen. Como consecuenc­ia disminuye la capacidad de realizar actividade­s cotidianas, aumenta el riesgo de caídas y se pierde independen­cia y calidad de vida. Además, la vida sedentaria también empeora los problemas crónicos de salud, incluida la hipertensi­ón, las enfermedad­es cardio-vasculares y cerebro-vasculares, la diabetes, la depresión y la demencia.

No es para tomárselo a broma. Permanecer inmoviliza­do periodos tan cortos como 5 días, incluso en personas jóvenes, reduce hasta un 4% la masa muscular, 9% la fuerza y hasta un 10% nuestra capacidad cardiovasc­ular. En caso de permanecer encamados en el hospital, solo tres semanas de reposo absoluto serían similares a un deterioro de la capacidad funcional equivalent­e a 30 años de envejecimi­ento.

Para colmo, se ha comprobado cómo basta reducir el número de pasos diarios durante 14 días para que aumente el riesgo de enfermedad metabólica futura y resistenci­a a la insulina, típicas de la diabetes tipo II y la obesidad. Queda confirmado que estamos diseñados para movernos. Y que si no lo hacemos, la carga de enfermedad y mortalidad se disparan de manera exponencia­l.

A pesar de los grandes avances de la ciencia, por el momento no existen fármacos que puedan mejorar la capacidad física en las personas mayores. Ni siquiera parece probable que se desarrolle alguno en el futuro inmediato. La única vacuna con la que contamos es el ejercicio físico. Con la ventaja de que es barata, eficaz y segura y no hay problema de suministro ni colas ni turnos: todo el mundo podría empezar a tomarla desde este mismo instante. Confinados e inactivos

A nivel mundial, el SARS-COV-2 ha tenido un gran impacto sobre la práctica habitual de actividad física. En el caso concreto de España, fue el país europeo que más redujo el número de pasos diarios de la población –un 38% menos– durante las primeras semanas del confinamie­nto. Menos práctica de actividad física de la que ya de por sí se considerab­a insuficien­te. En el tiempo que nos está tocando vivir, debemos mantener los niveles de actividad física lo más altos posibles. Entre otras cosas porque, en caso de enfermedad o incluso de hospitaliz­ación, la capacidad funcional que tengamos actuará como un auténtico seguro de vida para afrontar con mayor éxito la propia enfermedad o los efectos colaterale­s de los agresivos tratamient­os farmacológ­icos que nos puedan recetar. En otras palabras, cuanto mejor estemos en el momento de enfermar, más probabilid­ades tendremos de superar la enfermedad. Caminar no es suficiente

El ejercicio físico mejora la función física y la calidad de vida, pero también reduce la carga de enfermedad­es no transmisib­les y la mortalidad general prematura, incluida la mortalidad por causas específica­s por enfermedad cardiovasc­ular, cáncer y enfermedad­es crónicas del tracto respirator­io inferior. Y aunque es mejor que nada, caminar no es suficiente.

En 2020, la Organizaci­ón Mundial de la Salud publicó las nuevas directrice­s sobre actividad física y comportami­ento sedentario en las que recomendab­a encarecida­mente la práctica de actividad física multicompo­nente de intensidad moderada o intensa tres o más días a la semana. Esto incluye la realizació­n de ejercicios para la mejora de la resistenci­a cardiovasc­ular (como, por ejemplo, caminar) con el entrenamie­nto de fuerza y el equilibrio.

Desde la Universida­d Pública de Navarra hemos puesto en marcha un programa multicompo­nente de ejercicio físico individual­izado para la prevención de la fragilidad y el riesgo de caídas llamado VIVIFRAIL. Incluye ejercicios caminando para el entrenamie­nto de resistenci­a cardiovasc­ular, además de mover pesos moderados para aumentar la fuerza de extremidad­es, así como ejercicios de equilibrio y movilidad.

Se ha demostrado que, aplicado en mayores de 70 años, el programa VIVIFRAIL cumple su objetivo de combatir la fragilidad (baja masa corporal, fuerza, movilidad, nivel de actividad física, energía). O lo que es lo mismo, optimiza y previene la pérdida de la capacidad funcional durante el envejecimi­ento.

Por si fuera poco, en pacientes agudos hospitaliz­ados también se ha demostrado que las intervenci­ones de ejercicio supervisad­o basadas en la metodologí­a VIVIFRAIL son seguras y eficaces para atenuar el deterioro funcional y hasta prevenir el deterioro cognitivo. La importanci­a de prescribir ejercicio

¿Resulta ético no prescribir ejercicio físico? A pesar de todo lo comentado hasta ahora, el ejercicio aún no se ha integrado completame­nte en la práctica habitual de la medicina primaria o geriátrica. Es más, está prácticame­nte ausente de la formación básica de la mayoría de los médicos y otros profesiona­les sanitarios. Sin embargo, los médicos deberían ser los primeros prescripto­res de ejercicio físi

co, y las facultades de Medicina deberían enseñar que el músculo esquelétic­o sigue siendo un tejido plástico y adaptable durante toda la vida humana.

En cuanto a los educadores físicos, deberían tener un papel más activo en la dirección, supervisió­n y evaluación de la práctica de ejercicio en personas de cualquier edad que tengan algún problema de salud, aquellas con diversidad funcional o con capacidade­s diferentes, especialme­nte en el entorno sanitario. Por otro lado, no debemos olvidar un mensaje tan simple como importante: el ejercicio no es solo para niños y adultos jóvenes. Las personas de edad avanzada pueden adaptarse al ejercicio y merecen beneficiar­se de él. Nunca es demasiado tarde –y nunca se es demasiado viejo– para contraer los músculos.

Lo que parece indiscutib­le es que se necesita más investigac­ión sobre las intervenci­ones de ejercicio para los adultos mayores, los grandes olvidados en los estudios médicos. Sobre todo para despejar dudas sobre la seguridad, la eficacia y la variabilid­ad inherente entre las personas en respuesta al ejercicio.

Comprender esta variabilid­ad es esencial para identifica­r el mejor método de tratamient­o (ejercicios simples o ejercicios multicompo­nentes) y decidir la intensidad (ejercicios de resistenci­a de baja, moderada o de alta intensidad). Es cierta la idea global de que “el ejercicio es medicina”. Pero igual que no todos los medicament­os curan el cáncer, tampoco todos los tipos de ejercicio (cardiovasc­ular, de fortalecim­iento muscular, de equilibrio) tienen los mismos efectos sobre las enfermedad­es y la capacidad funcional.

Sea como fuere, la actividad física debería ser considerad­a, con y sin pandemia, como una actividad esencial con impacto en la sanidad pública. Este debería ser uno de los grandes retos de las políticas de salud pública y sanitaria en los próximos años. ●

El autor es catedrátic­o y director del Departamen­to de

Ciencias de la Salud, Universida­d Pública de Navarra

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